La guerra como una forma de vida

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Rafael Marques

En los últimos tiempos, el silencio rodea la guerra de Angola, una situación perfecta para los que apoyan la guerra y aquéllos que desde fuera se aprovechan de la muerte y la destrucción del país. La guerra angoleña ya no sobresalta a la opinión pública. Es un asunto ya antiguo y poco atractivo y produce indiferencia.

En una entrevista reciente con Ecclesia, una emisora de radio católica, el Ministro de Defensa de Angola, Kundy Paihama, restó importancia al número de civiles muertos que se cobró un ataque rebelde a la capital de la provincia Uíge, situada en el norte del país. "Si la gente no muere por causa de la guerra, muere de todos modos por enfermedad", comentó el ministro para así justificar que en situación de guerra la vida de una persona cuenta muy poco, por no decir nada. Una declaración de este tipo no provocó ninguna reacción de protesta entre la opinión pública, están acostumbrados. La sociedad angoleña y su estructura se articulan en torno a un sistema y una mentalidad bélica.

El servicio militar obligatorio -- una guerra de clases

Las primeras esperanzas de poder cambiar este sistema surgieron en enero y febrero de 1999 cuando un grupo de periodistas declaró que el servicio militar obligatorio era una práctica discriminatoria que sólo enviaba a los hijos de los pobres y más desfavorecidos al frente para que sirvieran de carne de cañón. La consecuencia fue que cuatro periodistas fueron llevados ante los tribunales y uno fue agredido por un soldado.

Durante ese mismo período, un grupo de 500 mujeres tomó la calle del centro neurálgico de Cabinda, una provincia marcada por la riqueza del petróleo y las ideas secesionistas (se trata de una pequeña parte de Angola que está separada del resto por una franja de tierra controlada por la República Democrática del Congo). Estas mujeres se manifestaban contra el servicio militar que reclutaba a sus hijos para una guerra injustificable. Tal y como era de esperar, la represión actuó. Sin embargo, después de la manifestación, ya sólo dos jóvenes se presentaron voluntarios para unirse a las fuerzas armadas. Poco a poco, la sociedad civil angoleña está enfrentándose a la realidad.

En junio de 1999, un grupo de personas publicó un manifiesto por la paz que fue firmado por 200 miembros destacados de la sociedad civil de Angola. El manifiesto fue duramente atacado por el régimen, el cual presionó a algunos de los firmantes a que se pronunciaran públicamente en contra del manifiesto, diciendo que habían sido inducidos a error cuando lo firmaron. En cualquier caso, aquella iniciativa allanó el camino hacia un llamamiento más insistente por solucionar el conflicto bélico en Angola, en el interior del país y con medios pacíficos.

A finales de julio de 2001, la Iglesia Católica organizó un congreso sobre la paz que reunió a lo más granado de la frágil sociedad civil angoleña. El llamamiento por buscar una solución pacífica e interna del conflicto, con una mayor implicación de la sociedad civil, se ha hecho notar cada vez más y se acerca progresivamente al consenso popular.

Una representación creíble

De todas formas, la falta de un liderazgo creíble y audible en el seno de la sociedad civil ha sido durante mucho tiempo el factor principal que ha evitado que la lucha del pueblo angoleño se haya dado a conocer más a nivel local e internacional. Tanto el Gobierno como el movimiento rebelde han sido ambos símbolos de la guerra y la opresión y, al mismo tiempo, son los únicos representantes del pueblo angoleño capaces de ejercer una cierta influencia sobre la diplomacia internacional y las relaciones que ésta mantiene con Angola. Sin embargo, aquellos intereses del pueblo que van más allá de los del Gobierno y de los de UNITA siguen sin contar con una voz en el mundo.

El conflicto en Angola se ha "deshumanizado" a lo largo de los años. El coste social y económico de la guerra nunca ha sido un tema prioritario en los debates sobre Angola. La guerra fría (1975-- 1989), la impugnación de los resultados de las elecciones generales por parte de Jonas Savimbi (1992-- 1994) y la falta de cumplimiento del Protocolo de Lusaka (1998 hasta la fecha) son los argumentos principales a nivel internacional para mantener la guerra en el país.

Una lucha de poder

En noviembre de 2000, el Presidente de Angola, José Eduardo dos Santos, se dirigió a la nación durante la celebración de los 25 años de independencia del país. "Las perspectivas en la actualidad son muy halagüeñas porque las grandes victorias militares conseguidas recientemente han neutralizado completamente cualquier amenaza violenta al poder." El Presidente confirmó que las acciones militares se limitaban a determinadas regiones, que eran de baja intensidad y que ya no podían obstaculizar la reconstrucción y el desarrollo del país. Dos Santos lleva 21 años al frente del país y su objetivo principal en esta guerra ha sido siempre el de eliminar cualquier elemento que cuestione su poder. Por otro lado, y prácticamente durante el mismo período de tiempo, el líder rebelde de UNITA, Jonas Savimbi, ha luchado por lo contrario, es decir, la consecución del poder por la fuerza.

Sin compasión

Las muertes que se producen en la guerra de Angola desde hace 40 años (incluyendo 25 años de guerra civil) siguen aumentando al mismo ritmo, como hace 15 ó 25 años. Mientras que la guerra de Angola está reconocida a nivel internacional como la guerra más sangrienta y sofisticada de todas las guerras africanas, las estadísticas oficiales sólo recogen 500.000 muertos. Después de que se iniciara la fase actual del conflicto en octubre de 1992, las Naciones Unidas calculaban que en 1993 morían 1.000 personas al día. Sin embargo, más de 360.000 personas han debido morir sólo en ese período. Ninguno de los dos combatientes ha mostrado tener compasión alguna por su propio país o su pueblo.

