Rechazar la violencia, luchar contra la injusticia y crear alternativas: La objeción de conciencia en el contexto de las luchas noviolentas
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Laura Pollecutt es escritora y activista desde hace muchos años. Ha trabajado de voluntaria y como empleada para una serie de organizaciones en defensa de la paz y los derechos humanos durante el período del apartheid y en el nuevo régimen que lo siguió, el Estado post-apartheid de Sudáfrica. Juntas, ella y Hannah Brock escriben sobre la objeción de conciencia en el contexto de las luchas noviolentas[1].
“La objeción de conciencia no significa 'negarse a hacer algo'. Se trata de un esfuerzo por estimular una nueva imaginación social y una mentalidad revolucionaria que vaya contra la normalización de la violencia". Howard Clark, 2010[2].
Los movimientos de objeción de conciencia de los que hemos hablado en este libro son, en gran parte, de carácter antimilitarista, pacifista y progresista. Es decir, para ellos la objeción de conciencia no es un fin en sí mismo, sino una parte de la lucha por un mundo diferente.
Cuando yo (Hannah), hablo con personas que acabo de conocer sobre la objeción de conciencia (sobre todo con personas que no son activistas), una de las primeras cosas que les explico acerca de la IRG es que no somos objetores de conciencia simplemente porque no queremos ir a la guerra por motivos políticos o morales, aunque eso, claro está, también forme parte de nuestra decisión. Somos objetores de conciencia porque no queremos que nadie más vaya a la guerra. Puede parecer una obviedad, pero esto, para nosotros, significa que la objeción de conciencia no puede limitarse a una mera cuestión de derechos individuales. De lo que se trata, para nosotros, es de una estrategia, y no la única, para llegar a conseguir una sociedad desmilitarizada.
Por ello, los objetores de conciencia a menudo colaboran con otros movimientos antimilitaristas que han adoptado estrategias diferentes para lograr una sociedad desmilitarizada, como por ejemplo, feministas antimilitaristas, activistas contra el comercio de armas, los que luchan contra guerras o armas concretas, o contra el militarismo en la vida cotidiana, entre otros. También colaboramos con otros movimientos a favor de la libertad y la justicia, porque no se logrará acabar con el militarismo sin la transformación de los paradigmas de violencia que están presentes en la organización de la convivencia humana en general: el patriarcado, el racismo, el capitalismo, etc.
Este capítulo trata de los vínculos con otros movimientos antimilitaristas y progresistas, especialmente cuando un movimiento de objeción de conciencia surge, casi por accidente, de otro movimiento que, por ejemplo, se opone a un régimen que recluta a miembros del otro movimiento para fines a los que este se opone. Utilizaremos los ejemplos de Sudáfrica durante el régimen del apartheid y el actual régimen militarizado de Eritrea para analizar cómo los movimientos de objeción de conciencia pueden contribuir a cuestionar cualquier tipo de régimen opresor, así como participar en campañas más amplias que no sean estrictamente antimilitaristas.
Objetores de conciencia que se enfrentan al Estado y no solamente al ejército
Determinados contextos sociopolíticos atraen a la gente hacia los movimientos de objeción de conciencia y también condicionan la forma que estos adoptan. Dos ejemplos evidentes son los grupos que surgieron en oposición al régimen del apartheid en Sudáfrica y a la actual ocupación de Palestina. En los dos casos, miembros del grupo étnico en el poder –sudafricanos blancos por un lado y judíos israelíes por el otro– fueron llamados a filas para defender la posición de poder y privilegio de su grupo étnico, mediante fuerzas armadas de soldados de remplazo.
La opción por defecto de la mayoría de muchachos y, a veces, muchachas (como en Israel actualmente) -que el Estado tanto se esfuerza en presentar como una opción neutral- es enlistarse en el ejército. Por ello, sobre todo en un régimen autoritario u opresor, negarse a incorporarse a las filas es una manera de minar la moral de las fuerzas de seguridad y, en general, de presionar al poder del Estado represor. Vamos a examinar el caso de Sudáfrica bajo el apartheid para ver un ejemplo de ello.
