Las historia de Junsgik*
Regresar a Objeción de Conciencia: Una guía práctica para los movimientos
Jungsik Lee es una escritora, directora teatral, productora de videos y objetora de conciencia surcoreana que estuvo en prisión desde el 25 de febrero de 2010 hasta el 9 de mayo de 2011. Desde que fue diagnosticada de VIH/SIDA el 9 de diciembre de 2013, su trabajo se ha centrado en los temas relacionados con las llamadas “enfermedades de la sociedad moderna”: aislamiento, soledad, desesperanza y hambre. Esta historia personal trata de la experiencia de pertenecer a una minoría sexual y de género en Corea del Sur, y de su decisión de convertirse en objetora de conciencia a partir de esa experiencia.
Nota sobre el contenido: este es un relato personal que describe experiencias traumáticas como exclusión social y familiar, disforia de género, pensamientos suicidas, mala praxis médica y encarcelamiento. Sin embargo, no contiene detalles escabrosos.
Alicia en el ejército de las maravillas
Cuando era niño, yo vivía en el país de las maravillas. Claro está que nunca caí rodando por una madriguera de conejos ni me perdí en un jardín laberíntico. Solo he visto conejos gigantes y cartas soldado en las ilustraciones de los cuentos de hadas. Pero este lugar al que pertenezco es más extraño y aterrador que el mundo en el que Alicia vivió su aventura.
Una vez, cuando aún era niño, fui al jardín de infancia con un vestido verde de mi prima que ella no usaba desde hacía mucho tiempo. Lo tenía muy bien guardado en el fondo del armario. Los mayores se reían de mí porque les parecía gracioso que un niño llevara un vestido de niña. Mis compañeros de clase también se reían porque les parecía raro. Yo sentía un poco de vergüenza, pero pensaba que el vestido de mi prima reflejaba mi verdadero yo. Pensaba que un niño de tez morena y pelo corto se veía mejor en el espejo con un vestido de niña. ¿Por qué me gustaba la ropa de niña y por qué los niños se reían cuando me la ponía? ¿Por qué me encantaba que me dijeran que estaba bonita? Esos eran pensamientos que yo no podía expresar en ese entonces. Seguí creciendo y llegué al colegio secundario. Mi voz y mi forma de comportarme podían ser la razón por la que la gente se reía de mí. Tenía que reprimirme y esconderme de las horribles reacciones que suscitaba en los demás. Por eso creo que mi vida cotidiana de esa época fue el periodo más alienante que me ha tocado vivir. Ese tiempo no fue suficiente para llegar a entender mi cuerpo. No tenía a nadie a quien contarle todo aquello que me angustiaba, ni con quien poder hablar de mi deseo sexual. Me fui distanciando de mi casa y de la escuela, pues sentía que yo estaba creciendo de una manera “diferente”. Hay personas que piensan que de esa manera abrí la puerta de esa sociedad y conseguí franquear sus fronteras. Pero, de hecho, la sociedad me cerró todas las puertas y las ventanas: yo no podía mostrar mi verdadero rostro, no podía formar parte de esa sociedad.
Incluso yo misma negaba mi cuerpo. Cuando los hombros, las manos y pies diminutos me fueron creciendo hasta llegar a ser como los de mi papá y mis tíos, también me di cuenta de que tenía un pene en el centro del cuerpo, un miembro sobre el que niños y hombres hacían bromas vulgares, se vanagloriaban de ello y ridiculizaban a otros.
Pensaba que debía cambiar de cuerpo cuando alrededor de esa “cosa” comenzó a crecer vello y de vez en cuando se ponía dura. Lo que quería era tener un cuerpo con curvas, redondeado y voluptuoso como el de mi madre y mis hermanas. Deseaba conocer a un hombre algún día, y que mi cuerpo fuera como el de una mujer, y formar una familia tal como habían hecho mis padres.
Me fui de casa cuando era muy joven. Llevaba una vida errante y no podía quedarme en un mismo sitio por mucho tiempo. A veces me obsesionaba con pensamientos extremos, como el suicidio. Esos pensamientos aparecían de repente y con frecuencia en mi interior, me cegaban de tal forma que ni conseguía ver lo que tenía enfrente. Pero volví a encontrar las palabras tras pasar algunos años en un refugio para jóvenes y en casa de mi abuela, mis verdaderas palabras, las que yo quería pronunciar: amo a los hombres y quiero que ellos me amen a mí. La actitud de los demás era lo más chocante y terrible: querían pisotear mi capacidad de amar.
