Compartiendo historias entre generaciones: Historia, memoria e identidad

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Florencia E. Mallon
Departmento de Historia
Universidad de Wisconsin-Madison, EE. UU.

Desde el promotor de salud que se remangó la camisa para mostrarme las marcas violáceas que en sus muñecas había dejado la corriente eléctrica, hasta la madre que recordaba haber corrido con su niño de dos años apretado al estómago para protegerlo de las balas, en la comunidad todos tenían una historia para compartir. Por años cada historia se había guardado, con miedo y dolor, en el fondo de un solo corazón. Pero a partir de 1996 se empezaron a compartir en los campos y en las cocinas, rearticuladas para volverse comprensibles a una persona de afuera. Al mismo tiempo estas narrativas adquirieron nuevo significado para sus protagonistas, y también para los otros familiares y miembros de la comunidad que las lograron escuchar. Al formar parte de un solo tejido de experiencia comunitaria, estas múltiples hebras recrearon un dramático pasado, lleno de heroísmo y de sacrificios inimaginables. Estas narrativas, al reabrir una historia local de opresión, resistencia, enfrentamiento y sobrevivencia, se convirtieron en una ventana a través de la cual varias generaciones podían verse hoy más claramente, y quizá soñar un futuro diferente.

En diciembre de 1970, la comunidad Mapuche de Nicolás Ailío, en la región centro-sur chilena de La Araucanía, participó en la toma ilegal del fundo Rucalán, predio que luego fue incorporado al sector de reforma agraria durante el gobierno de la Unidad Popular. Después de dos años y medio de prosperidad apoyada por el estado, esta misma comunidad se volvió blanco de la represión antes, durante y después del golpe militar que derrocó violentamente a Salvador Allende y su experimento de socialismo en democracia. Las familias de los activistas más fuertemente afectados por la represión sufrieron una pobreza tan extrema que, por varios años, la única fuente de comida para los niños era un comedor popular organizado por la iglesia católica. En 1996, seis años después de la vuelta a la democracia, la comunidad de Ailío solicitó con éxito un subsidio de tierras, lo que llevó a la compra de un fundo y a la división de la comunidad en dos partes, una que se quedó en el lugar original y la otra que se mudó al nuevo predio.

Para la nueva generación que creció en dictadura, esta historia resulta borrosa y difícil de comprender. En las palabras del hijo de un importante dirigente, quieren saber ¿"por qué es que se tomaron Rucalán, papá"? La respuesta que buscan no es política ni estratégica, aunque ésta sea la respuesta más fácil de elaborar para sus mayores. Quieren ubicar la historia de sus familias y de su comunidad en un mapa moral, emocional y personal. De otra forma sólo seguirán rechazando "la politica" que les ha traído tanto sufrimiento. Al mismo tiempo sus padres, que estuvieron presos y fueron torturados, que vieron hacerse pedazos su sueño de participación y prosperidad, difícilmente pueden penetrar la pared de sufrimiento y de dolor que los separa de su antiguo mapa moral y emocional. A veces los recuerdos son una herida física. Duelen más con la humedad o con el frío, o con el cansancio físico del trabajo en el campo. Otras veces se transforman en herida emocional, un tajo en el alma o en el corazón que duele con el toque del recuerdo. A menudo el silencio es el camino más fácil, aún cuando las preguntas y memorias sigan flotando en ese espacio de malentendidos entre las generaciones.

Cuando los dirigentes me invitaron a presentar mi proyecto de historia comunal a la asamblea de la comunidad, acordamos empezar la recolección de las historias orales. Usando las historias de vida de diecisiete miembros distintos de la comunidad y una variedad de otras fuentes, entre documentos y periódicos, localizados en los archivos regionales y nacionales, he producido un libro de historia y etnografía colectiva que le sigue la pista a la comunidad de Ailío dese su origen en las primeras décadas posteriores a la conquista militar del pueblo Mapuche (1884) hasta nuestros días. En esencia, este libro usa las memorias y perspectivas de los mismos miembros de la comunidad para contestar a la pregunta, ¿"por qué se tomaron Rucalán"?

Sin embargo, al rehilvanar sus historias y memorias para incluirlas en el libro, la gente también ha recordado divisiones, diferencias políticas y resentimientos que se han acumulado entre las facciones o familias a lo largo del medio siglo anterior. Comenzando con un desacuerdo sobre la participación en la toma de Rucalán, estas divisiones se profundizaron con la represión y la pobreza que siguieron al golpe militar, llegando también a definir quiénes lucharon por la nueva tierra. En última instancia, la gente que recibió y se asentó en el ex-fundo comprado por el estado en 1997, era en general la misma que había participado en la toma más de veinte años atrás.