La Campaña por el Fin de la Conscripción y el apartheid
Vivir en un Estado opresor crea innumerables situaciones en las que la población actúa en connivencia para reproducir la opresión, y, de hecho, puede ser casi imposible no hacerlo. En estos casos, la insumisión al servicio militar obligatorio puede ser una de las maneras más claras de manifestar el descontento.
Como miembro de la Campaña por el Fin de la Conscripción en la era del apartheid en Sudáfrica, Janet Cherry afirmaba que "muchos jóvenes no quieren ir al ejército… Donde el ejército está muy politizado y apoya a un régimen represor, existen aún más oportunidades de crear divisiones en el seno de las fuerzas de seguridad y socavar su legitimidad. En Sudáfrica, donde solo los hombres blancos estaban obligados a hacer el servicio militar, era importante dejarles claro que el régimen del apartheid los utilizaba para apoyar un sistema ilegítimo. La estrategia, en este caso, consistió en organizar una 'campaña monotemática' para exigir el fin de la conscripción basada en la raza: la Campaña por el Fin de la Conscripción (ECC, por sus siglas en inglés). En esa campaña, nos servimos del ejemplo del movimiento en contra de la guerra de Vietnam en los EE. UU., haciendo una comparación entre Angola y Vietnam, y, a medida que el conflicto se fue intensificando en Sudáfrica, cuestionando por qué un sector de la juventud estaba siendo utilizado para reprimir a sus compañeros en los barrios negros"[3].
Esta importante campaña era una estrategia que evolucionó a partir de décadas de objeción de conciencia en Sudáfrica. Judith Connors, en su tesis Alternativas empoderadoras (Empowering Alternatives), señala que no siempre se reconocen las raíces de la ECC en el período post-apartheid[4]. El movimiento previo de objeción de conciencia y el Grupo de Apoyo a los Objetores de Conciencia (COSG, por sus siglas en inglés) fueron las incubadoras donde nació la Campaña por el Fin de la Conscripción.
El servicio militar obligatorio se convirtió en una necesidad para el gobierno del apartheid de minoría blanca, que había llegado al poder en 1948. La Ley de Defensa 44, de 1957, introdujo un sistema de tres meses de servicio militar para hombres blancos reclutados por sorteo. En los años 1950, los grupos religiosos, como el Consejo Cristiano de Sudáfrica, precursor del Consejo Sudafricano de Iglesias, defendían la exención de servir en el ejército si ello iba en contra de su religión. Esto posibilitó la inclusión en la Ley de Defensa 44/1957 de la opción de no combatir para aquellos cuyas creencias religiosas no les permitiesen tomar las armas. La Ley de Defensa de 1963 mantuvo la disposición a favor de la objeción por motivos religiosos, aunque no fue bien recibida por el Estado. La Ley de Defensa de 1967 amplió el servicio militar a nueve meses y fue entonces cuando empezó a notarse el descontento general con el servicio militar obligatorio.
Según Connors, "si bien el COSG no nacería hasta aproximadamente unos 12 años después, la Ley de Defensa 85/1967 preparó el terreno que llevaría a su creación, al hacer obligatorio para todos los hombres blancos de 17 a 65 años servir durante nueve meses en las Fuerzas de Defensa Sudafricanas [SADF, por sus siglas en inglés].”
En 1977, la ley fue modificada de nuevo y la duración del servicio militar se amplió a 24 meses. Si bien el COSG ya existía de manera informal en la década anterior, no es sorprendente que se formalizara en 1979, por deseo de los objetores de conciencia de entonces. Entre tanto, el Gobierno había establecido el Comité Naude con el fin de encontrar una nueva vía para hacer frente a los objetores de conciencia. El comité propuso distinguir entre objetores por motivos religiosos de aquellos por motivos políticos o morales. Proponía penas de prisión de ocho años para estos últimos[5].
