Un negocio brillante

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Peter Kreysler

Angola, desde que alcanzó su independencia en 1975, se encuentra sumida en una guerra civil que no podrá terminar mientras las partes contendientes dispongan de dinero para seguir comprando armas. Peter Kreysler y Elise Fried relatan en este artículo de dónde procede este dinero y en qué condiciones vive actualmente el pueblo de Angola. Desde el puerto de Luanda se extienden suaves colinas que llegan hasta el Océano Atlático, que lanza reflejos azules en la distancia. La brisa fresca del océano es lo único que permite respirar en la multitud de olores que reinan en el mayor mercado negro de África. El mercado debe su nombre, "Roque Santeiro", a una telenovela brasileña del mismo título que se emitió con gran éxito en la televisión angoleña en la misma época en que apareció, de modo clandestino, este mercado. Actualmente acuden a él más de 300.000 personas cada día para realizar sus negocios.

Uno de los efectos de la globalización de signo africano es que hoy se puede comprar prácticamente cualquier cosa en este mercado, siempre y cuando se disponga de los dólares necesarios para pagarlo: no sólo artículos de uso cotidiano, como neveras o remedios milagrosos, sino también mujeres, niños, drogas, medicinas, aviones rusos de combate o sicarios. Las propias autoridades sanitarias angoleñas venden y adquieren aquí los medicamentos para sus hospitales. Evidentemente también se encuentran aquí diamantes en bruto, procedentes de Luena Norte, una región septentrional de Angola en la que se ha atrincherado el movimiento de resistencia UNITA.

Nosotros llegamos a Angola tras la pista del comercio de diamantes, el cual, junto con el petróleo, representa seguramente la mayor fuente de financiación de la interminable guerra civil. Por los recursos que atesora en su suelo, Angola es el cuarto país más rico del mundo. En un futuro próximo podría llegar a ser el mayor productor de petróleo de África. Sin embargo, a pesar de esta riqueza, Angola se encuentra inmersa en una de las guerras civiles más sangrientas del continente africano y en la que más de 500.000 personas han perdido ya la vida. Por si ello no bastara, este país asolado por su propia guerra civil participa también en los conflictos bélicos de su vecino del norte, la República Democrática del Congo. Y --qué casualidadresulta que también ahí se lucha por el poder sobre la explotación de los abundantes recursos minerales. Las contradicciones entre el potencial y la realidad no podrían ser mayores en este vital país. Incluso los propios angoleños ya han desistido de analizar las causas y las estructuras que provocan el eterno fracaso de sus intentos de desarrollo productivo: hablan simplemente de "la situación" y cuando la situación se vuelve todavía peor suelen hablar --sin perder nunca la impasibilidadde "la confusión".

Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU decidió una vez más poner orden en esta confusión, echó la culpa a UNITA e impuso un embargo sobre el comercio de diamantes procedentes de este grupo de resistencia. Se calcula que UNITA ha ingresado, en sólo los últimos cuatro años, unos 3.700 millones de dólares en sus arcas bélicas a partir del comercio de diamantes. El gobierno angoleño opone a esto todos sus ingresos procedentes del petróleo. En un informe de la ONU se expone claramente que numerosos comerciantes internacionales de armas y diamantes se encuentran implicados en este negocio, así como empresas multinacionales de materias primas. También la multinacional petrolera francesa Elf Aquitaine, de propiedad semiestatal, ha vuelto a aparecer recientemente en los titulares de prensa en relación con los escándalos de corrupción en los que también se encontraba implicado el presidente angoleño José Eduardo Santos. Por ello no se sorprende nadie de que Angola sea actualmente el mayor importador de armas de África.

Victor Vunge, un periodista independiente provisto del valor y los contactos necesarios para poder correr ciertos riesgos, me acompaña al mercado Roque Santeiro a la búsqueda de los "senegaleses", quienes controlan allí el comercio de diamantes. A mi lado gruñe lastimeramente un cerdo que acaba de ser vendido. Su presencia sólo se detecta por sus gruñidos y por el hocico que sobresale de un saco de maíz. Mientras su nuevo propietario se aleja con el escuálido cerdo sobre una carretilla, emerge de las sombras un hombre que se acerca a mí y me habla en francés. Tras algunas explicaciones entiende lo que buscamos y nos da una dirección en los suburbios de Luanda. Ahí se encuentran la mayoría de los "establecimientos" de los africanos occidentales. Mientras tanto, cada vez más ojos fijan su mirada en mí. Es hora de irse, antes de que me encuentre en serios aprietos.

