Hanna Sofie Utsi
Excavadoras enormes abren heridas profundas en la tierra y las lágrimas corren por mi rostro. La policía ha desalojado a la población local: samis y activistas.
Mis lágrimas son de rabia, pena y desesperación, pero no de impotencia. Para nada. La lucha por Gállok y los samis está lejos de haber acabado. No ha hecho más que empezar.
Los samis son el único pueblo indígena que queda en Europa. Un pueblo con su propia lengua, cultura e historia, y que cuenta con su propio órgano de gobierno democráticamente elegido. Un pueblo del que se podría decir que aún le va bastante bien en el mundo occidental: podemos ir a la escuela, tenemos el mismo sistema sanitario que el resto de la población, el mismo sistema judicial y los mismos derechos civiles. Pero ¿de verdad que nos va tan bien?