Gracias a la acción del COSG, la enmienda introducida en 1983 permitió la opción de realizar una prestación social para los de la primera categoría. Sin embargo, para los de la segunda categoría la pena de prisión, si bien menor de lo que se había propuesto, era de seis años.
En 1983, la nueva legislación introdujo el Tribunal para la Objeción por Motivos Religiosos. Connors, no obstante, afirma que la creación del tribunal, con su estricta diferenciación entre religión y política, planteó dilemas al mismo. La enmienda que dio lugar al tribunal no conseguía lo que el Gobierno esperaba, "es decir, la aparición de una racionalidad ilustrada mediante la creación de un foro que atendiera las reivindicaciones de los objetores por motivos religiosos (y, por tanto, no alienara a las iglesias), mientras que simultáneamente trataba de sofocar lo que consideraba un movimiento político que se servía del servicio militar obligatorio para cuestionar la legitimidad del Estado del apartheid y sus prácticas".
Muchos objetores de conciencia no estaban motivados por el pacifismo, pero aquel que compareciese ante el tribunal había de ser creyente o pacifista. Algunos soldados de remplazo querían dejar claro que, fueran creyentes o no, no podían tomar las armas y apoyar a un Gobierno inmoral contra sus compatriotas sudafricanos. Este sentimiento se intensificó a medida que el país se fue militarizando cada vez más y aumentó la presencia policial y del ejército en los barrios negros, especialmente en los años 80. El gran número de personas que al final no se presentaron al llamamiento a filas fue sin lugar a dudas influenciado por el ECC, pero muchos más, como señalaba antes Janet Cherry, sencillamente no querían hacer el servicio militar. Si bien muchos de ellos estaban en contra del apartheid, la mayoría no estaban politiza-dos; sencillamente no querían pasar en el ejército el tiempo que deberían dedicarse a estudiar y a establecerse profesionalmente. Posiblemente su concienciación política aumentase al pedir asesoramiento al Servicio de Asesoramiento sobre el Servicio Militar, pero en general eran jóvenes blancos corrientes que aceptaban el statu quo.
Como ya hemos señalado, fue en el anterior Grupo de Apoyo a los Objetores de Conciencia (COSG, por sus siglas en inglés) donde se incubó la ECC. Esta fundación – y a su vez el impulso del propio COSG– refleja como las organizaciones que utilizan la acción noviolenta cooperan y contribuyen al proceso de creación que responde a una necesidad social concreta.
En cada provincia del país, el COSG existía bajo diferentes formas y prestaba apoyo y asesoramiento a los soldados conscriptos. Además, consideraba que su función también era la de educar a la ciudadanía respecto al servicio militar obligatorio y la militarización.
Y aunque no tuvo tanta influencia, difusión en los medios de comunicación ni la popularidad de que gozaría la ECC en el futuro, en los prime-ros años se habló mucho de los jóvenes que se pronunciaban contra la conscripción. El grupo y su Servicio de Asesoramiento sobre el Servicio Militar (asesoramiento no directivo)[6] publicitaban sus servicios de una forma muy activa. La amplia experiencia adquirida por este grupo y los soldados conscriptos que cuestionaban la legislación y eran encerrados en calabozos o en la cárcel, fueron fuente de inspiración para muchos que se hicieron objetores de conciencia y más tarde participarían activamente en la ECC.
La fecha y las circunstancias exactas en las que se creó la ECC son a menudo tema de debate, pero por lo general se considera que se fundó cuando empezó a comprenderse mejor que, si bien incitar a los sudafricanos a negarse a hacer el servicio militar era ilegal, reivindicar el fin de la conscripción no lo era. La identificación de esta distinción jurídica se atribuye a Sheena Duncan, que tenía un olfato extraordinario para detectar contradicciones como esta en la legislación del apartheid. En 1983, la conferencia Black Sash (Fajín negro) decidió trabajar para conseguir la abolición de la conscripción. Se considera que esta decisión fue lo que impulsó la ECC y, ese mismo año, el COSG apoyó la convocatoria con su decisión de implicarse en una campaña contra la conscripción.
