Objeción de conciencia: abriendo fisuras en el profundo militarismo de Corea del Sur*
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Yong-suk Lee se negó a servir en el ejército surcoreano por ir en contra de la guerra y la violencia, y por ello fue encarcelado desde agosto de 2006 a octubre de 2007. Es miembro del comité de dirección de Mundo sin Guerras y formador en noviolencia en la misma organización. En este artículo, explica como la objeción de conciencia está abriendo pequeñas pero importantes fisuras en el profundo militarismo de Corea del Sur.
En los últimos 100 años, Corea ha sufrido innumerables conflictos de pequeña y gran envergadura. En los primeros 36 años del siglo XX, Corea estaba bajo el dominio del imperio nipón y muchos coreanos fueron empujados, directa o indirectamente, a las guerras que se libraban en el Pacífico en esos momentos. En 1950, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial y con el fin del dominio colonial, el país quedó dividido. Al convertirse la guerra de Corea en un conflicto internacional, el país entero, norte y sur, fue un campo de batalla. Posteriormente, se han producido sucesivas oleadas de refriegas regionales de pequeña envergadura que continúan hoy en día. En los años 60 y 70 el ejército envió tropas de forma masiva para participar en la Guerra de Vietnam, instigada por los Estados Unidos. Con 350.000 efectivos movilizados en la zona, el despliegue surcoreano fue el segundo más importante, solo por detrás del de Estados Unidos, y desempeñó un importante papel en la militarización de la sociedad coreana. En los últimos 100 años, los coreanos han sufrido de forma regular y constante los efectos de múltiples conflictos armados, tales como la Guerra del Pacífico, la de Corea o la de Vietnam, así como de otros conflictos acaecidos en el ámbito regional. Por ello, el temor a la guerra sigue latente en la conciencia colectiva de la sociedad coreana. Lamentablemente, la sociedad civil no ha sido capaz de conseguir que las personas se enfrenten a estos miedos reales de una forma positiva, y los sucesivos gobiernos coreanos han aprovechado la situación para promover una fuerte «defensa» militar como respuesta a estos temores.
De esta forma, con la guerra siempre aparentemente acechan-do en el horizonte, el militarismo nunca ha dejado de estar presente en la sociedad coreana; tanto es así que está profundamente arraigado en la vida cotidiana. La sociedad se sustenta en la política y en la cultura pero también en el subconsciente colectivo, y ahí permanecen fuertes vestigios del militarismo que pueden hacerse patentes en muchos sectores distintos de la sociedad. No solo es un tabú criticar el servicio militar sino que, además, conlleva una sanción legal.
La crítica al ejército surcoreano se percibe como una declaración de apoyo a Corea del Norte. El servicio militar es la institución más ineficiente, irracional y corrupta, y el velo de silencio que lo rodea no ha hecho más que crecer. Aquellos que están exentos del servicio militar, como las mujeres o los hombres con discapacidad, a menudo sufren una discriminación flagrante y son marginados de muchas maneras, a veces de forma políticamente correcta, otras no tanto. Tan pronto como se hizo público que el hijo de un candidato a la presidencia del partido en el poder se sirvió de la influencia de su padre para evitar el servicio militar, algo imposible para los menos privilegiados, se desplomó el apoyo a la candidatura de su padre y este fue derrotado en las urnas. Pronunciar una palabra sobre el servicio militar conlleva el riesgo de enaltecerlo. La vistosa forma en la que se envuelve y presenta el servicio militar en los medios de comunicación y en los programas de televisión oculta la realidad de cómo el ejército coreano participó en la masacre de civiles durante la Guerra de Vietnam, o cómo reprimió violentamente el levantamiento estudiantil de Gwangju en1980, en el que los soldados apuntaron despiadadamente sus armas contra civiles inocentes, tema del que nunca se habla.
Incluso los movimientos sociales coreanos se han visto afecta-dos por la todopoderosa fuerza del militarismo. El ejército ha influido notablemente en la organización y estructura adoptadas por importan-tes e influyentes esferas dentro del movimiento democrático, como por ejemplo en los movimientos obreros o estudiantiles. En ambos casos, solo se elegían a hombres del grupo para participar en los ejercicios de entrenamiento militar llevados a cabo con objeto de estar «mejor preparados» para los enfrentamientos en primera línea con la policía. Se asumía que enfrentarse cara a cara contra un enemigo fuerte y luchar encarnizadamente era indispensable, por lo que se rechazaba cualquier petición a favor de la democracia que se produjera en el seno del propio grupo. La noviolencia daba la impresión de debilidad o sumisión mientras que la violencia se veía como algo necesario para que se produjera un auténtico cambio social.
