Investigación, financiamiento y comercio de armas

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Un estudiante doctoral de matemática aplicada de una universidad británica reflexiona sobre los vínculos entre la academia y el comercio de armas.

Cuando comencé mi doctorado en matemática aplicada, cerca de un tercio de mi propuesta de plan de financiamiento provenía de BAE Systems. Yo sabía poco acerca de BAE y del comercio de armas en general, de manera que hice una pequeña investigación y lo que encontré me llenó de horror. De inmediato decidí que no quería su dinero ni involucrarme de modo alguno con ellos, lo que por fortuna no me impidió continuar mis estudios doctorales sino sólo recortar mi financiamiento. Mi respuesta fue un exabrupto que he intentado justificar desde entonces. No me esforcé por justificarme oponiéndome a la investigación armamentística, pero la investigación matemática de por sí puede tener un sinnúmero de efectos impredecibles; una nueva tecnología que parece ser un auténtico beneficio para la humanidad está a sólo un par de modificaciones de convertirse en la última máquina asesina, por lo que ni siquiera la investigación no militar está exenta de ser considerada insegura.<--break->

Es difícil predecir cómo las investigaciones actuales serán usadas en el futuro, por ejemplo, con nueva tecnología militar
Es difícil predecir cómo las investigaciones actuales serán usadas en el futuro, por ejemplo, con nueva tecnología militar

Luego de unos meses noté que muchos otros estudiantes y profesores estaban colaborando con empresas de armas. Yo siempre había pensado que en la academia, la ciencia se guiaba por la búsqueda pura del conocimiento, no de la riqueza, teniendo en cuenta que la mayoría de los académicos (doctores y otros) por lo general podrían estar ganando salarios mucho más altos en posiciones ‘industriales’. En contraste, en los sectores donde la industria armamentística tiene su auge, el dinero parece ser el factor impulsor. Entonces yo no podía entender por qué las personas de mi universidad, que me parecían personas decentes y honestas, estaban felices de recibir financiamiento de fuentes tan antiéticas. La industria de las armas no tiene el estigma que yo esperaba entre los académicos. Tres años han pasado y yo he asistido a conferencias en toda Europa, he conocido a varios profesionales de la industria y académicos, y a menudo he sentido la fuerte pero discreta presencia de la industria armamentística.

A los matemáticos nos encanta trabajar en versiones idealizadas de los problemas del mundo real. Aquí yace el peligro; esta simplificación es tan significativa que separa por completo el problema de su aplicación, desechando todo sentimiento potencial de culpa. Este estado de feliz ignorancia parece ser común y es muy conveniente para la industria de las armas. Del mismo modo en que las fuerzas armadas visten de glamur a los militares por medio de la publicidad y las películas hollywoodenses, las empresas de armas se benefician de esta separación intrínseca entre los problemas que piden resolver a los investigadores y la aplicación velada que tienen en mente. Después de todo, si el propósito del investigador es el progreso de la humanidad, y su trabajo luego se convierte en armas, ¿qué culpa tienen? Pero entonces, ¿quién tiene la culpa? Si el gobierno autoriza al soldado a usar un arma vendida en la feria de armas y diseñada por el ingeniero que aplica los estudios del matemático, ¿en qué punto de la cadena surge la inmoralidad? De los estudiantes que he sabido que han dejado la academia después de graduarse, cerca de la mitad ahora trabajan para empresas de armas. Al igual que muchos ingenieros de defensa, no son malas personas –allí es donde están los puestos industriales. Pero los ingenieros no son soldados, de modo que obviamente desplazan la responsabilidad más cerca del frente de combate. Con el DSEI jactándose de una sección completa de armamento no tripulado, a la excusa de ‘jalar del gatillo’ no le queda mucho tiempo de vida.

La investigación matemática tiene un rango inmenso de aplicación, con implicaciones éticas muy variadas. Existen matemáticos que, al igual que yo, trabajan en problemas simples que pueden tener relación con determinados problemas del mundo real, y existen matemáticos que resuelven problemas sin aplicación real (o al menos no descubierta aún). Puede ser difícil hallar un equilibrio moral cuando se trabaja en cualquiera de estas dos líneas. Mi investigación puede ser aplicada al tratamiento radioterapéutico del cáncer, a la exploración petrolera, al diseño de salas de concierto, a radares de naves de guerra (de aquí el interés de BAE), o a cualquier problema que involucre ondas acústicas o electromagnéticas. En términos del mayor progreso para la humanidad, sería gratificante saber que mi investigación resultará en más pasos hacia delante que hacia atrás… Pero la investigación científica es parte de la solución al mismo tiempo que contribuye a un gran número de los problemas de la humanidad. Los aviones y los barcos se convirtieron en cazas y buques de guerra hace mucho tiempo, pero, por ejemplo, el software de reconocimiento facial de tu nuevo iPhone puede ser utilizado para mucho más que para ordenar selfies. Dentro de poco, las armas sabrán a quién disparar antes que los soldados.

Entonces, ¿qué es lo correcto? ¿Deberíamos los matemáticos (y los científicos en general) no involucrarnos en investigación que pudiese en algún momento contribuir a un régimen militar? Porque, como lo ha demostrado la historia, ni siquiera los genios de cualquier generación pueden predecir las aplicaciones de sus propias investigaciones. En 1940, Thomas Hardy escribió su famoso ensayo “Apología de un matemático”, en el cual se disculpaba por la inutilidad de la matemática (en ese entonces) contemporánea, con particular referencia a muchas áreas de las matemáticas que él pensaba que nunca tendrían aplicaciones prácticas. Esto incluía el estudio de los números primos, que desde entonces ha sido la base de la protección y encriptación de toda la información sensible que enviamos por Internet, así como de su desciframiento. Uno debe preguntarse qué horrores pueden surgir de los resultados de toda investigación, y a partir de ahí decidir si es suficiente con sólo rechazar las ofertas de financiamiento provenientes de empresas armamentísticas.

En restrospectiva, se ha vuelto evidente que rechazar el dinero de BAE por razones morales y al mismo tiempo continuar el PhD era más o menos hipócrita. Así, siempre llego a la misma deprimente conclusión: la única manera de no contribuir a la investigación armamentística es llanamente no hacer investigación.

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