A partir de ese momento, se empezaron a sentar las bases y se abrieron delegaciones, lo cual culminaría en la puesta en marcha de la Campaña por el Fin de la Conscripción, la ECC. En los documentos consta que la reunión inaugural fue el 17 de noviembre de 1983, pero se puso en marcha oficialmente en octubre de 1984 como un movimiento de oposición a la guerra que "participaba activamente en la lucha contra el apartheid". Su existencia se basaba en oponerse a que el Estado del apartheid se sirviera del ejército para apoyar al régimen mediante el reclutamiento de todos los hombres blancos sudafricanos para que sirvieran en las fuerzas armadas. La campaña fue muy visible, con actividades que atraían a los jóvenes. Aunque algunos miembros fueron acosados, intimidados y enviados a la cárcel, y se prohibieron algunas reuniones, la ECC llegó a ser un foro muy amplio. Annemarie Hendricks describe su carácter en un texto de Sheena Duncan: "Cabía todo el mundo, personas de habla inglesa y afrikaans, cristianos, liberales, gente de izquierdas, artistas gráficos y músicos. Fue uno de los pocos movimientos antiapartheid que se mostró abierto a los homosexuales y que valoraba la creatividad y expresión personal sin perder de vista a la sociedad sudafricana en su conjunto. Fue capaz de organizar amenos actos sociales de carácter político y publicaciones que atrajeron la atención hacia la campaña con su estilo cáustico y a la vez deliciosamente divertido, lo cual enfureció al régimen del apartheid".
No es posible reconocer y mencionar en este capítulo a los muchos objetores de conciencia sudafricanos –en particular a aquellos que adoptaron una postura consciente, en el pleno sentido de la palabra–, pero todos estaban dispuestos a dejar de lado sus propias vidas, sacrificarse, e incluso sufrir la ira del Estado, a sabiendas de que podían pasar años en la cárcel. Se valieron de la objeción de conciencia como una estrategia noviolenta para conseguir el cambio. Sus actos también fueron encomiables desde el punto de vista de la noviolencia. Por ejemplo, la huelga de hambre era una manera de reivindicar sus derechos desde el principio y, en 1985, tres objetores de conciencia hicieron huelga de hambre durante tres semanas antes del inicio de la campaña "Fuera las tropas de los barrios negros"[7].
En 1987, un grupo de 23 objetores de conciencia declararon públicamente su oposición al servicio militar, con lo cual desencadena-ron un alud de jóvenes que se declaraban públicamente insumisos. El número de los que se declaraban insumisos fue en aumento constante a pesar de las consecuencias punitivas que padecerían.
Se puede medir el éxito de una organización por la reacción del gobierno en el poder a la misma, así que no fue sorprendente que la ECC fuese prohibida junto con varias otras organizaciones anti-apartheid, que eran miembros del Frente Democrático Unido (United Democratic Front)[8]. La prohibición de la ECC fue recibida con una fuerte oposición por parte de los estudiantes.
En 1988, aún se encarcelaba a soldados conscriptos. Un objetor de conciencia fue a la cárcel un año después. En 1989, se redujo el servicio militar obligatorio de dos años a uno. El gobierno ya había iniciado negociaciones con los movimientos de liberación de puertas adentro mientras mantenía el entramado del servicio militar obligato-rio. Hubo que movilizar recursos para oponerse con éxito a las seccio-nes represivas del Proyecto de Ley de Enmienda de 1992. Con la prohibición de la ECC, el COSG tuvo que llenar ese vacío y "continuar el importante trabajo en contra del militarismo". Afortunadamente, la ECC "levantó" a si misma la prohibición en 1989 y colaboró muy activamente con el COSG para garantizar que la conscripción no formara parte de la nueva legislación. El servicio militar obligatorio quedó abolido en 1993.