A pesar de que los suburbios se extienden alrededor de Luanda de un modo inabarcable, conseguimos dar con nuestro nuevo interlocutor, un hombre llamado Santiago Domulango. Santiago tiene amigos que se sumergen en busca de diamantes en los ríos de Lunda Norte. "No tenemos más que un bote hinchable con un compresor muy sencillo. El buceador se coloca una manguera en la boca e intenta recoger tantas piedras como puede con un tamiz, que un tercer hombre iza y vuelve a sumergir desde la superficie. Nuestra recolecta del fondo del río es la mejor y eso provoca que a menudo haya forcejeos bajo el agua. A veces el agua se tiñe de rojo", cuenta con sobriedad.

"La recolecta se reparte y los buceadores se quedan la mayor parte. Entonces vendemos las piedras a los intermediarios. Muchas veces son también los propietarios de las licencias de derechos de excavación que expiden los alcaldes de los pueblos. Pero cuando se corre la voz de que en un trecho del río la recolecta es especialmente buena también se enteran los militares. Entonces vienen con un gran despliegue de hombres y llevan a cabo una breve acción militar, con la que expulsan rápidamente de allí a los carimpierus, que así se llaman los excavadores, para explotar ellos mismos ese trecho del río. Es normal que se produzcan muertos durante estas acciones, y los supervivientes se van a probar suerte en otras zonas. A menudo, los carimpierus tienen que excavar hoyos profundos en los lechos de los ríos secos para arrancar las piedras del duro suelo. Las sencillas construcciones que levantan para apuntalar las excavaciones a menudo se derrumban, sobre todo en la estación de lluvias en que el suelo está más blando. Como los posibles beneficios son muy grandes, la gente corre una y otra vez este riesgo y a menudo lo paga con la vida." Santiago se apresura a asegurar entonces que él se propone abandonar el comercio ilegal de diamantes y "la confusión".

Entramos en la delegación angoleña de la empresa De Beers. Una multitud de personas se apresuran por los oscuros corredores y dejan pisadas de barro rojo sobre el reluciente suelo de mármol blanco. A comienzos de semana parece que todos tengan una prisa especial por llegar a sus oficinas, lo cual supone subir muchas escaleras. El alto edificio no posee un solo ascensor que funcione y sólo una de cada dos oficinas se encuentra en un estado funcional. Una de las paredes del tercer piso exhibe un gran agujero. En el sexto piso, una mujer, de rodillas y tarareando por lo bajo, intenta eliminar pacientemente con un trapo blanco las pisadas rojizas que dejan los empleados.

A partir de la décima planta se abre otro mundo. Aquí tiene su sede la multinacional De Beers. De repente nos vemos rodeados por recias y acorazadas puertas de acero, timbres de teléfonos y la mirada inerte de las omnipresentes cámaras de seguridad. En las salas hay mesas vacías y limpias que antiguamente habían servido para clasificar por calidades los diamantes en bruto. Pero De Beers dejó de comprar diamantes en Angola hace tiempo. Los puestos de trabajo están abandonados. Esta planta de oficinas se podría encontrar en cualquier lugar del mundo.

Anne Pereira, la portavoz de prensa de De Beers, nos recibe con amabilidad. Hasta al cabo de un rato no me doy cuenta de que le falta una pierna. Anne Pereira es una de las muchas víctimas de las minas terrestres. Cada día tiene que ascender los lisos escalones de mármol de doce plantas para llegar a su despacho.

La gente lucha cada día por su lugar en el mundo. Abajo, en la calle, una mujer carga en la espalda a sus hijos envueltos en hatillos a la vez que hace equilibrios con dos grandes cubos de agua de dudosa calidad. Va ascendiendo por una empinada calle horadada por profundos baches. La mujer intenta sortearlos sin que la atropelle alguno de los coches que se desvían de pronto de su camino. Estas personas están dotadas de una energía como nunca habíamos visto en la vida. A su alrededor ruge una guerra que le ha costado a cada familia angoleña al menos una víctima mortal o un mutilado. Y tan sólo subir una colina o los doce pisos de un edificio de oficinas para ir al trabajo exige toda su concentración y esfuerzo. Tal vez éste sea el motivo de que estas personas no parezcan trastornadas; seguramente la guerra, después de todos estos años, se ha vuelto algo normal para ellas. Esta demencia cotidiana es para los angoleños la normalidad o, como dicen ellos, "la situación".

