El Fusil Roto, No 94, diciembre 2012
El miedo es algo con lo que tiene que vérselas todo movimiento social, ya sea en situaciones de intensa represión o en sociedades relativamente abiertas. Hablando del miedo durante la dictadura de Pinochet, el analista social chileno Manuel Antonio Garretón1 hacía referencia a dos arquetipos del miedo infantil: el temor al perro que muerde y el miedo a la habitación a oscuras. Uno representa una amenaza concreta que podemos ver, evaluar y calcular cómo enfrentarnos a ella, y el otro, la amenaza más general de lo desconocido, una habitación oscura en la que algo malo puede estar acechando. En una dictadura o bajo un estado de ocupación, la presencia del miedo es palpable y, sin embargo, siempre hay episodios en los que la gente, de alguna forma, vence el miedo y entra en acción. En sociedades relativamente abiertas, los miedos pueden no ser tan evidentes, pero están ahí, constituyendo algún tipo de factor para mantener la obediencia y la conformidad, para inhibir a la gente de cuestionar la autoridad o, a veces, simplemente de ser quiénes queremos ser.