Las mujeres y el movimiento de objeción de conciencia
Durante la lucha contra el apartheid, los derechos de género quedaron relegados a un segundo plano ante la gigantesca tarea de acabar con el apartheid. No quiere decir que se descuidaran completamente, pero no siempre fueron incluidos en las campañas de una manera que pudiera propiciar un mayor debate sobre el tema. Esto era especialmente así en lo que se refiere al ejército y a la objeción de conciencia. A pesar del reconocimiento de la igualdad entre mujeres y hombres dentro de todos los cuerpos de las fuerzas de seguridad, y en todas las instituciones militares, la idea de que los más débiles necesitan protección -y que esa labor es cosa de hombres- sigue predominan-do.
El Partido Nacionalista se aprovechó especialmente de esto, con todas las connotaciones racistas que van unidas a la bravuconería característica de los hombres blancos y la necesidad de proteger a las mujeres blancas de los "salvajes" hombres negros.
Las mujeres desempeñaron papeles fundamentales en el movimiento. Howard Clark, en su prólogo a Mujeres objetoras de conciencia – una antología[9], considera que Sheena Duncan, presidenta de Black Sash, fue quien captó la oportunidad de hacer campaña contra el servicio militar obligatorio y dicha campaña permitiría abrir un nuevo frente en la lucha por una Sudáfrica no racista.
Jacklyn Cock, feminista, académica y miembro de Black Sash, dice de la ECC, que "muchos de sus miembros y simpatizantes eran mujeres blancas.
Las mujeres constituían una fuente importante de compromiso y energía"[10]. No obstante, también atribuye este papel a lo que puede considerarse un estereotipo sexista, al dar a entender que lo que impulsó a estas mujeres fue su “papel de madres”.
Después de la conscripción
Si uno de los principios más importantes del movimiento de objeción de conciencia no es el antimilitarismo –o, al menos, no es el principio fundamental de un número suficiente de individuos dentro de un movimiento– entonces, ¿qué ocurre con el grupo cuando se produce un cambio de régimen pero se mantiene el militarismo? En algunos casos, esto coincide con el debate general sobre qué ocurre con los movimientos de objeción de conciencia cuando desaparece el servicio militar obligatorio (véase capítulo 18); pero quizá sea aún más grave en el caso de regímenes que tienen fama de ser especialmente crueles –más allá de la esfera del militarismo "normal" o "de aceptación general"– en parte debido al gran número de personas implicadas que tal vez no se habrían comprometido con una campaña contra el servicio militar obligatorio en un régimen menos polémico.
En Sudáfrica, tras el cierre de la ECC, surgió una organización que nos recordaría el rechazo al servicio militar obligatorio y la militarización de la sociedad. Esta organización era la Campaña Alto el Fuego. Dicha campaña reconocía que el país seguía estando en gran medida militarizado y que nuestros vecinos seguían en guerra. Durante más de 20 años, hasta su cierre por falta de fondos, la organización, con un pequeño grupo de activistas, pudo mantener en el dominio público el tema de la desmilitarización y las ventajas de la acción noviolenta.
Hasta el día de hoy existe camaradería entre los miembros de la ECC. Muchos de ellos posteriormente prosperaron en sectores que no guardaban relación con el ámbito en el que habían desarrollado su activismo. Pese a ello, su compromiso con los principios que defendían sigue rigiendo sus vidas. Otros siguen en el campo de la paz y la justicia, llevando a cabo labores de investigación, defensa y organización de campañas. Veinticinco años después de la creación de la ECC, algunos de sus antiguos miembros recaudaron fondos y conmemoraron el acontecimiento por todo lo alto. Pueden encontrarse los detalles de todo lo que se hizo en el Archivo Histórico de Sudáfrica (SAHA, por sus siglas en inglés). En todas las capitales del país se celebraron seminarios y exposiciones. Muchos de los conferencistas eran antiguos empleados, dirigentes y miembros de la ECC. El acto conmemorativo culminó en un período de tres días en Ciudad del Cabo del 29 de octubre al 2 de noviembre de 2009. En los archivos de SAHA sobre este acto consta que "en los seminarios públicos se oyeron valoraciones honestas, incisivas, y a menudo críticas, del movimiento contra el servicio militar obligatorio. En el acto participaron una serie de prestigiosos conferencistas locales junto con un panel internacional de objetores de conciencia y activistas contra la guerra, entre ellos un veterano de la guerra de Vietnam, el presidente de la Internacional de Resistentes a la Guerra, un objetor israelí y un objetor de Eritrea".