Dos Santos no le hubiera declarado la guerra a UNITA en diciembre de 1998 si no hubiera contado con el respaldo tácito de las Naciones Unidas y de los poderes internacionales más importantes. En ese momento se pensaba que se iba a conseguir una victoria militar limpia y rápida sobre Jonas Savimbi. El motivo oficial, aducido por Dos Santos para declarar la guerra era que UNITA no respetaba el Acuerdo de Paz de 1994 firmado en Lusaka, Zambia, en el que se estableció la obligación de devolver al Estado todo el territorio ocupado.

Hacer la guerra para conseguir la paz

Uno de los puntos que cabría reseñar en esta estrategia es que sólo se inició un proceso de paz porque las partes habían llegado a la conclusión de que no había una solución militar al conflicto. Así que el hecho de que se hiciera la guerra para promover la paz había sido simplemente una broma de mal gusto. Si lo que se pretendía con la intervención internacional era acabar con la guerra así como alcanzar la reconciliación nacional y un sistema democrático, el resultado ha sido bien distinto.

No podemos obviar la violación constante de la libertad de expresión y de la prensa, así como el desprecio del Gobierno por el imperio de la ley; hay pruebas suficientes de que lo que importa en Angola no es precisamente el bienestar del país y su pueblo.

El 31 de enero de 2001, un soldado gubernamental de las Fuerzas Armadas de Angola (FAA), Francisco José Manuel, fue ejecutado en público en la provincia sureña de Cunene por haber tenido un accidente con el vehículo militar que conducía. Según la declaración de la esposa del soldado, la orden de ejecución la dio el jefe del Comando operativo de Cunene, el Coronel Álvaro António. Su familia presenció la ejecución y vio como el pelotón de fusilamiento destrozaba el cuerpo del soldado vaciando los cartuchos de sus pistolas automáticas sobre él.

Como Angola no dispone de legislación en materia de pena de muerte, ni tampoco se había juzgado a la víctima de este brutal asesinato, uno podría pensar que el Gobierno se iba a distanciar de este hecho. No, no tienen por qué hacerlo. No, mientras siga manando el petróleo para comprar el apoyo diplomático internacional. No hubo protestas ni reacción alguna por parte de la Misión de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Angola

Como si no hubiera pasado nada

La guerra de Angola ahora también se ha convertido en un tema de negocios. El comercio con gemas angoleñas se ha convertido en un tema crucial para la resolución del conflicto desde septiembre de 1997. De hecho el día 23 de septiembre de 1997, un funcionario de la ONU dijo al periódico sudafricano The Star que si las conversaciones privadas entre UNITA y el Gobierno sobre el botín de los diamantes llegaban a buen puerto, la "normalización del país se produciría inmediatamente." UNITA fue sometida a distintas sanciones y, además, se crearon mecanismos para cortar la principal fuente de ingresos de la organización y obligarla así a cumplir el Protocolo de Lusaka. Independientemente de los esfuerzos realizados, los angoleños ahora padecen una situación mucho peor que antes.

Una cuarta parte de los 12 millones de habitantes de Angola están desplazados, mientras que más de un millón y medio de personas dependen desesperadamente de la ayuda alimentaria internacional. En lo que va de curso escolar, y sólo en la capital Luanda, el Gobierno ha enviado a casa a más de 40.000 niños que tendrían que estar en la escuela.

Luanda no se había visto tan afectada por la guerra, hasta ahora.

La mayor parte de las medidas de reconstrucción o desarrollo aprobadas por el Presidente se realizan en Luanda. Según las estadísticas del Ministerio de Educación, más del 70% de los niños angoleños en edad escolar ya han salido del sistema escolar. UNICEF estima que la mitad de la población de Angola es menor de 15 años.

Desde la publicación del último Global Witness Report sobre Angola, A Crude Awakening, en diciembre de 1999, la reputación de la industria petrolífera en Angola ha quedado empañada y se ha visto asociada a la guerra. Además, recientemente, el Gobierno ha tenido que enfrentarse a unas revelaciones en los tribunales franceses, según las cuales habría violado el embargo internacional de armas en 1993 y 1994, consiguiendo así armas a través de unos negocios con petróleo de lo más obscuros.

Falta de transparencia

Sin embargo, nada ha cambiado. El día 24 de enero de 2001, un grupo de 25 líderes de un pequeño partido político, PADPA, inició una huelga de hambre frente al Palacio presidencial para exigir una explicación por todos estos escándalos. La Policía de Intervención Rápida torturó a algunos de los manifestantes, detuvo a seis y amenazó al presidente del partido con asesinarlo. Una vez más, el Gobierno salió impune.

En Angola, la sociedad civil no presta mucha atención al papel que los diamantes y el petróleo desempeñan a la hora de alimentar la guerra porque ni el Gobierno ni UNITA han sido transparentes ni se han responsabilizado de la renta nacional. Independientemente de cuáles sean los resultados de las pesquisas internacionales y de cuál sea el papel de estos ricos en la guerra de Angola, para la mayoría de los angoleños no serán si no simples excusas para justificar las matanzas. La cuestión clave que todavía queda por tratar en el "Problema angoleño" es el derecho del pueblo a vivir en paz y a disfrutar de la dignidad humana.

Si el tiempo que se ha dedicado a buscar razones políticas y económicas para explicar la guerra se hubiera empleado en alimentar y alentar las nuevas voces en el seno de la sociedad que expresan la voluntad popular, el conflicto de Angola ya no sería, y desde hace tiempo, una cuestión personal de los barones de la guerra. La gente se lanzaría a la calle a debatir y a hablar, así es como debería ser.

Rafael Marques es un representante del Open Society Institutede Angola y además periodista autónomo. Fue encarcelado por el Gobierno de Angola y designado por Amnistía Internacional como Preso por la Conciencia.

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