Por lo tanto, era inimaginable que en una sociedad tan fuertemente militarizada alguien pudiera llegar a plantearse la objeción al servicio militar. A pesar de que las condiciones de vida dentro del ejército eran muy difíciles, era tremendamente extraño que alguien que fuera reclutado, incluidos los que pertenecían al movimiento democrático, alegaran objeción de conciencia al ejército. Antes del año 2000, el único grupo que sistemática y conscientemente objetaba al servicio militar eran los Testigos de Jehová, que eran vistos como raros; de igual modo, se rechazaba su comportamiento por estrafalario. Por supuesto, no se puede afirmar categóricamente que no hubiera otros casos de objeción de conciencia. Eran conocidos los chivatazos sobre corrupción dentro del ejército y las deserciones de policías tras levantamientos violentos de sus compañeros o de civiles. En esos casos, las exigencias eran políticas, pero lejos de objetar al ejército como institución, lo que de hecho pedían era, en muchos casos, un ejército mejor.
El movimiento de objeción de conciencia empezó en el año 2000. Hasta 1945, con la liberación, la objeción de conciencia nunca se había demandado abiertamente. Aquellos que se declaraban objetores de conciencia eran objeto de escarnio y de abusos verbales. La objeción de conciencia como movimiento, a la vez que mostraba su oposición al militarismo, tenía que defenderse de las crecientes críticas. Se le forzó a ceder ante una sociedad cada vez más militarizada y declarar o bien «respetamos la conciencia de las personas que se alistan al ejército» o «no estamos en contra del ejército en sí, pero creemos que debería existir un servicio “a la comunidad” alternativo para aquellos que objeten al servicio militar», que fue otra de sus consignas. A pesar de esta limitación, ahora la gente podía declarar abiertamente su objeción, y criticar al ejército fue siendo cada vez más habitual. Aunque en número todavía muy escaso, los jóvenes empezaron a cuestionarse cada vez más el alistarse en el ejército, y pronto estas cifras aumenta-ron.
Los movimientos feministas y ecologistas junto con el de objeción de conciencia han desempeñado un papel fundamental para ayudar a reducir la influencia del militarismo en la sociedad. Estos «nuevos» movimientos sociales también han ayudado a poner de manifiesto las limitaciones de los anteriores (el movimiento obrero y el democrático), ya que solían desdeñar los temas que no consideraban dignos de debate. Por ejemplo, las estructuras jerárquicas, reminiscencia de las militares, que existían dentro de los movimientos sociales daban lugar a que el modelo de toma de decisiones democráticas/ consensuadas se supeditara, casi siempre, a un método despótico y vertical. Estas críticas parecen ser exclusivas de la sociedad coreana, pero la nueva generación, que no ha vivido la dictadura militar, no tiene, relativamente, problemas en aceptar estos nuevos movimientos.
A partir del año 2000, se dio un sentimiento innegable de que la sociedad estaba en la cúspide de una nueva era en la que, por fin, se había deshecho de la opresión de la dictadura militar. Aunque era innegable que la objeción de conciencia apenas había hecho mella en la fortaleza inexpugnable que es el militarismo en la sociedad surcoreana, suponía una creciente y muy significativa fisura.
Corea es, sin lugar a dudas, un país en el que el militarismo es fuerte, pero recientemente se han producido preocupantes casos de muertes violentas en el seno del ejército, que han ayudado a cambiar las actitudes y percepciones de la sociedad. Existen numerosos y destacados casos entre los que se encuentra el de un soldado que perpetró una matanza indiscriminada, asesinando a sus compañeros como venganza por el persistente acoso y persecución a los que había sido sometido. O el del continuo maltrato sufrido por un soldado indefenso, víctima de acoso por parte de sus compañeros que, finalmente, le provocó la muerte. Casos como estos han contribuido a manchar la ya debilitada reputación del ejército en la sociedad coreana.
Parece que quedan lejos los días en los que el movimiento de objeción de conciencia consideraba que su papel era tan solo el de proteger los derechos de los individuos frente a una reacción violenta de la sociedad. Sin embargo, ahora es un movimiento que se sitúa en primera línea cuando se trata de luchar por innumerables causas relacionadas con la paz. Aunque sigue sin existir un «servicio a la comunidad» alternativo, no cabe duda de que la pequeña fisura abierta por la objeción de conciencia en el gigante que es el militarismo surcoreano, está creciendo. La diversidad de voces que abarca el movimiento pacifista y la objeción de conciencia en Corea continúan suponiendo un gran reto para el militarismo y es en gran medida un proceso en marcha.
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