El papel de los movimientos de base en el desarrollo de procesos de paz

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Rafa Sainz de Rozas

No
tenemos más que fijarnos en el último de los llamados "Procesos
de Paz" que hemos podido seguir a través de su reflejo en los medios de
comunicación de todo el mundo: Irlanda del Norte. Mitchel, Blair, Adams,
Trimble, Ahern...la política convencional y sus líderes
(masculinos) monopolizan los grandes titulares en torno a los acuerdos de paz.
¿Dónde están los grupos y movimientos de base que, durante
años, han venido luchando por la paz en Irlanda? Por supuesto, hay que
tener en cuenta que los procesos sociales de cierta complejidad resultan menos
atractivos para la prensa que la foto del año: dos antiguos enemigos
irreconciliables (masculinos) dándose la mano.

Sin embargo, la falta de atención de los medios no puede ser la
única explicación. No podemos ignorar el hecho de que, en
aquellos escenarios en que la violencia asume un papel protagonista, los
movimientos de base por la paz lo tienen difícil para llegar a jugar un
papel relevante en la consecución de acuerdos de paz. A veces da la
impresión de que, en tales casos, prefieren concentrar sus esfuerzos en
iniciativas de "construcción de la paz", mientras que las tares de
"establecimiento de la paz" y "mantenimiento de la paz" se dejan en manos de la
élites. Se trata de una actitud preocupante, si tenemos en cuenta que
ninguno de estos tres aspectos puede ir disociado de los otros dos, y que si se
quiere dar una solución estable al conflicto, los tres han de abordarse
de forma combinada, simultáneamente y de forma coherente. De hecho, la
debilidad y eventual fracaso de muchos procesos de paz, desde la propia Irlanda
del Norte en los años 70 hasta Camboya e Israel-Palestina en nuestros
días, se explican en gran parte por las contradicciones que se observan
entre el modo en que se alcanzan los acuerdos de paz, los sistemas que se
establecen para mantenerlos y las estrategias dirigidas a la
reconstrucción y reconciliación social.

Perspectiva de género

Esta necesidad de
abordaje coherente de los tres enfoques clásicos de los procesos de paz,
se hace aún más evidente si analizamos la cuestión desde
una perspectiva de género. El protagonismo masculino en este campo
resulta especialmente insultante, si tenemos en cuenta que, en primer lugar,
son las mujeres las que sufren en mayor medida las consecuencias de un
conflicto violento; en segundo lugar, las mujeres suelen encontrarse en mejor
situación que los hombres para encontrar vías de mediación
y satisfacción mutua entre comunidades con intereses en conflicto; por
último, son ellas quienes suelen jugar un papel decisivo a la hora de
poner en marcha los programas de reconciliación, reparación y
desarrollo económico imprescindibles para hacer que el proceso sea
viable. Y sin embargo, tal como se puso de manifiesto con toda claridad a lo
largo de las reuniones sobre "El género de los procesos de paz", a las
que vienen asistiendo desde Noviembre de 1996 gran número de mujeres
palestinas e israelíes, nadie parece pedirles su opinión cuando
se trata de abordar el conflicto o de valorar las soluciones propuestas.

Los retos a los que nos enfrentamos

Está claro
que, cuando los grupos de base se plantean intervenir en un proceso de paz,
pretenden hacerlo desde una perspectiva diferente. Sin embargo, no basta con
tener claro un marco de ideas y valores alternativos. Es necesario estar
conscientes de que las realidad de dichos procesos nos plantea un gran
número de dificultades y retos, que además pueden variar mucho de
un lugar a otro.

Una primera dificultad es que los grupos que simpatizan con los planteamientos
antimilitaristas tienden a sentirse decepcionados y distanciados de ciertas
partes del proceso, y ello por dos razones:

Por un lado, por el mismo concepto de paz al que hacen referencia. No olvidemos
que en este tipo de procesos se trata tan sólo de poner fin a conflictos
en que, al menos una de las partes, ha hecho uso de la violencia armada, o bien
ha habido una presencia significativa del factor militar para preservar el
status quo. Pues bien, por muy urgente y necesaria que resulte en este contexto
la solución a la que se haya podido llegar, tiende a verse como una
forma muy pobre de entender el auténtico significado que la palabra Paz
adquiere desde una perspectiva pacifista. Después de todo, pensamos, si
fuera un auténtico proceso de paz, ¿No debería llevarnos a
hacer realidad la Revolución Noviolenta? En consecuencia, cuando vemos
que no es así, y que todo lo que se pretende es una
"pacificación" con ciertos visos de permanencia, puede producirse una
decepción que nos lleve a concentrarnos exclusivamente en las tareas de
"construcción de la paz", con lo cual los valores y las formas de
trabajar de los grupos de base están ausentes en aspectos tan vitales
como son el "establecimiento" y el "mantenimiento" de la paz.