La música[11] y el arte también estuvieron muy presentes en la conmemoración, para recordar la importante aportación del mundo del arte a un movimiento excepcional que ayudó a evitar la guerra total en Sudáfrica. El vicepresidente de Sudáfrica en aquella época, Kgalema Motlanthe, también rindió homenaje al movimiento y a su aportación en la lucha por la libertad.
A pesar de ser un ejército profesional de voluntarios, el ejército hoy en día, con sus promesas de formación y seguridad económica, vuelve a ser una opción atractiva, especialmente para los más desfavorecidos. Este factor, unido a los llamamientos a favor de la introducción de un servicio nacional, hace necesario que no bajemos la guardia.
Eritrea
Existen también Estados represores y en gran medida militarizados en los que los trabajadores están militarizados mucho más allá de un grupo "privilegiado" que "vigila" a la mayoría. En 2015, el Estado de Eritrea entró en esa categoría. Casi seis millones de personas viven en este país, en el que el activista y antiguo combatiente Luwam Estefanos nos cuenta que "durante los últimos 14 años o más ni un solo eritreo ha sido desmovilizado".
El servicio militar obligatorio en Eritrea es indefinido. Servicios que son competencia del Estado, como la sanidad y la educación, están llenos de funcionarios vestidos de civil que en realidad están todavía en el ejército, y que volverán a sus regimientos cuando terminen sus períodos de prácticas, o cuando sean "sancionados".
Los movimientos de objeción de conciencia no existen en Eritrea como tal en la actualidad, aunque hay quienes se niegan a combatir, en su mayoría testigos de Jehová, muchos de los cuales han pasado más de 20 años en la cárcel por objetar, pero la oposición a la guerra está muy extendida de otra manera: la gente huye del país. Los más de 4.000 eritreos, entre ellos muchos menores no acompañados, que según las estimaciones huyen del país cada mes –a pesar de la orden de tirar a matar que tiene la guardia fronteriza y de los peligros extremos a los que se exponen por las vías de fuga– probablemente no sean pacifistas ni activistas antimilitaristas: pero quieren su libertad y sus vidas. La militarización de Eritrea se las niega.
El servicio militar indefinido es solo uno de los factores que fomentan la emigración en Eritrea. Las violaciones de derechos humanos como ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, tortura, condiciones infrahumanas en las prisiones, falta de libertad de expresión y opinión, de asamblea, asociación, libertad religiosa y movimiento son otros incentivos para huir. Este éxodo tiene una serie de consecuencias. En primer lugar, por supuesto, hay menos gente para incorporarse al ejército y, en general, para ejercer todo tipo de funciones. En segundo lugar, mientras sigue produciéndose, el resto del mundo se va dando cuenta. A finales de 2014, la Agencia para los Refugiados de la ONU reconoció el aumento notable del número de refugiados de Eritrea en Europa, Etiopía y Sudán. Entre enero y noviembre de 2014, casi 37.000 eritreos habían buscado refugio en Europa, frente a los aproximadamente 13.000 durante el mismo período del año anterior.
La insumisión y la inmigración con el fin de evitar el servicio militar obligatorio podrían convertirse en algunos de los factores desencadenantes de un cambio de régimen en Eritrea. Quizá cuanto más militarizado llegue a estar un país, más amenazado se vea por su dependencia del trabajo de un pueblo que está agotado y traumatizado por su violencia.
Conclusión
Los movimientos de objeción no surgen de la nada. Son respuestas a las circunstancias, a las formas en que se manifiesta el militarismo en cada Estado, en cada comunidad y hasta en el propio hogar. De ahí se desprende que no deberían quedar nunca aislados y desvinculados de las luchas que se producen a su alrededor, ya sean las más visibles y evidentes –como las de oposición al régimen del apartheid en Sudáfrica– o las más cotidianas y aceptadas, como la violencia de género en todas partes.