Como había comenzado a trabajar con la comunidad antes de que se dividiera en dos, entre 1997 y 2001 he compartido y discutido los resultados de la investigación con ambas comunidades, y he recibido sugerencias y reacciones de las dos. Ultimamente, cuando llevé un primer borrador completo del libro a Chile en agosto de 2001, las dos comunidades colaboraron para organizar una reunión en conjunto en la cual leímos y discutimos partes del manuscrito. Hice seguimiento en reuniones por separado en cada comunidad, donde leímos y discutimos trozos adicionales. Todas las reacciones y sugerencias, todos los comentarios recibidos, se tomarán en cuenta al producir la versión final del libro. Basándome en esta experiencia, creo que es posible usar la narrativa y la recuperación de la historia como herramienta de concientización que ayude a inspirar el activismo de las nuevas generaciones y de diferentes facciones en la comunidad. Me apoyo también en las reacciones que tuvieron las diferentes generaciones y grupos de la comunidad de Ailío al leer públicamente partes del manuscrito este pasado agosto.

Leer en voz alta y en público fue realmente la mejor estrategia que seguimos, especialmente si tomamos en cuenta los distintos niveles de alfabetización en las diferentes generaciones. Al escuchar oralmente parte de la historia, las personas llegaron a conocer las experiencias de sus vecinos o, a veces, escuchar su propia historia en un contexto nuevo. También se revivieron las experiencias en un contexto colectivo, lo que permitió imaginar una identidad y una historia en común. A veces esto se vivió a través de la identificación directa con la experiencia de otro. Un anciano que no podía leer, por ejemplo, al escuchar un relato de la pobreza de su generación que me había facilitado otra persona, empezó a llorar y dijo que sí, así había sido, no habían tenido zapatos, y que al regresar a la casa después de un largo viaje y lavarse los pies, se daban cuenta que estaban sangrando. Leer en voz alta una narrativa común de la opresión y la resistencia también le permitió a la gente que hoy tiene resentimientos el uno con el otro, sean éstos políticos o personales, pensar desde otra perspectiva las experiencias en común, esa historia compartida que originalmente los hizo parte de una sola comunidad. Una de estas personas, que hoy en día es dirigente de la parte de la comunidad que se quedó en el sitio original, llegó a la discusión con un cierto grado de hostilidad y escepticismo, pero al despedirse comentó que el libro "había quedado bien".

Los dirigentes en particular expresaron el deseo de que el libro ayudara a las generaciones jóvenes a comprender la historia de su comunidad. Se discutió bastante sobre cuál sería el método más acertado para involucrar a jóvenes y ancianos en discusiones adicionales del texto. Jóvenes universitarios y estudiantes de enseñanza media estuvieron presente en las reuniones de lectura, y en la mayoría de los casos lograron apropiarse de una copia del manuscrito para seguir leyéndolo posteriormente. Hace poco recibí un correo electrónico de una amiga que trabaja con la comunidad a través de una ONG, y me informó que los jóvenes estaban discutiendo la posibilidad de formar un grupo de teatro para dramatizar las historias contenidas en el libro.

Varios de los dirigentes de más edad también expresaron el deseo que al recordar la historia de la comunidad, también la gente lograría comprender mejor su posición en una cadena constante de resistencia a la opresión, que se ha mantenido intacta desde la derrota militar del pueblo Mapuche hace más de un siglo. Uno de los dirigentes hizo una conexión muy clara entre las luchas anteriores de la comunidad de Ailío, y los enfrentamientos más recientes entre las comunidades Mapuche y las transnacionales madereras, al sugerir que estas compañías eran el "Duhalde" de hoy día-refiriéndose por nombre al terrateniente vasco francés que le había usurpado tierras a la comunidad a comienzos del siglo XX. Enfatizó, y varios otros estuvieron de acuerdo, de que era fácil para ellos comprender el sufrimiento de los peñis (hermanos) encarcelados hoy en día, puesto que la gente de Ailío había sufrido la cárcel y la represión con el golpe militar y la dictadura.

La recuperación de la historia y de las experiencias en Ailío está todavía en proceso. No sabemos si los jóvenes lograrán iniciar un grupo de teatro. Tampoco sabemos si los resentimientos y las divisiones que se han profundizado a través el recuerdo, tendrán más fuerza que las formas de identidad y unidad que se pueden construir al rearticular una memoria colectiva. En última instancia, al publicarse el libro la gente le verá una capa más de valor a su propia historia, al leer y compartir otros el drama de la historia local. Aunque ha sido especialmente difícil el seguimiento del proyecto con la gran distancia física que nos separa, sigo comprometida con el cumplimiento de nuestro acuerdo: habrá una edición en español con copias para cada familia y cada casa en ambas comunidades. Los dirigentes, los ancianos y yo, todos compartimos la esperanza de que la nueva generación verá en este libro una fuente de orgullo sobre quiénes son, y la dramática historia que han vivido. Quizá también les ayudará a comprender mejor el valor de su tierra y su identidad, al recordar las valientes luchas de sus antepasados para proteger sus tierras, sus familias y su comunidad. La cadena de resistencia y de memoria se mantiene intacta al compartir historias entre generaciones, puesto que la única forma de ver con claridad hacia donde nos dirigimos, es al recordar por dónde hemos pasado. Como insisten los Mapuche y muchos otros pueblos indígenas, es por esto que, al emprender nuestro viaje por el mundo, siempre es necesario llevarnos el pasado por delante.

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