Extraña es la historia eritrea; más lo es la historia de la mujer eritrea.

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A menudo (demasiado), pienso acerca de lo que otras personas piensan de nuestras historias, nuestras historias eritreas. No las dramáticas, sino las corrientes, las experiencias conocidas por todos los eritreos. Estoy segura de que nuestras historias, llenas de un dolor inimaginable, infligidas por esas mismas personas que afirman habernos liberado, dan la impresión de ser demasiado extrañas como para pertenecer a la vida cotidiana.

Como estas historias…

A veces intento imaginar qué pensaría la gente de la historia de Lemlem. Una sexagenaria que actualmente se ha visto obligada a llevar un fusil AK-47. No quería, y no entiende por qué y realmente no sabe cómo usarla. Está segura de que no la protegerá de la gente contra la que necesita protección – así que se lo dieron. En su casa, entre sus escasos utensilios que cuelgan de un gancho, al lado de las cacerolas y sartenes, cuelga este extraño objeto. Cada vez que ve el fusil, le recuerda a la muerte y destrucción que le ha acompañado durante toda su vida. Siempre se pregunta si los que le entregaron el símbolo de la muerte y la destrucción dejarán de aterrorizarla algún día.

Kibra es madre de tres hijos, o lo era, para ser más precisos. Perdió a su hija durante la lucha por la liberación y después a su hijo en el conflicto fronterizo de 1998. Cuando su hijo pequeño murió en el Mediterráneo varios años después de que lo hiciese su hermano, se quedó completamente sola. Ahora, el hecho de despertarse cada día es un recordatorio de todo lo que ha perdido; la soledad no le da tregua. Cada día, reúne toda la fuerza para empezar otro oscuro día, preguntándose por qué vino a este planeta. Cada noche, exhausta, cae dormida, sin haber encontrado algo por lo que merezca la pena vivir.

Semira tiene 30 años. Todo el mundo le dice que es la hija de mártires heroicos, pero ella se ha dado cuenta de que en realidad no es diferente de ser un simple huérfano. No deja de preguntarse qué habría pasado si sólo uno de sus padres hubiese sobrevivido. Y también se pregunta si eso hubiese cambiado algo. Conoce a muchos compatriotas de sus padres que han desaparecido en cárceles de todo el país o que dejaron el país todos juntos. También se pregunta si eso es diferente de ser un huérfano de la guerra.

Mujeres eritreas en el ejército
Mujeres eritreas en el ejército
Sara es joven y quiere ser libre, siempre sueña con su libertad. Fue obligada a hacer el servicio militar; gana menos de 50 céntimos de dólar al día por hacer de todo y cualquier cosa que se le pide. Las cosas que le han pedido hacer le hacen sentir rastrera y sucia. Desde hace muchos meses, un oficial del ejército ha estado actuando como si le perteneciese. Ella se ocupa de todas sus interminables necesidades. Si no lo hace, sabe lo que pasará. Realmente no sabe lo que pasará; si lo supiese, habría podido juzgar mejor si merecía la pena correr el riesgo. Al igual que Semira, Sara también es hija de los combatientes por la libertad y, aunque está orgullosa del sacrificio de sus padres por la independencia, todavía se pregunta qué significa realmente la “libertad” y si el sacrificio de sus padres dará sus frutos algún día.

Yo me pregunto también….no sólo acerca de las experiencias de estas mujeres y de otras muchas otras, sino también sobre experiencias por las que pasé con 16 años en el Servicio Militar Nacional. No hace falta que diga que he visto demasiadas experiencias horribles a las que todavía no encuentro explicación.

Mi amiga Winta (nombre ficticio) estaba haciendo el servicio militar obligatorio a los 17 años. Un día, después de una larga jornada de entrenamiento y trabajo, bajo un sol abrasador, Winta cayó enferma. Primero, perdió la voz;

Después, le dieron unos ruidosos ataques de hipo que continuaron sin parar durante semanas. De repente, sus rodillas empezaron a doblarse al echar a andar y sólo era capaz de caminar recto si sólo lo hacia atrás. Hace poco leí que se trata de una enfermedad llamada Dystonia, o algo parecido. En aquel momento no teníamos ni idea y estábamos gravemente enfermos y muy asustados al ver a muchos de nuestros amigos con esta enfermedad.

Mi amiga Winta y todas las demás víctimas nunca recibieron atención médica para esa extraña enfermedad. En lugar del tratamiento, fueron severamente castigados por ponerse enfermos. Para salvar a Winta y a nuestros otros amigos de los castigos, siempre intentábamos esconder sus enfermedades a los líderes militares lo mejor que podíamos. Había días en que salíamos muy temprano para evitar llegar tarde porque a alguien se le doblaron las rodillas.

Hubo una noche en que Winta y todos nosotros nos quedamos despiertos casi toda la noche llorando la muerte de un amigo que se puso gravemente enfermo y, como siempre, no recibió una rápida y adecuada atención médica. A Winta le afectaba mucho el hecho de que a ella y sus amigos les prohibiesen llorar durante el funeral de su amigo. Cuando no podían aguantarse y gemían, se les castigaba severamente por desobediencia

Esta pérdida y las 2 horas de duro castigo que la siguieron, provocó que las chicas no pudiesen esconder por más tiempo los síntomas de la Dystonia. De repente, muchos de ellos empezaron a tener hipo de forma incontrolada y fue imposible que caminasen recto ni avanzar sin ayuda. ¡Fue terrible!

Winta se despertaba y lloraba todas las noches durante varias semanas….no por el castigo tortuoso que recibió, ni por caer enferma, sino porque se le prohibió llorar por sus amigos fallecidos, a pesar de que se iban para siempre. La vida en el ejército no era dura, era cruel, demasiado cruel para ser comprendida por aquéllos que eran demasiado afortunados de no tener que hacer frente a una experiencia tan cruel. A veces me pregunto si algún día conseguiremos ver el final de esto….o si dejaremos de estar traumatizados por estos recuerdos perturbadores.

Al igual que muchos eritreos, soy un superviviente y un testigo de todo esto y de más. Y, como muchos eritreos, soy el resultado de todas esas experiencias. Somos almas torturadas, algunos intentamos olvidar una vez que conseguimos ser libres, y otros/otros, puede que continuemos viviendo con miedo. Pero ignorar todo esto con un silencio ensordecedor y “pasar página” ,como parece que hacen muchos, es dejar una gran parte de nosotros enterrada en la crueldad de la vida que es la vida de la mujer eritrea.

Mis compañeras eritreas, amigos y compatriotas, prometamos no olvidar nunca ni una sola parte de nuestras vivencias...lo espeluznante, lo injusto y lo extraño. Nuestras historias son extrañas, y no sería extraño que empezásemos a contar historias de vivos y muertos, una por una, mientras las llevamos siempre con nosotros.

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