El papel de los veteranos de guerra en movimientos pacifistas y antimilitaristas

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Regresar a Objeción de Conciencia: Una guía práctica para los movimientos

Wendy Barranco nació en la región centro-meridional de México en 1985. A los cuatro años emigró a los Estados Unidos “ilegalmente”. Se crió entonces en Los Ángeles, California, y a los 17 años se enlistó en el ejército de los Estado Unidos. Después fue desplegada en la llamada “Operación Libertad Iraquí” y se licenció con honores a su regreso. Mientras estaba en la universidad, conoció la organización IVAW (Veteranos de Irak contra la guerra, por sus siglas en inglés) y desde entonces ha actuado como presidenta de sección con ellos, organizando eventos para concienciar sobre el verdadero coste de la guerra, el derecho de las tropas a sanarse y la resistencia entre los soldados, así como a pedir el fin inmediato de la ocupación de Irak y Afganistán. Fue elegida para formar parte de la junta directiva y ha ejercido el cargo de presidenta nacional. Hoy en día es una activista en los campos de derechos de las mujeres, de los inmigrantes y los trabajadores, traumas sexuales militares, antimilitarismo y anti-imperialismo. En este artículo habla sobre todos estos temas.

Como veterana de guerra, mis tres años de servicio en el ejército de los Estado Unidos como médico de combate y mi despliegue en Irak son constantemente cuestionados y suscitan caras de incredulidad. No es ninguna novedad que nosotras, las mujeres, existimos en unas sociedades patriarcales, misóginas y sexistas, siempre “sorprendiendo” a algunos individuos con nuestras capacidades, desde hace miles de años. Si bien a menudo no se nos valora, respeta ni compren-de de forma adecuada, desempeñamos un papel importante en numerosos frentes, entre ellos los movimientos pacifistas y antimilitaristas. Mientras los hombres ricos inician guerras, nosotras tradicionalmente las abastecemos con la sangre y los cuerpos que salen de nuestros úteros. Como productoras de los que se dejan la vida en la guerra, las mujeres hemos sido a menudo un factor crucial y revolucionario para alcanzar la paz, ya que normalmente somos las que más tenemos que perder, ya que nos jugamos la piel en ello. Y aunque no nos la juguemos, sí que tenemos visiones innovadoras del funcionamiento sexista de la maquinaria de la guerra. Sin nosotras, y sin ser escuchadas, el pacifismo y los movimientos antimilitaristas ignorarían lo anterior y serían más débiles por ello.

Si bien aquellos que forman parte de comunidades activistas trabajan por el cambio progresista, no se puede negar que existen muchos aspectos en los que aún debemos evolucionar, sobre todo en lo que se refiere a la igualdad de la mujer. La realidad es que muchos entornos en los que se trabaja por la justicia, el progreso y el cambio, están faltos de un lugar para la mujer como líder y participante activa. Aunque haya unas pocas veteranas de guerra hablando contra el imperialismo y sus repercusiones, como colectivo global aún nos falta conciencia y reconocimiento de igualdad por parte de nuestros herma-nos en el movimiento. Esta falta de conciencia viene no solo de nuestra sociedad actual, sino también de las dinámicas existentes y aplicadas en el servicio militar que se traspasan al sector civil: como el ejército es una institución dominada por hombres, se supone que su réplica también ha de ser dominada por ellos, o al menos centrarse en ellos. En mi experiencia, solo las mujeres más valientes e intrépidas entran en estos entornos y la mayoría no salen ilesas.

