La historia de Julián

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Regresar a Objeción de Conciencia: Una guía práctica para los movimientos

La persistencia de las guerras es una escandalosa evidencia de que las personas somos quienes las sostenemos. No sólo los grandes poderes, los intereses industriales o los ejércitos; la legitimidad y la financiación que damos como individuos en cualquier parte del mundo también mantiene vivo el fuego de las armas que ataca indiscriminadamente. No se trata simplemente del interés neoliberal en controlar los territorios para la explotación de las riquezas naturales, es también nuestro consumo cotidiano el que permite que las grandes industrias sigan extrayendo, produciendo y vendiendo exitosamente.

Cuando se habla de guerra se evoca la figura del soldado guerrero, armado de pies a cabeza, avanzando por territorios hostiles. Pero poco se ve al milipatriarcado, al macho que uniformado, sumiso y guerrero, rechaza cualquier cuestionamiento a su masculinidad; esa odiosa figura que presiona a los hombres -y a las mujeres- hacia un estado de normalidad social donde cuerpos sexualmente diversos parecen una rareza desajustada, donde la forma de ser hombre parece única: ser un guerrero siempre listo. Al hablar de guerra se reconoce la necesidad de mantener la unidad de los estados y las fronteras nacionales, haciendo uso legal de la fuerza -y de acuerdo con intereses personales o institucionales o hasta empresariales-. Cuando se abandona el discurso de la guerra, entonces podemos hablar de la diversidad de género, de nacionalidad; incluso se habla del poder de la diversidad en el encuentro internacionalista de personas y pueblos, un encuentro que da lugar al mestizaje y el trabajo conjunto, como ha sido posible en latinoamericana, donde yo nací.

La historia de los países latinoamericanos hace que muchas personas validen la lucha armada como medio para lograr la independencia y la dignidad de los pueblos. Sin embargo, somos millones quienes después de evaluarla como una estrategia de cambio social, no creemos en la violencia. Y no es un rechazo solamente ideológico; es un rechazo de la violencia desde el análisis y la reflexión histórica, desde los resultados de las confrontaciones armadas entre los estados y los grupos insurgentes que han accionado -y todavía accionan- en nuestros países.

Las dictaduras demostraron que la falta de legitimidad es la que obliga al ejercicio de la violencia. Las luchas insurgentes armadas de Centro y Suramérica demostraron y demuestran aún cuánto cuesta recomponer los tejidos sociales rotos. Colombia, el país donde nací, ha estado en guerra durante más de sesenta años. Una guerra que ha generado millones de muertos y desplazados internos y que luego de varios procesos de paz fallidos, hoy se encuentra en uno nuevo que parece ser el último. O al menos eso esperamos la mayoría de la población.

 

A poster produced by the 'Libre de libreta' (free of the military certificate) campaign in Colombia, celebrating the first

Y es que antes de que los grupos en confrontación se decidieran a negociar, miles de inocentes tuvieron que recibir balas. Por ejemplo mi padre, quien luego de un atentado militar -sobra decir, ilegal- sigue vivo y amoroso; y seguimos vivos porque detuvimos ese círculo de violencia en que quisieron envolvernos, ese que no termina jamás.

Yo me siento motivado a seguir resistiendo a la violencia porque seguimos vivos y porque sé que los cambios sólo se logran con la perseverancia y la persistencia. Por eso, además de no enlistarme al Ejército de Colombia prestando el servicio militar obligatorio, decidí no pagar para la emisión de la Libreta Militar, un documento que certificaría mi condición de reservista (aún sin entrenamiento) y que me permitiría graduarme como psicólogo de la universidad. Por eso, diez años después de comenzar mis estudios, apenas el pasado 25 de marzo de 2015 pude recibir mi título profesional, tras un largo trabajo de visibilización de esta y otras restricciones a la vida civil de quienes decididamente estamos fuera de todo sistema militar violento.

Creo que vivir escuchando la desesperanza de quienes han crecido y son víctimas de la guerra, y al mismo tiempo ser consciente de los logros de los objetores de conciencia en Colombia, me reafirma que aunque aún no podamos divisar un mundo menos militarista, seguiré construyendo formas nuevas y creativas para que los incontables millones de personas inconformes con la violencia sigamos ganando espacios para vivir una vida alegre y tener una muerte que sea consecuencia de vivir la vida y no de la decisión de alguien más.

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