La historia de Idan

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Regresar a Objeción de Conciencia: Una guía práctica para los movimientos

Idan Halili se convirtió en la primera objetora de conciencia israelí al negarse a hacer el servicio militar por motivos feministas en 2005. En un fragmento de la Antología de mujeres objetoras, publicada por la IRG en 2010, esta joven narra su experiencia y nos explica sus razones.

La historia de cómo quedé exenta del servicio militar terminó cuando yo tenía diecinueve años. En mi narración, intento describir la historia de mi objeción, el proceso por el que atravesé y lo que todo esto implicó.

Creía entonces, como creo hoy también, que el servicio militar me obligaría a participar en una organización cuyos principios son incompatibles con los valores feministas en los que creo y que tienen que ver con el compromiso con la dignidad humana, la igualdad, la consideración de las necesidades específicas de los diferentes grupos y personas de nuestra sociedad, además de con el rechazo a la opresión.

Al principio, pensaba que mi manera de contribuir a la sociedad sería realizando un trabajo feminista dentro del ejército. Así que me presenté en la Consejería de Asuntos de la Mujer —que, entre otros, lleva los casos de acoso sexual en el ejército— y pedí cumplir el servicio militar allí. Fue una época en que mi conciencia personal experimentó un desarrollo muy notable, y cuanto más consciente me hacía de los dilemas feministas, tanto más se me planteaban dudas ante el tema de ingresar en el ejército. Tuve que enfrentarme a un duro conflicto provocado por el choque entre las ideas que me habían inculcado desde pequeña -el ejército es una institución benefactora, y participar en él es una forma especialmente respetable de aportar algo a la sociedad- y, por otro lado, los valores feministas de dignidad e igualdad.

El ejército es una organización cuyos valores fundamentales no pueden reconciliarse con los valores feministas. Es jerárquico, lo cual, por definición, le impide ser igualitario. Además, su exigencia de uniformidad y obediencia imposibilita que puedan expresarse identidades y necesidades diversas. Por lo tanto, consolida una visión distorsionada de la noción de igualdad, medida, en el caso del género sexual, en función del grado en que se ha incluido a las mujeres en áreas de actividad consideradas masculinas. Como se trata de una organización violenta, el ejército es también responsable del aumento de la violencia en la sociedad y, por consiguiente, del aumento de la violencia hacia las mujeres.

Entre los factores que fomentan el acoso sexual, se encuentran los rasgos típicos de la organización y estructura del ejército: estructura organizativa jerárquica, mayoritariamente masculina, clara identificación de recién llegados y ambiente laboral de escaso nivel profesional. Así pues, cuando se le exige a una mujer que se enliste, esta se ve obligada a hacer frente al acoso sexual en un contexto que lo propicia. Es más, como el ejército es una institución central en la sociedad israelí, la cultura de acoso sexual se exporta a la sociedad civil, donde se sigue arraigando. Cuando los hombres pasan un periodo formativo de sus vidas en el ejército, es probable que reciban refuerzos positivos por el uso de la fuerza bruta y la violencia. En una organización cuyos valores fundamentales incluyen la superioridad y el control, actitudes que se fomentan no solo en las actividades específicas profesionales (las militares), sino también en las relaciones interpersonales.

Como feminista, me siento comprometida con la lucha por los derechos de las mujeres en la sociedad. No puedo formar parte de una organización que, directa o indirectamente, promueve el uso de la violencia hacia las mujeres (adopte ésta la forma que adopte). Por lo tanto, en mi opinión, ser feminista me impide servir en el ejército, sería una contradicción. Para mí estaba claro que el servicio militar entraba en conflicto con los valores en los que yo creía, pero sabía que "tener una ideología feminista” no era una opción para conseguir la exención, y me costó mucho despojarme de las ideas con las que me crie sobre la importancia del ejército y de que no querer cumplir con esa obligación era algo inconcebible. Al principio, traté de entender con qué opciones contaba. Una forma aceptable para las mujeres es por motivos religiosos. Yo no soy creyente, y el lugar donde me crie es conocido por su laicismo: estaba claro que si intentaba conseguir la exención por motivos religiosos nadie me creería. Otra opción era el matrimonio. Me pasó por la mente lo de casarme por conveniencia, pero duró poco porque no quería pensar que estaba “haciendo trampa”, y desde luego, no quería colaborar con las instituciones a cargo del matrimonio en Israel, que son, como poco, bastante patriarcales.

La opción de quedarme embarazada y dar a luz, que también hace posible la exención, la descarté por completo, por razones obvias, por lo que me quedaban dos opciones. Una era conseguir la exención por razones “psiquiátricas”. Estoy convencida de que la mayoría de las personas no tienen que mentir para que se las considere psicológicamente no aptas para servir en una organización militar, pero para mí aquella razón no describía adecuadamente mi objeción al servicio militar.

La última opción era presentarme a un cuerpo militar llamado el Comité de Conciencia. Es un comité militar autorizado para otorgar la exención por motivos de conciencia. En la práctica, solo aprueba solicitudes de personas a las que ellos consideran pacifistas, es decir, solo a quienes se declaran pacifistas y se niegan a emplear cualquier tipo de violencia, así como a aquellos que no ingresarían en ningún tipo de ejército, se les otorga la exención en Israel por motivos de conciencia.