Primero, participar activamente en cualquier actividad política o polémica mientras vistes el uniforme, o estás en servicio de cualquier otra forma, está estrictamente prohibido por el Código Uniforme de Justicia Militar estadounidense y puedes ser castigado por el ejército. Segundo, dadas las actitudes machistas presentes en el ejército y que se trasladan a los colectivos activistas, las mujeres sienten que no son valoradas y, en consecuencia, nuestras opiniones y experiencias no se ponen de manifiesto por miedo a sentirnos desplazadas, eclipsadas, marginadas. También hay una falta de sentido de comunidad porque somos pocas las que nos pronunciamos. El tercero y más importante es que debido a la violencia y la cultura sistémica de violación que existe en el ejército, las mujeres temen por su seguridad. Cuando los veteranos de guerra varones entran en los movimientos pacifistas y antimilitaristas, traen con ellos las nociones patriarcales y sexistas aprendidas y aceptadas en el ejército. Para poder tener un foro justo, seguro y acogedor para las mujeres, nuestros hermanos deben aprender a reconocer la importancia de las mujeres en el movimiento. Deben dejar su bagaje sexista y condescendiente en la puerta. Para que los movimientos pacifistas y antimilitaristas tengan éxito, los hombres deben educarse a sí mismos y a otros en las ideas progresistas de igualdad, justicia y respeto por sus hermanas. No podremos conseguir nada si nuestros hermanos no dejan atrás sus comportamientos sexistas.

Si bien las mujeres podemos sentirnos impelidas a abordar este problema, a menudo se convierte en una tarea ineficaz, exasperante y agotadora. Una persona que ha sobrevivido al acoso y la violencia no debería verse obligada a contar su dura experiencia solo por educar a un hombre. Esto no solo no es productivo, sino que también daña a la superviviente. Lo que es más efectivo es que un hermano del colectivo, concienciado y con conocimientos, enseñe, haga cursos y mantenga conversaciones con los nuevos miembros. Se debe subrayar y comprender que este colectivo es un espacio seguro con un código de conducta que se debe cumplir. Los que no sepan asumir los conceptos de respeto mutuo, no solo hacia las mujeres cis, sino también hacia los miembros trans, gays o lesbianas, no podrán permanecer en el colectivo, ya que ponen en peligro la vida de todos los participantes. El acoso sexual, la misoginia, la violencia y el sexismo no serán tolerados.

Aunque nuestros hermanos estén a nuestro lado en la lucha contra el imperialismo, muchos aún no han establecido la conexión entre la guerra y el patriarcado. La guerra de los hombres es una guerra contra las mujeres y la humanidad. Todos los movimientos de justicia social en los que participamos están intrínsecamente conectados y nuestros hermanos deben darse cuenta de ello. En lugar de seguir actuando a partir de sus privilegios como hombres blancos y seguir ciegos a ello, deben percatarse de que sus hermanas se enfrentan a una lucha continúa debido a los puntos de vista de sus hermanos. La guerra contra las mujeres no es externa, sino que reside en el interior de cada persona que no cree que exista.

Para conseguir entender por qué una mujer veterana, o cualquier veterano, no desearía participar activamente en los colectivos antimilitaristas y pacifistas, debemos fijarnos en las dinámicas que se dan en el fuero interno de los veteranos. Yo he observado que la mayoría de los veteranos, hayan sido desplegados o no, sufren de algún tipo de problema mental causado por su servicio: la cultura de la violencia, la deshumanización del enemigo y la falta de respeto por la vida humana dejan una marca indeleble en el alma de un soldado. Incluso cuando ya no visten el uniforme, es casi imposible librarse del lavado de cerebro que tiene lugar en nuestra primera experiencia militar. Al regresar a la vida civil, tenemos que volver a aprender lo que es ser una persona “normal”. Los primeros años después de dejar el ejército son los más tumultuosos para un veterano, mientras lucha por reubicarse. Yo personalmente sufrí de trastorno de estrés postraumático en una de sus manifestaciones: la depresión. Fueron momentos muy oscuros. No surgieron inmediatamente después de mi despliegue, sino más tarde en ese año y empeoraron progresivamente con el tiempo. Tuve la suerte de conocer a miembros de Veteranos de Irak contra la Guerra en la universidad. El activismo con mis hermanas y hermanos se convirtió en una especie de terapia. Pero aquello no era sostenible; dedicaba todo mi tiempo libre, y hasta el que no lo era, al activismo. Mi educación y carrera profesional quedaron relegadas a un segundo plano.

