Los especuladores de guerra preferirían pasar desapercibidos
Andrew Dey
La guerra es una obscenidad y a menudo, cuando vemos que ocurre, nos sentimos incapaces de pararla. Cuando otra vez nos proponemos manifestarnos en contra de otra guerra, en cierto modo, llegamos tarde: ya están cayendo las bombas. Pero la guerra no sale de la nada y no es inevitable: existen numerosas oportunidades para interrumpir la preparación de esta. Podemos desafiar las estructuras subyacentes de la guerra, dondequiera que estén y cualesquiera que sean, y una forma de hacer esto es desafiar a los especuladores de guerra —industrias que se benefician y respaldan los continuos ciclos de guerra y violencia—.
Si el mundo fuera un escenario teatral, entonces las guerras ocuparían el lugar central, donde todos las pueden ver: los soldados y los tanques, las bombas cayendo del cielo, los políticos en la televisión y, por supuesto, la muerte y la destrucción. Cuando vamos al teatro, miramos lo que pasa en el escenario. No es tan común pensar o hablar de lo que pasa entre bambalinas, donde encontraríamos ingenieros, pilas de equipos y los fondos que permiten la puesta en escena del espectáculo. A pesar de que se hace difícil verlas, si no fuera por estas estructuras y sistemas, para empezar, no habría guerra.
Tras bambalinas
Cuando hablamos de especulación de guerra, nos referimos con frecuencia a lo que sucede “entre bastidores”. Los especuladores de guerra son aquellos que, en primer lugar, traen la violencia de la guerra y la “limpian” después de que pasó el gran show y la mayoría de la gente volvió a sus hogares y, en segundo lugar, son los que obtienen beneficios económicos de este negocio. Las actividades de los especuladores de guerra podrían llevarse a cabo varios años antes de que ocurra cualquier tipo de violencia física y también varios años después.
A diferencia de la violencia de la guerra, la especulación de guerra en nuestra sociedad casi nunca es visible —las fotos son menos dramáticas— y a veces ni siquiera asociamos el trabajo de los especuladores con la violencia. La especulación de guerra tiene que ver ciertamente con el comercio de armas, pero también con la ocupación y la explotación de un territorio (como en la Ribera Occidental), con el reclutamiento y la explotación de mano de obra barata por parte de compañías mineras y de extracción (como ha alegado la ONU con respecto a Eritrea), con las economías que son saqueadas por compañías multinacionales durante la reconstrucción posguerra, con lo grupos de investigación financiados por compañías armamentistas o con infinidades de métodos que hacen que la especulación tenga lugar. La especulación hace que la guerra sea inevitable porque la motivación económica —y el poder de los grupos de presión detrás de semejante industria— superará la mayoría de las veces los pedidos de paz y de soluciones de conflictos no violentas.
Es importante destacar de estos ejemplos que la especulación no solo tiene lugar durante la guerra en sí, sino también como parte de otras formas de militarización. Ocurre cuando la gente obtiene beneficios de las relaciones o de los contextos violentos y opresivos —como con las fronteras militarizadas—, cuando nuestras fuerzas policiales eligen métodos violentos cada vez más para controlar las masas y cuando los estados ocupantes sacan provecho de los recursos naturales de la tierra que ellos han ocupado. El desperdicio de la especulación de guerra es muy real y va más allá de los recursos económicos que se podrían usar para actividades más constructivas y para hacer frente a amenazas como el cambio climático. Las habilidades, la mano de obra y la capacidad intelectual de las personas cualificadas y altamente educadas y los recursos naturales que se invierten en maquinarias y sistemas violentos son recursos finitos y se desperdician cuando se los usan para la preparación de una guerra.
Violencia
La tipología de la violencia de Galtung es una herramienta útil para reflexionar sobre la violencia de la especulación de guerra. Galtung dijo que la violencia es más compleja y constante que los actos de agresión física, con los que la gente resulta herida o muerta (violencia directa visible). Este tipo de violencia es la punta del iceberg. Debajo de “violencia directa” se encuentran las capas de violencia mucho menos visible: violencia estructural y violencia cultural. La violencia estructural es raras veces visible —nadie resulta muerto o herido de manera evidente; no hay violencia visible, pero los sistemas económicos y las relaciones comerciales que permiten que la guerra se desarrolle deberían ser considerados como una forma de violencia que facilita y soporta los actos de violencia directa—. La especulación de guerra se puede pensar como una forma de violencia estructural de la que depende la violencia directa de la guerra y la militarización.