Victor nos lleva esa misma tarde a conocer al periodista Rafael Marques, una de las personalidades más carismáticas de Angola. Nos encontramos con Marques en su casa, justo al lado de los asentamientos de diversas organizaciones de cooperación internacional. Esta cercanía le ofrece una cierta protección contra los habituales asaltos nocturnos. Marques nos saluda con la noticia de que acaba de ser condenado a seis meses de prisión a causa de su trabajo. Seis meses de prisión: eso puede resultar mortal en Angola. Por ello le pregunto si hablar con nosotros no puede traerle más problemas. "Ya tengo ahora grandes problemas, como todo este país, ya no puede venir nada peor", responde él con una sonrisa amistosa.

"Para Angola sólo existe de momento la elección entre dos demonios. Uno se llama José Eduardo dos Santos, el presidente del Estado, y el otro, Jonas Savimbi, el jefe de los rebeldes. Del mismo modo que UNITA se enriquece con los diamantes ilegales, también los generales del gobierno del MPLA tienen sus propias minas. Ambas partes se aprovechan del caos generado por el vacío de poder. El gobierno dilapida la riqueza del país vendiendo las concesiones petrolíferas de las costas angoleñas a las petroleras internacionales. Nadie sabe lo que obtienen por ellas. No existe ningún tipo de transparencia en el negocio. Lo más probable es que el dinero vaya a parar a los bolsillos de los políticos o que se utilice para comprar armas que permitan mantener la aventura militar en el Congo."

Marques cuenta son indignación que "el gobierno ha derrochado durante el último año más de 250 millones sólo en automóviles de lujo. Eso supone más de lo que gastan en sanidad o alimentación. Estos coches de lujo se utilizan para sobornar a los parlamentarios, también a los de la oposición. El pueblo llama despectivamente al parlamento, frente al cual se aglomeran, en el barro de las calles, los cochazos de fabricación alemana, el Audi-Torium."

Marques cree a pesar de todo en la gente de Angola y está convencido que pronto habrán llegado al colmo de su paciencia con los tiranos. Sin embargo, ve también la intricada mezcla de intereses: "Las multinacionales como Chevron o Elf Aquitaine hacen sus mejores negocios en tiempos de guerra. Y a la ONU no le interesa ensuciarse las manos aquí. Cree que con su actual embargo al negocio de diamantes ilegales ha adoptado una postura política limpia. Pero Angola está tan sucia y fangosa como nuestras calles. No queda otro remedio que ensuciarse las manos si queremos sacar al país del lodo en que se encuentra metido. Pero quizás haya que hacer caer a uno de los demonios antes de que el otro también pueda ser vencido", concluye pensativo.

Al día siguiente nos encontramos con Jonathan en Luena. Su padre era todavía propietario de una plantación de café. Ya al principio de la guerra civil se desmoronó el negocio del café en Angola, en ese entonces el tercer mayor productor del mundo. El padre de Jonathan tuvo suerte porque en su propiedad se encontraron diamantes. Pero fue el hijo, auténtico negociante de la joven generación, el que empezó a extraerlos. Jonathan aprendió rápido que no tenía mucho sentido vender los diamantes directamente a los comerciantes o compradores de la empresa estatal ENDIAMA. Acompañamos a Jonathan con un puñado de diamantes a visitar a los comerciantes de África occidental. Justo al lado de la valla del aeropuerto de Luanda empiezan las chabolas de barro de los suburbios. Aquí conviven refugiados de todos los rincones del país con los comerciantes que hacen sus negocios a la sombra de la corrupción dominante.

A lo lejos se puede oír el zumbido de los pesados aviones rusos de mercancías que suministran los productos de primera necesidad al interior del país. El Programa Mundial para la Alimentación (WFP) debe abastecer diariamente, por medio de un puente aéreo, a un millón y medio de personas en un país que, de no ser por la guerra, sería extremadamente fértil. Desde que empezó la guerra hace varias décadas, el país está sembrado de minas y sólo un cuarto del suelo se puede utilizar todavía para la agricultura. Esto supone también una tragedia, pues Angola era aún en los años cincuenta el granero de África.

Jonathan y dos comerciantes se han retirado a un cuarto trasero. Durante las largas negociaciones secretas, los "senegaleses" nos ofrecen té con menta, siguiendo la tradición de África Occidental. Los demás conversan en sus lenguas autóctonas. Nadie sabe a ciencia cierta con qué se está negociando aquí. Tras otra media hora vuelven a aparecer Jonathan y los comerciantes con una expresión de evidente satisfacción. La mercancía de Jonathan es muy codiciada en el mercado mundial debido a su especial calidad, sobre todo desde que De Beers, el gigante del comercio de diamantes que controla el negocio en todo el mundo desde siempre, tuvo que doblegarse a la directiva de la ONU de vender solamente "diamantes libres de conflicto".