 

A ninguno de los veteranos que conozco le gusta pedir ayuda. Se nos ha inculcado que debemos ser inquebrantables; hemos soporta-do frío, hambre y dolor. Además, la mayoría nos metemos de lleno en lo que hacemos, no hay término medio. Debido a esto, nos centramos en nuestro trabajo y no nos cuidamos como deberíamos. En nuestra comunidad hemos perdido a muchos que se quitaron la vida. Aunque practicamos y predicamos una comunidad de amor, nunca llegaremos a entender los demonios personales a los que un veterano se enfrenta cuando se va a dormir.

El trastorno de estrés postraumático puede manifestarse de muchas maneras, y como comunidad pacifista debemos ser conscientes y aprender más sobre ello. Si bien yo me considero una activista, no me encontrarás fácilmente en una manifestación con miles de personas, no solo porque las aglomeraciones de gente me producen ansiedad, sino también porque los ruidos fuertes aún me disparan señales de alarma. Como colectivo, debemos ser sensibles al hecho de que cada miembro tiene experiencias, necesidades y capacidades distintas. No debemos forzar a los veteranos, ni a nadie, a verse en situaciones o realizar actividades para las que no estén preparados, ya que esto podría tener repercusiones. Debe haber una comunicación abierta y honesta. Finalmente, debemos comprender que el cuidado de uno mismo es primordial y hacer de la disponibilidad de recursos una prioridad.

Es obvio que la guerra causa muertes y lesiones. Los veteranos lo han vivido. Aunque las heridas mentales no son visibles, las físicas lo son, y a menudo requieren mucha asistencia. Aunque muchos veteranos lesionados querrían salir a la calle y trabajar por la paz, el hecho es que viven consumidos por la tarea de mantenerse en vida y cuidar de sí mismos.

Por otra parte, como resultado de sus experiencias militares y sus lesiones físicas y mentales, los veteranos se encuentran luchando para poder encajar en la sociedad civil al acabar el servicio. Las tareas más insignificantes pueden parecer de lo más difícil. Los veteranos que están trabajando en establecerse y mantenerse a flote seguramente no tengan tiempo para dedicarse al activismo. La tarea de conseguir un techo, comida, agua y otras necesidades vitales ocuparán casi toda la vida del veterano. La ciudad de Los Ángeles, donde yo resido, tiene la tasa más alta de veteranos sin hogar y puedo asegurarles que ninguno de ellos mencionaría el activismo como una de sus prioridades. Para que un veterano pueda implicarse de forma sostenible en los colectivos pacifistas y antimilitaristas, debe ser autosuficiente y estable. Esto es mucho pedir cuando ya nos enfrentamos a una epidemia de suicidios y veteranos viviendo en las calles de los Estados Unidos. Los cálculos del Departamento de Asuntos de los Veteranos nos dicen que hay 22 suicidios al día, una cifra bastante conservadora y sinceramente poco fiable, ya que procede de una institución que mantiene a los veteranos en espera y nos niega las prestaciones sociales.

Finalmente, debemos observar la composición del ejército. En el mundo civil hay más o menos el mismo número de hombres que de mujeres, pero en el ejército las mujeres son una pequeña minoría. De la fuerza activa estadounidense solo el 14,5% son mujeres y muchas menos ocupan altos cargos. No es de extrañar, pues, que haya tan pocas mujeres en los movimientos pacifistas y antimilitaristas.

Dadas las dinámicas y las barreras que nos encontramos al intentar conseguir que los veteranos se nos unan, podemos examinar lo que ellas, las mujeres veteranas específicamente, ofrecen a la comunidad pacifista. Lo primero y más importante: traemos nuestras experiencias. Como fuimos presa de la bestia imperialista y hemos vivido dentro de ella, ya conocemos sus modos de operar y lo que se necesita para desmantelarla. Es más, nuestras experiencias ofrecen pruebas irrefutables de la salvajada que es la guerra. Cuando hablo con gente y comparto mis experiencias, siento un despertar palpable en ellos: una cosa es ver la guerra en las películas o en las noticias y otra cosa, bastante incómoda, es verla personificada y en directo.