La violencia cultural es incluso más insidiosa: es la que hace invisible la violencia de la especulación de guerra al mostrarla como legítima. Puede ocurrir en una variedad de modos: mediante la esponsorización de otras instituciones (de escuelas, por ejemplo), el uso de jerga legal (“No estoy contraviniendo ninguna ley”), conexiones con políticos, la tecnología de doble uso (cuando un equipo se puede utilizar tanto para propósitos militares como civiles), dar dinero con fines benéficos u otras clases de métodos.
Quizás, otra forma insidiosa de violencia cultural tiene lugar mientras la especulación de guerra ocurre directamente delante de nosotros, en nuestras propias vidas. Por ejemplo, cuando vamos al supermercado y compramos frutas y verduras provenientes de territorios ocupados, estamos respaldando a las compañías que se benefician con la guerra y la violencia. Mediante la violencia de la ocupación, las empresas pueden mantener los precios bajos, incluso acceder al trabajo infantil ilegal y usar recursos como la tierra y el agua a los que las comunidades ocupadas no tienen acceso. Los activistas que ya están involucrados en boicots no se sorprenderán por esto, pero la idea de que la guerra pueda llevarse a cabo en la canasta de compras es ajena a muchas personas. Para aquellas que viven en países prósperos y que no experimentan de manera directa el conflicto armado violento, la guerra es algo que pasa en otra parte —este relato enmascara nuestra propia participación en los preparativos para la guerra—. Para muchos, es más fácil mirar para otro lado, esquivar el tema. Ben Griffin, de Veterans for Peace UK, sostiene que “100 años atrás, los militares te exigían tus hijos: los hombres al ejército, las mujeres a las fábricas de municiones. Ahora exigen tu silencio”.
La industria armamentista
Un ejemplo de cómo todas estas formas de violencia se cruzan —y se hacen tan invisibles— puede encontrarse en la historia de los trabajadores de la Remington Arms, en los Estados Unidos. Remington Arms fabricó una escopeta que se usó en 2012 en una masacre escolar en Newton, Connecticut. Después del tiroteo, uno de los trabajadores de la fábrica le dijo a un periodista que “nadie quiere pensar que contribuyó con la fabricación del arma usada en Newton”. Para la persona que la fabricó, puede haber, por supuesto, una sensación de complicidad directa, pero es errado culpar solo al que fabricó el arma —el trabajador pensó solamente en la inmediatez de la violencia directa y se olvidó de toda la violencia estructural que permitió que, para empezar, existiera esa arma. No dijo que “nadie quiere trabajar para la empresa que lucró al fabricar el arma de Newtown” o incluso “qué es lo que hace que la producción y venta de armas sea una industria legítima”. La violencia estructural y cultural de la industria armamentista facilitó la violencia directa que tuvo lugar en la escuela. Mirar la violencia a través de la lente de la especulación amplía nuestra visión más allá de la responsabilidad inmediata de los actores individuales en la guerra y nos lleva a mirar las estructuras que la respaldan, a los fabricantes de armas, compañías de extracción, bancos, fondos de pensiones y centros de investigación que de manera (in)directa la promueven.
Conclusión
Como vengo escribiendo en este artículo, los activistas en Londres tomaron acciones directas no violentas contra la feria de armas DSEI, una de las exhibiciones comerciales de armas de guerra más grandes del mundo. Día tras día, antes de que el evento incluso comenzara oficialmente, los activistas dificultaron la entrada de los vehículos cargados con armas y suministros a la feria. Si no hubiera sido por la presencia de ellos, el montaje de la feria habría seguido sin obstáculos y todo el evento habría permanecido invisible, como los organizadores preferirían. En cambio, se hizo visible la magnitud del comercio de armas, se expuso la forma en que este se lleva a cabo en y entre nuestras comunidades y vidas y se demostró la facilidad con la que se puede detener, con un poco de fuerza de voluntad y coraje. El papel de los defensores y activistas es hacer mucho más visible lo que la mayoría de la gente no se da cuenta, ir a la raíz de los problemas, exigir que miremos no solo la violencia más inmediata y atroz, sino también que actuemos contra los aspectos estructurales que rodean la violencia en nuestro mundo.
Mantente al día de nuestro activismo antimilitarista internacional.
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