Hanna Sofie Utsi: resistencia, minería y cultura sami

Hanna Sofie Utsi

Excavadoras enormes abren heridas profundas en la tierra y las lágrimas corren por mi rostro. La policía ha desalojado a la población local: samis y activistas.

Mis lágrimas son de rabia, pena y desesperación, pero no de impotencia. Para nada. La lucha por Gállok y los samis está lejos de haber acabado. No ha hecho más que empezar.

Los samis son el único pueblo indígena que queda en Europa. Un pueblo con su propia lengua, cultura e historia, y que cuenta con su propio órgano de gobierno democráticamente elegido. Un pueblo del que se podría decir que aún le va bastante bien en el mundo occidental: podemos ir a la escuela, tenemos el mismo sistema sanitario que el resto de la población, el mismo sistema judicial y los mismos derechos civiles. Pero ¿de verdad que nos va tan bien?

En la escuela no nos enseñan nada sobre nuestra propia historia y cultura. Nos imparten educción cívica sueca durante muchos años, pero el conocimiento de la lengua y las costumbres samis es mínimo. A nuestros ancianos les cuesta hacerse entender en su lengua materna cuando van al médico. Los hospitales no tienen conocimiento cultural de las enfermedades psicosociales, en las escuelas no se fomenta la compresión de nuestras prácticas culturales , como el pastoreo del reno, la caza y la pesca. Nos es difícil ser simplemente samis: desde el punto de vista del Estado, el hecho de habernos asimilado es un éxito político.

Mis antepasados podían vivir en paz en sus tierras tradicionales, hasta que los países que llegarían a ser los actuales países escandinavos decidieron que tenían que imponer tributos a los samis por vivir en ellas. Durante ese periodo, los samis tenían que pagar impuestos a tres países diferentes. Fue el comienzo de una colonización que dura hasta nuestros días. Al Estado le daba igual que los samis pagaran impuestos y fueran los propietarios de sus tierras.

Si el Estado encontraba algo de lo que podía apropiarse, se lo apropiaba. La tierra sami, rica en recursos naturales, ha sido vendida una y otra vez a empresas forestales, multinacionales y particulares. Pero las opiniones difieren respecto a lo que significa "recursos". Para mí, "recursos" significa tierra fresca y agua clara de las que animales y humanos puedan vivir a perpetuidad. Para el Estado, "recursos" es algo que puede ser extraído en minas, embalsado en pantanos y explotado. Eso está sucediendo hoy a un paso vertiginoso, sin que los samis puedan decir ni hacer nada al respecto. Vías ferroviarias, animales depredadores, turbinas eólicas y ríos embalsados corren el riesgo de desembocar en la destrucción de nuestra cultura. No podemos preservar una cultura viviendo en un museo. Tenemos que poder vivir.

Hoy, el Parlamento sami no tiene ningún poder. Cuando el Parlamento se creó hace veinte años, la idea era que fuera un órgano legislativo para decidir sobre aquello que nos afecta. Pero cuando se trata de la colonización constante de nuestras tierras, ni el Parlamento ni el pueblo sami tienen voz alguna. Cuando el Estado permitió que las empresas explotaran nuestras tierras a través de generosos incentivos financieros, no tuvimos más opción que la de practicar la desobediencia civil con el fin de forzar un debate y, más crucialmente, impedir que esas empresas expolien nuestras tierras del hierro, cobre, gas y todo lo demás que la Madre Naturaleza abriga en su interior.

Lo positivo es que el Parlamento sami se ha pronunciado unánimemente contra las prospecciones, los nuevos proyectos de minería y la reapertura de minas en tierras samis. Todo ello para tener una posibilidad de sobrevivir, evolucionar y ser el pueblo que queremos ser, y no un simple instrumento exótico al servicio de la política de relaciones públicas del Estado. El Estado tiene que escuchar esto. ¿No podría ser que el Estado no nos quiera aquí , interfiriendo en su venta de nuestras tierras?

Una mina nunca es solo una mina. La infraestructura que se está proyectando actualmente generará un gran corte a través de las tierras y las vías ferroviarias son como trituradoras de carne vivientes. Rebaños enteros de renos son atropellados y, tristemente, muchos quedan allí tirados, gravemente malheridos, hasta que finalmente mueren, o son rescatados por un pastor de renos que se los encuentra.

Estoy en mi propia tierra y tengo que ver cómo la policía ayuda a las empresas extranjeras de prospección a usar la fuerza para destruir nuestras tierras. La tierra convertida en minas nunca más podrá volver a ser lo que fue y el producto residual permanece para siempre, sin parar nunca de rezumar sus venenos. De la tierra y el agua de las que dependemos para vivir ya no quedará nada. Lamento tener que contarles que esto mismo está sucediendo en todo el planeta. Los pueblos indígenas luchan por sobrevivir y proteger sus vidas y la naturaleza. Por ejemplo, mis hermanas en Norteamérica están intentando proteger su tierra y su agua contra un oleoducto. La policía y el ejército están utilizando la violencia para impedir manifestaciones pacíficas, ahora mismo, en Standing Rock. Acuérdense de Wounded Knee.

Lo único que podemos hacer es seguir luchando.

Traducción al inglés: Anna Björklund

Traducción al castellano: Matias Mulet

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