La mayoría de mis experiencias dentro del activismo han sido de convencer a los ya convencidos, pero algunas objeciones a mis conferencias han sido que mi discurso era “demasiado feminista”, o que demonizaba a los hombres. Por desgracia, muchos hombres no consiguen atar cabos y tener una visión más amplia por sí mismos. La realidad es que las mujeres tenemos una comprensión de la opresión estructural que es vital para entender la naturaleza sistémica del imperialismo que los veteranos varones nunca comprenderán al mismo nivel que las mujeres, especialmente de las mujeres de color como yo. Las mujeres podemos dar testimonio de las consecuencias de la deshumanización y la naturaleza de las atrocidades del imperialismo estructural cometidas a través de la violencia sexual contra soldados norteamericanas y mujeres civiles de Oriente Medio, y en cualquier otro lugar donde haya presencia militar. Existe una cadena global de violencia patriarcal contra la que luchan las mujeres.

Aunque nos encontremos en una sociedad patriarcal, no olvidemos el poder que tienen las mujeres. Madres, hermanas e hijas son fundamentales para el funcionamiento de las sociedades. Como mujeres veteranas, podemos tender puentes de solidaridad y colaborar con mujeres de Oriente Medio, África y otros lugares para construir una vida justa e igualitaria en todo el mundo. En mis viajes he visto que la lucha a la que nos enfrentamos aquí en los Estados Unidos es muy parecida a la de aquellas mujeres en España, Francia o México. Los sistemas de opresión, violencia, sexismo y racismo abundan en todo el planeta. Hay un gran número de ejemplos de mujeres que se están organizando y consiguiendo sus demandas. Las mujeres deberían liderar el movimiento pacifista y sus voces han de ser resaltadas y magnificadas.

Ya que tenemos tan pocos veteranos manifestándose contra el militarismo, e incluso menos mujeres veteranas, debemos cultivar una sociedad de sostenibilidad. No es suficiente tan solo trabajar juntos en la lucha por la paz, debemos también cuidar los unos de los otros sinceramente. Nuestro trabajo continuará solo mientras puedan hacerlo nuestros miembros. Debemos cuidar de nosotros mismos y de los demás. Por eso, no debemos tener miedo a dar un paso atrás y recomponernos. El activista medio suele abarcar mucho y quemarse pronto; una vez quemado, no podrá seguir trabajando y puede pasar una cantidad de tiempo indeterminada hasta que el veterano vuelva a la comunidad activista, si es que vuelve. Si bien todos somos partícipes de este movimiento, debemos ocuparnos de encontrar sustitutos si necesitamos tomarnos un respiro. Uno de mis remordimientos como presidenta de la sección local de IVAW fue el de no instruir a otro líder. Cuando me quemé y desaparecí, no había nadie preparado ni dispuesto a ocupar mi lugar. Hay mucho trabajo que hacer y seguramente no se terminará en un futuro cercano. Por ello, debemos cuidar de nosotros y los demás para poder sostener nuestro trabajo por la paz. Con los veteranos esto es más difícil por el tipo de personalidad a la que se nos ha condicionado y porque la mayoría de nosotros solo conocemos una velocidad: al 100% todo el tiempo. El tema de nuestras vidas es sobrepasar nuestros límites y nunca pedir ayuda. Pero debemos pensar en el movimiento pacifista como un todo y en su sostenibilidad a largo plazo.

