El militarismo brasileño y la crisis del federalismo patriarcal blanco imperial en la pandemia de coronavirus

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La policía brasileña en el equipo antidisturbios
La policía antidisturbios brasileña en la Copa del Mundo de 2014
Author(s)
Guilherme Falleiros

Brasil podría haber seguido el camino de varios países latinos para combatir la pandemia COVID-19: el uso de la fuerza. Nuestro gobierno se apresuró a poner al ejército en la calle para evitar el estallido de protestas populares durante la última Copa Mundial de fútbol masculino en 2014 y, aun así, las Fuerzas Armadas continuaron ocupando el puesto de la institución más confiable de la nación, según encuestas de opinión en 2019. El actual gobierno, elegido democráticamente en 2018, tiene su gabinete formado casi en su totalidad por militares. Incluso el Ministerio de Salud y todos sus burócratas. Sorprendentemente, no hay tropas imponiendo la cuarentena en territorio nacional durante la pandemia de COVID-19. Lo que sucede en el país es una versión empeorada de la política de los Estados Unidos de América, con algunas peculiaridades.

Se destaca la negación de la pandemia por parte del gobierno federal. Con 100,000 muertes por coronavirus (sub-reportadas), aproximadamente el 0.05% de la población brasileña, el presidente continúa tratando a COVID-19 como una "gripecita", exigiendo que las actividades económicas continúen con "normalidad", pero otorgó más de un trillón (escala corta) de reales a los bancos y garantizó a la burguesía el derecho a despedir rápidamente a los trabajadores. Este gobierno veta las inversiones en salud, especialmente en salud indígena, además de haber invertido mucho en la producción de cloroquina por el propio Ejército. Su posición en relación con tal medicamento es similar a la de muy pocos gobiernos en el mundo, como Venezuela y EEUU, ambos militaristas, pero este último ha pasado muy recientemente a aceptar recomendaciones contra los peligros de la cloroquina. Entonces los EEUU hicieron una gran donación de la droga a Brasil, tratando a nuestro país casi como un basurero de un hospital. Para validar esta debacle, el presidente brasileño ha salido a decir que había contraído el coronavirus y que estaba siendo tratado con cloroquina. Como Brasil es una república federativa, el presidente trata de obligar a los gobiernos de los estados de la federación a aceptar el stock de este medicamento.

A las clases bajas, ofreció una pequeña cantidad de R$ 600 (US$ 100) por mes para uno o dos miembros de la misma familia, que luchan tratando de acceder al beneficio, a menudo sin éxito. Después de sugerir la "cuarentena vertical", solo recomendó el distanciamiento social y la cuarentena para ciertos servicios no esenciales. Su rechazo de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud fue apoyado por la junta militar, aunque el general que comanda el Ejército declaró que luchar contra la pandemia actual "es quizás la misión más importante de nuestra generación”.

Ante la escalada de muertes - la segunda más grande del mundo en número absolutos para junio del 2020 - la gran mayoría de los gobiernos estatales se rebelaron contra el gobierno central en los primeros meses de pandemia y propusieron formas más estrictas de cuarentena. Sin embargo, la mitad de la población siguió de acuerdo con las posiciones negacionistas centrales y boicoteó las cuarentenas locales. Además, los patrones obligan a una gran parte de la gente a salir a trabajar y, sin poder expandir los derechos laborales, ante la apatía de los sindicatos oficiales, la gente llegó a demandar una mayor presencia del aparato represivo del Estado. En el seno del mismo pueblo hay tanto autoritarismo como irresponsabilidad.

Hubo una tímida movilización contra este autoritarismo. Mientras una parte de la población de los EEUU salió a las calles contra el genocidio racista y el fascismo (lucha que se extendió a Europa), en Brasil se promovieron manifestaciones pacíficas contra el racismo y en defensa de la democracia. A diferencia de los EEUU, en Brasil, no se crearon zonas autónomas temporales, las estaciones de policía no fueron quemadas ni intentaron destruir los símbolos de blancura. La ingenua defensa de la democracia olvida que el actual presidente fue elegido por votación después de una campaña que predicaba valores autoritarios. El congreso nacional, también elegido democráticamente, ahora hace maniobras políticas con el presidente en cambio de favores. Aparte de eso, una de las profesiones más explotadas durante la pandemia, los trabajadores repartidores, hacem huelgas y agrupaciones a nivel nacional e internacional, uniendo nuevas organizaciones brasileñas y latinoamericanas, pero aún lejos de una huelga general contra el genocidio pandémico.

El COVID-19 surgió acá como disputa política: conflicto de "narrativas" e "ideologías". Sigue el esquema paternalista que dividió a Brasil entre dos mayorías: los cachorros de Lula, por medidas estatales más duras, y los cachorros de Bolsonaro, por una posición neoliberal no intervencionista. Ésta sigue una teoría maniquea generada por la dictadura militar (1964-1985) que apunta a erradicar el "comunismo", el "marxismo cultural" y la "ideología de género". Los partidarios del presidente atacan la financiación de la ciencia y la educación, y consideran la universidad pública una guarida “comunista”. También atacan la relación con China, uno de los socios capitalistas más importantes de un Brasil desindustrializado, reducido hace mucho tiempo a un exportador de soja. Así el gobierno perdió el apoyo del capitalismo chino como proveedor de tecnología (incluida la tecnología médica) y dañó las exportaciones de uno de los principales sectores de su base: la agroindustria, paradójicamente perdiendo aliados a la derecha. Ganó la oposición de gobernadores de los estados y de ex miembros del propio gobierno, con la partida del Ministro de Justicia en abril de 2020, el principal responsable del arresto de Lula. Para tratar de contener esta división en la derecha, el gobierno federal amplió sus tratos con los grupos del parlamento brasileño.

