Recuerdos de la cárcel a la que preferiría no volver

El 1 de diciembre de 2005 convoqué una rueda de prensa para declararme como objetor de conciencia al servicio militar, con otros dos objetores más. Desde que empecé a participar en el movimiento estudiantil en la universidad le di vueltas a convertirme en objetor de conciencia, no como pacifista sino como una declaración radical de resistencia contra el Estado. Curiosamente, sólo después de mi decisión de hacerme objetor de conciencia empecé a intentar vivir como pacifista.

A diferencia de otros objetores, que normalmente son detenidos unos 3 ó 4 meses después de su fecha de alistamiento, yo no fui detenido hasta agosto de 2006, más tarde de lo que esperaba. En esos días era normal que los objetores fueran juzgados sin haber sido detenidos antes, y esto hubiera podido suceder en mi caso si no fuera porque el fiscal desgraciadamente desafió la decisión del tribunal de dejarme en libertad hasta que hubiera una sentencia, causando así repetidos juicios en los que él exigía mi encarcelamiento. A pesar de todo, todavía pude participar en muchas acciones contra la expansión de las bases de EEUU.

Como suele pasar con los objetores de conciencia, fui condenado a 18 meses de cárcel, que cumplí al final en cuatro cárceles diferentes.

Junto a otros problemas de la cárcel, una de las grandes dificultades para todos los presos -no sólo para los objetores de conciencia- es la masificación. Normalmente una persona dispone de 1,65 metros cuadrados de espacio. Cuando estaba preso en Cheongju, después de un incidente en el que dos compañeros de celda murieron como consecuencia de una pelea entre ambos, el Ministerio de Justicia emitió una orden para que todos los centros de detención no tuvieran a dos personas en una misma celda, pero sí una o tres. Como consecuencia, tuve que compartir una celda de 3,3 metros cuadrados con otros dos presos, lo cual implicaba que nadie podía tumbarse completamente estirado.

Sin duda, si tuviera que enfrentarme otra vez al llamamiento a filas, de nuevo objetaría al servicio militar. Sin embargo, a la vez, no quiero que me vuelvan a meter en la cárcel. A pesar del hecho de que se puede tener alguna experiencia importante en la cárcel, como sucede con otras comunidades, hay mucho más que perder allí que ganar. Para mí, fue un proceso doloroso más que una experiencia útil en cualquier sentido, de lograr saber los limites de mi tolerancia hacia los demás. Estoy seguro de que no quiero volver a la cárcel por ninguna razón, incluido como consecuencia de mi acción noviolenta o desobediencia civil. Esto no es una excusa para no comprometerme, pero -aunque la cárcel puede ser inevitable- sinceramente no quiero pasar ni un momento más de mi vida allí.

Yongsuk Lee

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