Los veteranos encuentran dificultades particulares al readaptarse a la vida civil. Hay una falta de hogares rampante que no es nueva para esta generación de veteranos de Irak y Afganistán; lo mismo sucede con los veteranos de Vietnam. Muchas empresas estadounidenses contratarán antes a un no veterano que a un veterano, por el estigma que eso supone, y en una economía con dificultades donde las oportunidades de empleo son pequeñas, esto es un golpe devastador. Es más, las aptitudes y habilidades que los veteranos obtienen mientras sirven en el ejército no se trasladan fácilmente al sector civil. Todavía no he encontrado una empresa que contrate a soldados especialistas en armas químicas, nucleares y biológicas que no requiera volver a zonas de combate. La norma en la mayoría de círculos de activistas es trabajar sin compensación, como voluntarios. No todas las organizaciones disponen de los medios para remunerar a todos los que trabajan para ellas, por supuesto, pero instituciones establecidas como universidades o muchas iglesias sí que disponen de medios y podrían permitirse pagar por un discurso o una conferencia. Esto permitiría a los veteranos seguir contribuyendo al pacifismo, a la vez que ofrece una fuente de ingresos a alguien que seguramente sería un veterano en paro y en riesgo de perder su casa, especialmente si es mujer.

Nuestra tendencia como sociedad a victimizar a las supervivientes de trauma sexual debe acabar. Esto es nocivo para la superviviente cuando debe revivir su trauma constantemente y se la hace sentir inferior a los demás. Aunque una superviviente quiera compartir su historia, la lástima que se muestra y expresa por los presentes no es productiva y tiene efectos psicosociales negativos en la superviviente. Debemos recordar y comprender que la identidad de la superviviente no es solo la de víctima. Es una composición de muchas partes, una de las cuales es la de superviviente de un trauma sexual. En mi experiencia, cuando cuento mis traumas sexuales en el ejército, solo se me ve a la luz de los hechos acontecidos. No necesitamos pena, ni que nos miren por encima del hombro, necesitamos ser vistas como iguales y con empatía. Mi identidad no consiste solamente en ser víctima, sino que se compone de muchas partes, de las que ser una superviviente es solo una. Debemos cesar como comunidad de exponer y hacer desfilar a las supervivientes para que revivan sus traumas y después verlas como inferiores. Esta práctica concuerda con las nociones patriarcales, sexistas y desiguales de nuestra sociedad.

Finalmente, uno de los mayores obstáculos al que se enfrentan el pacifismo y el antimilitarismo es la percepción de que somos antiveteranos o antisoldados. Si bien la IRG y otras organizaciones asociadas como la IVAW apoyan a veteranos y a soldados en activo, la visión popular de muchos que llevan el uniforme es completamente la contraria. La noción de que el movimiento pacifista odia a los soldados es la predominante en muchas bases norteamericanas alrededor del mundo. Esta visión es perjudicial para el movimiento pacifista, porque no podemos atraer a soldados en activo o veteranos que crean que vamos contra ellos. Una manera de combatir esto es hacer que nuestro mensaje sea claro: protestamos contra la guerra y la violencia, las políticas de los líderes que te enviaron allí, y no aquello de “Yankee, go home!”· La acción tan extendida de manifestarse ante bases militares con pancartas y carteles puede parecer eficiente y productiva a la hora de llamar la atención sobre la presencia militar extranjera en un país soberano, pero esta acción es altamente contraproducente de cara a las tropas presentes en la base. Llegan a la conclusión lógica de que el movimiento pacifista está en su contra. Una alternativa podría ser organizar una manifestación o una sentada ante la oficina o la casa del político que permitió que exista esa base.

El papel del veterano en el movimiento pacifista y antimilitarista es de vital importancia, ya que aporta un valor que no puede ser disputado, el del conocimiento de las instituciones militares y, aún más importante: la experiencia desde las entrañas de la bestia. Igualmente importante es que los activistas veteranos que ya tenemos sean trata-dos con sensibilidad, respeto y comprensión, ya que nos enfrentamos a dinámicas a las que nuestros compañeros activistas no se enfrentan. Si queremos atraer a veteranos y mantener relaciones productivas y duraderas con ellos, debemos ocuparnos de cultivar nuestros entornos para que se sientan bienvenidos como parte de la comunidad. Al final, podríamos no solo alcanzar nuestro objetivo de paz mundial, sino también salvar la vida de un veterano que, de otro modo, acabaría quitándose la vida.

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