Sin embargo, la calidad de estos diamantes, extraídos con gran esfuerzo de las minas, es considerablemente inferior a la de los diamantes aluviales que se encuentran en los lechos fluviales y que se explotan ilegalmente debido al relativo poco trabajo que suponen. Tom Tweedy, portavoz de la empresa De Beers, ya nos había confirmado en Johannesburg que los diamantes angoleños del tipo aluvial son de una rara pureza y, por ello, muy codiciados en el mercado de diamantes de Amberes.

"Mientras que el gobierno angoleño tiene que enviar inmensos tanques de petróleo a las naciones industrializadas para financiar su guerra, UNITA puede transportar su valiosa mercancía en pequeñas bolsas. El valor condensado de estas raras piedras sólo se puede comparar al del plutonio. Y a veces tengo la impresión de que provocan la desdicha en iguales proporciones", comenta Tweedy en un sorprendente acto de autocrítica. Pero ya en la siguiente idea vuelve a la cuestión de los beneficios: "A pesar de que los diamantes de río sólo representan un pequeño porcentaje de la mercancía, pueden afectar también al negocio por entero".

Otros representantes de la industria se preguntan asimismo si el embargo sirve para algo. En un informe de la ONU de reciente aparición se calcula que, tan sólo en el segundo año del embargo, UNITA se ha embolsado 250 millones de dólares por piedras ilegales. La ONU debería reconocer que imponer un embargo sobre una mercancía tan difícil de controlar como las piedras preciosas es quizás una estrategia equivocada, ya que, al fin y al cabo, los diamantes representan sólo una parte de toda una variedad de valiosos recursos minerales.

A Ninchendo, portavoz del consejo de administración de DEBSWANA, la mayor mina de diamantes del mundo en la pacífica y democrática Botswana, le preocupa que un boicot contra la compra de los denominados "diamantes sangrientos" no sólo afecte a las regiones conflictivas de África como Sierra Leona, Angola y Congo, sino que también acarree graves consecuencias económicas a las jóvenes democracias meridionales de África como Botswana, Namibia y Sudáfrica.

Como muchos políticos africanos, Ninchendo también insiste en otro medio más eficaz contra los interminables conflictos en torno a las materias primas del continente. "Si se quiere acabar con las guerras en África se tendrá que imponer un embargo contra las armas. Pero esto afectaría notablemente a las naciones industrializadas del norte en las que se fabrican las armas y donde ningún político quiere poner en peligro los puestos de trabajo".

Eli Haas, presidente del Club de Comerciantes de Diamantes de Nueva York expone, desde el punto de vista de los comerciantes, dónde radica el problema del control de las gemas: "El punto de intersección lo constituyen los comerciantes. Ellos adquieren las piedras sin tallar en África, se las suministran a los talladores de Amberes y las venden después, ya talladas, a través de la Bolsa de diamantes a los usuarios últimos, los joyeros. Si llegamos a controlar este punto de intersección podremos controlar el mercado. Pues una vez la piedra ha sido tallada es imposible conocer la procedencia de la gema, ha perdido su marca de origen. Intentaremos controlar este punto de intersección. Sin embrago, a partir de este informe que acaba de publicar la ONU tenemos que partir de la base de que UNITA está montada sobre una montaña de valiosas piedras y esto supone una tentación muy grande para las ovejas negras de nuestro sector que desean ganar dinero rápidamente."

Justo antes de subir al avión tenemos ocasión de vivir otra más de las contradicciones de este país. Con un celo y un empeño que resultan casi embarazosos, los aduaneros se aseguran de que no saquemos del país un billete de 50 millones de quansa, la moneda nacional. Su valor no sobrepasa los 30 centavos de dólar. En cambio, nadie se ocupa de revisar nuestro equipaje. Cada uno le podría haber comprado un diamante en bruto de 50 quilates al humilde maestro de suburbio que con tanta cautela y simpatía nos los había ofrecido, y lo podríamos haber colado a través del control del aeropuerto. En este desgarrado y maltratado país, en el que la gente lucha desde hace décadas por su supervivencia, los principales sistemas de control tienen tantos agujeros como un colador, especialmente cuando se trata de estas pequeñas y refulgentes piedras.
Traducción al castellano: Matias Mulet

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