Como hemos visto, miles de personas que no adoptarían una postura política, tal como declararse objetores de conciencia, sí que se oponen a la guerra y el militarismo. Desean vivir en paz y prosperidad, algo a lo que se oponen los gobiernos militares y todos aquellos que mueven el complejo militar-industrial a la vez que continúan fomentando descaradamente la violencia y la muerte.
Las campañas en contra del servicio militar obligatorio y a favor de la objeción de conciencia se han inspirado en campañas más amplias y han formado parte de ellas en el pasado, y lo seguirán haciendo en el futuro. Allí donde los movimientos de objeción de conciencia forman parte de movimientos "de éxito", como lograr un cambio de régimen, lo difícil es adaptarse como movimiento al nuevo régimen, y especialmente a los que podrían parecer menos opresores y militariza-dos. Por ello, los retos nunca van a terminar, como bien nos demuestra la vida en Sudáfrica tras el apartheid.
[1] Para mayor información sobre la trayectoria de Hannah, véase el capítulo 1: "La objeción de conciencia a lo largo de la historia".
[2] Clark, Howard, 2010, La insumisión: un acto de desobediencia civil, Open Democracy [online] 14 de mayo 2010, <h ps://www.opendemocracy.net/5050/howard-clark/objecting-act-of-civil-disobedience>, visto el 12 de junio de 2015.
[3] Cherry, Janet, 2014, "Activismo en regímenes opresores: algunas enseñanzas de Sudáfrica", en Manual para campañas noviolentas, 2a ed. (Londres: IRG), p116.
[4] Connors, Judith 2007, Empowering Alternatives.A History of the onscientious Objection Support Group's challenge to military service in South Africa, (tesis presentada como requisito parcial de un máster en la asignatura Estudios sobre la paz y resolución de conflictos, Universidad de KwaZulu-Natal).
[5] Connors, 2007, p. 77.
[6] Connors cita a Charles Bester: "El aspecto más impresionante del COSG quizás sea que nunca sabotearon mi objeción. Ahí me tenías, un joven de dieciocho años con opiniones religiosas y políticas concretas, entre personas cuyo conocimiento de la política en Sudáfrica en general, y del ejército en particular, era muy superior al mío. Y aun así, mi opinión les parecía importante, y en la medida en que era yo quien objetaba, debía ser respetada" p. 205.
[7] En el transcurso de la conferencia de la IRG celebrada en 2014 en Ciudad del Cabo, los sudafricanos manifestaron que les complacía especialmente que se hubiera escogido el Ayuntamiento para celebrarla, el lugar donde el objetor de conciencia Ivan Toms suspendió su huelga de hambre al ponerse en marcha la campaña.
[8] El Frente Democrático Unido estaba formado por una serie de organizaciones contrarias al apartheid creadas en 1983. En un principio, se comprometió a la acción noviolenta, pero fue influenciado por la sublevación popular de mediados de los 80. Su identificación con esta importante campaña interna le dio a la ECC una credibilidad considerable dentro del amplio movimiento contra el apartheid y las organizaciones negras locales. (South African History Online n.d., United Democratic Front (UDF), Sahistory.org <hp://www.sahistory.org.za/organisations/united-democratic-front-udf>, visto el 12 de junio de 2015).
[9] Eds. Ellen Elster y Majken Jul Sorensen 2010, (Londres: IRG).
[10] Cock, Jacklyn 1989, "Las Mujeres y el SADF", en Guerra y Sociedad: La Militarización de Sudáfrica, ed. Jacklyn Cock y Laurie Nathan, (Nueva York: St Martin's Press Inc.).
[11] Una acción creativa y eficaz fue ponerle el nombre de Forces Favourites, título de un programa de radio propagandístico para levantar la moral de los soldados, a una recopilación de canciones en su mayoría anti-apartheid.. La discográfica Shifty Records la editó junto con la ECC.de Sudáfrica, ed. Jacklyn Cock y Laurie Nathan, (Nueva York: St Martin's Press Inc.).
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