Estos tres puntos: negacionismo científico; la oposición a China; el conflicto entre los gobiernos estatales y federales; alinean la política brasileña actual con su gran modelo imperial, los EEUU. No por casualidad: como demostró el geógrafo pacifista Élisée Reclus, en contraste con el federalismo descentralizado defendido por Pierre Joseph-Proudhon, de quien Reclus era un seguidor, los federalismos centralizados de los EEUU y Brasil fueran concebidos por la alianza entre las élites patriarcales blancas provinciales, uniendo fuerzas para mantener el gobierno central y hacer guerra contra las poblaciones subalternizadas y racializadas, amerindias, negras y pobres en general. Situación similar a la "guerra de razas" estudiada por el filósofo Michel Foucault, cuya reflexión influyó en el concepto de "necropolítica" del politólogo Achille Mbembe: si la biopolítica, según Foucault, es el gobierno de la vida, la necropolítica, según Mbembe, es la elección entre quienes viven y, principalmente, quienes mueren. Sugiero que la actual pandemia global ha sacudido este estado de cosas que hizo de los EEUU un imperio global y de Brasil un imperio regional basado en federalismos centralizados, además de exponer la ruptura entre la política y la vida.

La elección de Trump y la de Bolsonaro fueran una reacción a los límites de los gobiernos más "de izquierda" y un poco menos patriarcales blancos, como de Obama y Dilma Rousseff. Estos últimos, a pesar de todo, no pudieron romper con las élites y promover la plena inclusión de los estratos subordinados. Sin embargo, Trump y Bolsonaro están en un momento en que las bases epistemológicas que los llevaron al poder ya no son compatibles: el racismo, la supremacía masculina y el determinismo sexual ya no tienen fundamentación científica. Pero su consiguiente negación de la ciencia termina poniendo en riesgo de vida a sectores del patriarcado blanco que deberían defender, como los médicos. Los necropolíticos no pueden controlar fácilmente el coronavirus, los polos de blancura europeos se han visto sacudidos por una pandemia que se ha extendido desde allí por las Américas. Algunos patriarcas blancos, como el gobernador del estado de Nueva York o el gobernador del estado de São Paulo, no se consideran representados por el gobierno central de sus países. Los estratos más periféricos, negros y de inmigrantes son los gran afectados por la pandemia, pero las clases media, alta y más blancas también están contaminadas. Si el gobernador de São Paulo pudiera decir, para ser elegido, que la policía estatal debería disparar para matar (entendiendo a las personas negras y periféricas como su diana preferida), el virus no es tan obediente como un elector o un gendarme.

Esto puede explicar el gran aumento en el número de personas asesinadas por la policía durante la pandemia, especialmente en São Paulo: demostrar que tiene más poder que el virus. El gobierno de São Paulo fue disuadido de usar su policía como fuerza para combatir la pandemia a través del control del aislamiento social en las calles, dado el apoyo de sus oficiales a la posición del presidente de la república. En otros lugares, como Río de Janeiro, las milicias paramilitares mafiosas alineadas con la opinión presidencial contribuyen por la fuerza con el fin de la cuarentena. Aún así, en las regiones distantes de los centros urbanos, como la Amazonia, la presencia del Ejército condujo, a través de soldados contaminados, el contagio viral a los pueblos ribereños, quilombolas e indígenas. El gobierno federal mantiene a la población indígena sin asistencia y esta se ha convertido en la principal víctima del COVID-19. Después de mucha presión social, el gobierno empezó un show de operativos militares “sanitarios” en los territorios indígenas, generando sospechas y negativas de la población ameríndia. Así, ante la crisis de su poder, el patriarcado blanco refuerza su guerra genocida, exponiéndose al riesgo. Sin embargo, es en el campo internacional donde su derrota se hace aparente.

La pandemia ha demostrado las bases “físicas" del capitalismo internacional: la producción de bienes sólidos. Esta producción fue marginada por la economía virtual y los servicios "líquidos", desarrollados en los centros capitalistas euroamericanos originales. Sin embargo, la modernidad sólida fue culturalmente apropiada por China como un arma de guerra híbrida imperial. El choque global del coronavirus solo coronó un poder que "El País del Centro" ya tenía. El hecho de que China fuera el centro difusor del COVID-19 dice menos de una supuesta arma biológica que del papel de este país en el capitalismo hoy: el polo productor de mercancías de las que depende el globo. Ante este cambio, países como EEUU y Brasil pierden el poder imperial que tenían. Si el imperio está en los detalles, como diría la antropóloga Catherine Lutz, el título de China en los juegos de poder global puede no significar la derrota final del patriarcado blanco; tampoco es el fin del patriarcado en sí, ya que China no suele destacarse por luchar contra el machismo. Sin embargo, es una indicación de que la política, como continuación del arte de la guerra, se lucha cada vez más por medios indirectos, pero no menos autoritarios, dadas las altas tecnologías de control de información de la población (como la 5G que viene allí) exportadas por China al mundo. En este tipo de arte marcial indirecto, China tiene maestría milenaria. Y Brasil parece estar cada vez más alejado de la posesión del balón que mantenía su arte futbolístico, o mismo del viejo prestigio de su diplomacia internacional, pasando hoy la mayor vergüenza en su historia republicana.

 

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