Hoy me resulta fácil definirme como pacifista, pero en aquel momento del proceso aún no me veía como tal. Así que, una vez más, debido a esas exigencias un tanto duras que me había impuesto, la de estar totalmente segura, la de no tener ningún tipo de reserva respecto a mis acciones, no quería pedir la exención por razones de pacifismo. El momento en que finalmente decidí no enlistarme lo visualizo con la clásica imagen de los dibujos animados en que aparece un bombillo sobre la cabeza de un personaje: había tenido una revelación. Entendí que, a pesar de que no existía la opción de solicitar la exención por "motivos de feminismo", no había nada que me impidiera hacerlo. Tenía claro que la objeción feminista era una objeción a todo ejército, no solo a una determinada política gubernamental. Así pues, empecé a redactar una carta dirigida al Comité de Conciencia en la que describía en detalle mis ideas feministas y trataba de explicar lo mejor posible la conexión entre el feminismo y la objeción al militarismo.

Me llevaron a juicio ante un tribunal militar y me condenaron a dos semanas en una cárcel militar de mujeres, donde había unas cincuenta mujeres de mi edad. La mayoría estaba en la cárcel por deserción, debido en muchos casos a la incapacidad del sistema militar de resolver adecuadamente sus problemas: una soldado que había escapado a causa del acoso sexual al que la sometía su comandante; una chica que era el único sustento de una familia numerosa cuyos progenitores eran discapacitados, a quien no le daban permiso para trabajar y mantener a su familia; otra soldado que no había llegado a tiempo a la base porque su compañero, por celos, la había encerrado en casa. En lugar de mostrarse comprensivo con sus problemas, la forma en que el ejército trataba a estas soldados “inútiles” era enviarlas a la cárcel.

Estar encerrada en la cárcel fue sin duda muy deprimente y no se lo recomiendo a nadie. La elección de ir a la cárcel que adoptan algunas de las personas objetoras a veces se ve como un acto casi heroico en el movimiento de objeción. Se hace patente el aprecio que despiertas por tu determinación y voluntad de sacrificar tu libertad, e incluso la salud mental, que indudablemente se resentirá con el encarcelamiento. En mi opinión, así se reproduce justamente el patrón militarista de comportamiento que yo me niego a reproducir.

Solo me di cuenta de esto después de la experiencia de pasar por la cárcel, de comprobar lo que esto implicaba al nivel más emocional. Decidí que no quería cooperar con esa imagen de “objetora heroica”. Al mismo tiempo, las experiencias por las que pasé durante el periodo de mis encuentros finales con el ejército me hicieron comprender que no necesitaba el sello de aprobación de este para sentirme segura de mis creencias y las razones de mi objeción. Así pues, decidí no insistir en luchar por la exención como objetora de conciencia.

Después de ser puesta en libertad, y tras mi apelación, me concedieron el dudoso derecho de comparecer de nuevo ante el Comité de Conciencia. Esa comparecencia fue un absurdo. Unos días después, me otorgaron la exención como “no apta para el servicio militar”, explicando que los motivos de “feminismo” no justificaban la exención como objetora de conciencia. Una de las manipulaciones ridículas a las que me sometió el Comité de Conciencia fue hacerme pensar que mi negativa a hacer el servicio militar era optar por “ser pasiva” frente a la opción de ser “activa”, de aportar un trabajo a favor del cambio “desde dentro”. La verdad es que no me explico cómo incorporarme a la organización más masculina y machista del país podría generar cualquier acción feminista. Es cierto que, en el mundo académico, en muchos lugares de trabajo y en la calle, también existe un ambiente de jerarquía, imposición o patriarcado, pero solo en el ejército se da la combinación de tantos elementos opresivos juntos y de un modo tan extremo, y solo allí estos elementos son fundamentales para la esencia de la organización. Un ejército no jerárquico, no agresivo o no violento no sería un ejército. El machismo existe en todos lados, cierto es, pero no siempre es una piedra angular: sin el culto a la masculinidad combatiente, la gente empezaría a perder interés en las unidades de combate, que son la esencia del ejército. Sin la represión de las emociones y la admiración de la superioridad y la capacidad de agresión, la gente tendría que desarrollar más compasión, humanidad y otras cualidades que les incapacitarían para poder tirar bombas en el corazón de una zona de población civil densamente poblada, pegarle un tiro a la persona que tienen delante, humillar a familias enteras día tras día, aceptar el riesgo de morir en cualquier momento y otras acciones militares de rutina.

En mi acto de resistencia y en mi vida en general, he intentado cambiar las cosas desde dentro. No cambiar el ejército desde dentro, sino influir desde dentro de la sociedad en la que vivo. Me gustaría vivir en una sociedad más sana, menos militarista, más igualitaria y respetuosa, y menos violenta y opresora. No creo que mi propio acto de resistencia por sí solo pueda generar todo eso, pero estoy contenta de haber tenido la fortaleza de unirme a un movimiento creciente de personas dispuestas a plantear ciertas preguntas.

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