Por otro lado, la "paz" suele lograrse en estos procesos a partir de
consideraciones de "realpolitik", mientras que la labor de los grupos
pacifistas tiende a guiarse por consideraciones y valores de carácter
moral. Esta es la razón de que, con frecuencia, los grupos
antimilitaristas hayan tenido una postura bastante crítica hacia
movimientos por la paz de carácter populista (en Euskadi, Irlanda del
Norte, Israel-Palestina, Serbia...) ¿Debemos limitarnos a intentar lograr
el fin de la violencia armada, o debemos tratar de tomar parte en la
definición misma del conflicto? Inevitablemente, tendremos que
enfrentarnos con cuestiones de legitimidad del uso de la violencia, y no
sólo por lo que se refiere a los grupos rebeldes, sino, una vez
alcanzado el acuerdo, también habrá que tomar postura (no como
cuestión de principio, sino desde un punto de vista práctico) en
torno a la conveniencia de aceptar el monopolio del Estado sobre el uso de la
violencia. Todo ello, además, no será consecuencia de un
análisis frío desde fuera, sino que, si se trata de un
auténtico grupo de base, identificado con la situación de
injusticia en la que surge el conflicto, tendrá que ver con las
relaciones que el grupo en cuestión mantenga con las partes en
conflicto, y con el conflicto en sí mismo.

Amplia variedad de casos

Aún sin salirnos del
concepto limitado que venimos utilizando al hablar de "procesos de paz",
podemos estar haciendo referencia a una amplia variedad de casos, cada uno de
los cuales tiene características propias. Ello hace que el papel que los
grupos de base a la hora de enfrentarse y valorar un conflicto pueda diferir
sustancialmente de un caso a otro: Por dar tan sólo algunos ejemplos
bien distintos:

Podemos estar hablando de un escenario de lucha guerrillera, en la que (como en
el caso de algunos países latinoamericanos) a la falta de mecanismos
democráticos y el genocidio contra la población indígena
se ha unido la imposición de una situación económica
injusta, todo lo cual deja el país en manos de una oligarquía y/o
de empresas multinacionales. El papel del ejército en el mantenimiento
del status quo lleva a una violación masiva de los derechos humanos.
Cualquier posibilidad de protección efectiva por parte de un sistema
independiente de justicia parece más teórica que real. Por otro
lado, el paraguas protector que pueden brindar ciertas instituciones no
gubernamentales relativamente influyentes - en particular las distintas
iglesias - puede ser utilizado en forma efectiva hasta cierto punto,
dependiendo del tejido social existente en cada caso concreto. Este
sería ciertamente el caso de países como Guatemala, y
también, hasta cierto punto, el de El Salvador y Chiapas.

También en Latinoamérica encontramos casos como los del Cono Sur,
que comparten algunas de las características mencionadas anteriormente,
si bien el elemento indígena juega un papel comparativamente menor -
aunque aún existentes, las comunidades indígeneas han sido
exterminadas de forma más sistemática. Países como
Argentina, Uriguay y Chile no tienen conflictos guerrilleros en este momento
pero, habida cuenta del papel que juegan sus ejércitos y aparatos
policiales en el intento oficial de olvido de la memoria histórica y en
el mantenimiento de la "estabilidad" del sistema, difícilmente puede
decirse que las dictaduras y luchas armadas de los años 70 y principios
de los 80 hayan encontrado su final tras un proceso de paz digno de tal nombre.
Paraguay y Brasil han salido también de dictaduras militares, pero la
composición de sus sociedades civiles es diferente en muchos aspectos, y
también lo son las posibilidades que los grupos de base tienen de
resistir y de luchar por un cambio social y económico.

Ciertamente existe una lucha armada en Europa occidental (Irlanda del Norte,
Euskadi, Córcega), basada en una mezcla de razones nacionalistas y
económicas. Sin embargo, tiene lugar en el contexto de un momento
especial de integración de parte de Europa, que probablemente
marcará de forma notable las posibilidades de los distintos actores del
conflicto, al afectar al papel de la sociadad civil, los recursos
económicos y políticos de que pueden hacer uso, el contexto
internacional en que sus reivindicaciones buscan legitimación.

Sudáfrica, Oriente Medio, los Balcanes, Chechenia, Turquía,
Camboya, Timor Oriental, Birmania, Ruanda, Congo... Los movimentos de base
juegan papeles enormemente interesantes en todos estos casos, pero no siempre
resulta fácil encajarlos en categorías preestablecidas.