Pasé la mayor parte de la adolescencia deambulando sin rumbo, y un buen día recibí una notificación por correo de que sería reclutado, o “llamado a filas”. En Corea del Sur, el Gobierno establece que todo joven de 19 años tiene que pasar por una revisión física. Es obligatoria. Esta revisión comprende 4 pasos: prueba psicológica, revisión física, prueba de aptitud y prueba de determinación. Esto permite clasificar a los jóvenes en una escala que va del grado 1 al grado 7. Quienes se encuentran en los grados 1, 2 y 3 deben responder al llamado del ejército. Los que están en los grados 4 y 5 son destinados a trabajar en oficinas gubernamentales como parte del servicio nacional, aunque también tienen que realizar 4 semanas de entrenamiento militar. Si a alguien se lo clasifica en el grado 6, queda exento de cumplir el servicio militar. Cuando era adolescente, yo pensaba en someterme a una operación de reasignación de género, o cambio de sexo, y busqué el apoyo de un profesor de psicología. En ese entonces, si un hombre (una mujer, en el fondo) quería conseguir una receta médica de hormonas femeninas, tenía que contar con un dictamen psicológico profesional. Sin embargo, el psicólogo me disuadió de hacerlo y la relación con mi familia siguió empeorando. Por ello, abandoné la escuela y me mudé a un refugio para jóvenes, pero aun así seguí con el proceso de feminización al mismo tiempo.
Después de eso, mi depresión empeoró, por lo que me puse en psicoterapia en el hospital al que me encomendó el refugio. Al cumplir los 19 años, tuve que presentarme a la revisión militar y me clasificaron en el grado 7, lo cual significaba que tenía que pasar por una nueva revisión médica. Presenté los documentos de mis psicólogos, pero la oficina de reclutamiento me dio un grado 3. Esa clasificación me hacía apto para el alistamiento. El médico militar en jefe me dijo que no podían declararme exento si no me sometía a cirugía de feminización. Me recomendó que me preparase para los procesos de medicación hormonal y cirugía genital. Pero yo no estaba preparada para someter-me a la cirugía en ese momento. Necesitaba tiempo para entender mi identidad sexual y recuperarme de la experiencia del enajenamiento de mi familia y de la sociedad. Después ingresé en la universidad y fui postergando el servicio militar (en Corea, un estudiante universitario puede pedir prórrogas por estudios hasta los 29 años). Al cabo de unos años, abandoné los estudios universitarios y poco después recibí una nueva notificación de la oficina de alistamiento que me informaba de dónde y cuándo debía presentarme para ser enlistada.
Eso me preocupó. Me preocupaba que alguien se riera de mi rostro y mis gestos femeninos. Peor aún, me preocupaba ser víctima de acosos o ser marginada en la base militar. Me llenaba de ansiedad y terror la idea de tener que compartir mi vida diaria y exponerme a otros hombres que tenían otro tipo de cuerpo.
Algunos hablan mal de los objetores de conciencia porque piensan que son “antipatrióticos” y egoístas. Pero cuando me presento como miembro de una minoría sexual, me dicen: “Ah, lo siento por ti. Creo que a una persona como tú no deberían haberla enlistada como hombre”. Tanto si discuto sobre la cultura de las fuerzas armadas como si no, lo que me resulta más ofensivo, aún hoy al escribir esto, es que ese sistema tiene un punto de vista monolítico. La administración militar se limita a enviar notificaciones a la gente, llamándola al servicio obligatorio sin ofrecerle ninguna alternativa ni excepción. Yo necesitaba tiempo para conocerme a mí misma, quería descubrir si podía llegar a encajar en las fuerzas armadas. Pero este sistema de conscripción solo te entrega la fecha de alistamiento y no escucha a la gente que tiene que realizar el servicio militar. Eso me enoja enormemente.
¿Dónde queda mi libertad? ¿Cuál es mi obligación y por qué nosotros, la gente, siempre tenemos que doblegarnos a ella? Este país, esta sociedad ¿ha hecho algún intento por protegerme o entenderme cuando era joven? No hay nada que se pueda argumentar respecto a estas preguntas. Así que simplemente llamé a las autoridades militares y les dije que iba a negarme a realizar el servicio militar y por ello me enviaron a prisión y tuve que pasar 14 meses encerrada en una celda. En la prisión se pasaba frío en la celda, la ducha era de agua fría y solo podía recibir cartas que habían sido leídas antes por los carceleros. Incluso para ir al baño me vigilaban. Pues sí, todavía hay muchas cosas incomprensibles en este país, pero siento que he conseguido regresar de esa aventura a la que llaman vida y que estoy en el lugar al que pertenezco. Esa es una de las cosas que quiero agradecerle a Corea y a su cultura militar. Ahora tengo una actitud mental que me permite contemplar las cosas que me rodean, y las que me rodearán, con mayor o menor distancia. Por ello, me siento agradecida a mi país. Si por accidente, o por arte de magia, volviera a mi niñez, llevando el vestido verde de mi prima, creo que podría preguntarles con orgullo a mis amigos y a los mayores: ¿Estoy bonita con un vestido de niña? ¿No creen que esta soy realmente yo?
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