El desafío de la economía

La
economía representa otro importante reto al que la acción
política de los movimientos de base debe hacer frente. En ocasiones
representa el elemento determinante en la evolución del conflicto armado
(como se observa, por ejemplo, al analizar el papel jugado por las grandes
corporaciones mineras multinacionales -incluyendo empresas de la
Sudáfrica de Mandela - en el modo en que la guerra del Congo fue ganada
por los rebeldes). El factor económico puede ser, y de hecho lo es en
la mayoría de las ocasiones, la clave de la estabilidad del
régimen que emerje de un conflicto armado, o bien un elemento decisivo
en el proceso de profundización en la democracia una vez que, terminada
la situación de guerra o conflicto armado, la atención de los
medios de comunicación internacionales se vuelve hacia un nuevo
escenario. ¿Tienden los movimientos de base a concentrar sus esfuerzos en
las necesidades primarias de la gente, pero relegando sin embargo a un segundo
plano el trabajo en un ámbito tan fundamental como éste?
¿Cómo conseguir que, sin renunciar a sus valores alternativos, sus
propuestas sirvan para poner en marcha iniciativas prácticas y
viables?

Crímenes de guerra y castigo a los
culpables

Los crímenes de guerra y su castigo es otro de los
componentes de gran parte de los procesos de paz, con los que los grupos de
base suelen tener dificultades. Históricamente, tanto en la
teoría política como en la práctica de los procesos de
paz, se observan tres modos básicos de abordar la cuestión.

En primer lugar, la vía de la "víctima expiatoria": algunos
culpables pagarán por todos los que lo fueron. Su sacrificio
redimirá así a la comunidad, que no verá así
hipotecado su futuro por la necesidad de mirar constantemente al pasado para
establecer responsabilidades por lo sucedido. Un mecanismo así fue
utilizado, si bien no explícitamente, en el tipo de "proceso de paz"
habido tras las dictaduras argentina y uruguaya, donde las leyes de punto final
y el concepto de obediencia debida sirvieron para ignorar la responsabilidad de
todos los represeores salvo los líderes de la Junta (si bien de forma
simbólica, teniendo en cuenta el alcance de los indultos otorgados al
poco tiempo de las condenas). Otra vía es la de alcanzar un acuerdo
entre las partes en conflicto, como ha sido el caso en América Central,
mediante el cual nadie es castigado. Naturalmente, algunas personas son
relevadas de sus cargos de responsabilidad - previa asignación de una
sustanciosa pensión de retiro - pero lo que la sociedad exige para
superar el problema de los crímenes, no es mas que el reconocimiento de
lo ocurrido, de forma explícita y recíproca por ambas partes - en
forma de "comisiones de la verdad" y similares -, y la creación de
mecanismos que eviten que vuelva a suceder. En tercer lugar tendríamos
el método que, al menos en lo que se refiere a la gestión de
delitos "normales" dentro de una comunidad, correspondería
teóricamente a un nivel superior de desarrollo humano y social: un
juicio justo de todos los culpables, que tendría lugar ante un tribunal
internacional en caso de que se trate de genocidio o crímenes contra la
humanidad. Un tribunal de este tipo puede tener caracter ad hoc - como los de
Ruanda o la antigua Yugoslavia - o bien permanente, como el que ha sido
diseñado recientemente en Roma, bajo los auspicios de la ONU.

Pues bien, todos estos métodos han demostrado ser de algún modo
efectivos de cara a dar estabilidad a los procesos de paz en que han tenido
lugar, y sería un error pensar que sólo uno de ellos resulta
legítimo o adecuado en todos los casos. Sin embargo, a la vista de las
contradicciones que todos ellos pueden crear a un grupo antimilitarista, cabe
preguntarse ¿Que actitud vienen observando los grupos de base en
relación a cada uno de ellos? En el caso del tercero, de especial
relevancia en el contexto geográfico en que se celebra la Trienal,
¿Cómo se enfrentan a cuestiones tales como la necesidad de detener
a los culpables, el establecimiento de un código de delitos y sanciones,
la observancia de garantías procesales, la ejecución de las
penas? ¿Tienen estas cuestiones alguna relevancia para ellos o bien su
trabajo se desarrolla a un nivel completamente distinto?

Todo esto no es más que una pequeña reflexión sobre
distintos aspectos de nuestro trabajo, que sólo podremos abordar en la
medida en que seamos capaces de mirar con ojo crítico nuestra propia
realidad como grupos de base. El problema no es quién acaba atrayendo la
atención de los medios. Lo que buscamos no es que nos presten
atención, sino conseguir tener una presencia efectiva en los procesos de
paz, de modo que de ello resulte algo tan cercano como nos sea posible a la
auténtica paz por la que todos y todas luchamos.

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