Eliminar la guerra y todas sus causas
Christine Schweitzer
El presente número 100 del Fusil Roto reedita artículos que giran en torno a las estrategias utilizadas por los afiliados de la IRG y las dificultades a las que éstos se enfrentan. Se presentan artículos sobre acciones noviolentas directas y desobediencia civil, otros que tratan cuestiones de género, objeción de conciencia, apropiación de tierras, construcción de la paz y tendencias antimilitaristas en diversas regiones del mundo. Entre todos, constituyen un reflejo de los debates que hemos mantenido en la IRG a lo largo de los últimos 20 años.
“La guerra es un crimen contra la humanidad. En consecuencia, me comprometo a no apoyar ningún tipo de guerra y a luchar por la eliminación de todas las causas de la guerra”. Esta declaración fundacional de la IRG se realizó tan sólo tres años después de la I Guerra Mundial y a día de hoy sigue representando un desafío tan grande como en el momento en que se escribió. En este artículo me gustaría examinar las distintas dimensiones de este desafío. Dimensiones que están relacionadas con los tipos de guerras a los que nos enfrentamos hoy en día y con los desafíos que plantea el hecho de que estas guerras no nos afectan a todos por igual, ni todos tenemos la misma relación con sus causas.
“Cualquier tipo” - ¿Qué tipo de guerra?
La fundación de la IRG, en 1921, fue fruto de una experiencia de guerra de masas, con soldados de leva que combatían en trincheras sobre el terreno. Desde aquel entonces, la percepción y la realidad de la guerra se han transformado en gran manera. Existen muchas más guerras internas que internacionales. Guerras civiles en las que la gente lucha por el control del territorio, suelos fértiles o derechos de pastoreo, por la autodeterminación, la secesión, un Estado ideal (como en el caso de Estado Islámico), por el control de los recursos con los que comerciar en el mercado internacional, o simplemente porque es la única manera que tienen los fuertes de ganarse la vida. Muchos de estos conflictos son a duras penas de naturaleza política en sentido estricto, aunque al final, claro está, todo acaba siendo político.
Por otro lado, las guerras internacionales de nuestros días son, por regla general, muy asimétricas. Los gobiernos no declaran la guerra a un país, sino que intervienen “humanitariamente” o hablan de la “guerra contra el terrorismo”, ocultando que siguen siendo seres humanos, y no conceptos abstractos como “terrorismo”, los que mueren, son mutilados o se ven obligados a huir de sus hogares. Las “intervenciones humanitarias”, o armar aliados sobre el terreno, se han convertido en la opción de preferencia en muchos conflictos de todo el mundo, tal como se está demostrando una vez más en Irak y en Siria. Los gobiernos de los países ricos se arman para defender sus intereses: sus documentos políticos así lo manifiestan públicamente. Y no nos engañemos: muchos de nuestros conciudadanos estarán de acuerdo con ellos tan pronto como empiecen a sentir las consecuencias del cambio climático en sus propias carnes. El resurgimiento del extremismo de derechas y del fascismo en muchos países europeos es un indicador claro de ello. Y eso que Europa y EE UU ya son verdaderas fortalezas, que se protegen con murallas, vigilancia electrónica y ejércitos contra los refugiados que intentan llegar a ellos, lo cual les cuesta la vida a miles de personas cada año (se estima que por lo menos 20.000 refugiados, si no el doble de esa cifra, han muerto ahogados en el mar Mediterráneo desde 1988).
Hablamos hoy de otros tipos de guerra también: de la guerra de ricos contra pobres, de blancos contra negros, de guerra contra el medio ambiente, contra las mujeres y las personas LGBTQ, guerra contra la vida no humana, etc. La guerra no sólo se produce cuando un ejército se moviliza contra otro (o cuando un drone, teledirigido desde una cómoda posición a muchos kilómetros de distancia, mata personas). La guerra está allí donde se recurre a la violencia para suprimir intereses legítimos, o donde domina la violencia estructural.
Por ello, ¿podemos seguir hablando de no apoyar “ningún tipo” de guerra cuando la guerra se ha vuelto algo tanto más complejo que simplemente un gobierno que declara la guerra a otro? En cierta forma, apoyamos la guerra cada vez que arrancamos el coche, usamos el teléfono móvil o pagamos el impuesto sobre la renta. Pero no debemos confundir el apoyo involuntario con la falta de resistencia. Si las guerras se han hecho mucho más complejas, las formas de oponerse a ellas también se han multiplicado.
Luchar por la eliminación de todas las causas de la guerra
No existe una única explicación, compartida y convincente, de por qué existe la guerra. Las teorías abarcan explicaciones biológicas y psicológicas, explicaciones que culpan a diversas ideologías y visiones del mundo (incluidas las religiones), las teorías marxistas de la explotación, las feministas del patriarcado y de la noción capitalista (“realista”) de la “codicia”, y las consideraciones racionales y la búsqueda de la máxima ventaja. El único consenso que parece emerger es el de que no existe una sola explicación, sino que la teoría de sistemas y otros enfoques similares que ofrecen múltiples factores interrelacionados como elementos explicativos, y distinguen entre causas raíces, catalizadores, detonantes, etc., son los únicos que pueden ayudar.
Por ello, los antimilitaristas y pacifistas han desarrollado distintas aproximaciones a la superación y erradicación de la guerra. Sin pretender que la siguiente sea una lista exhaustiva, las más destacadas son:
1. Abolición de la guerra y los ejércitos mediante la resistencia directa (negarse a servir en el ejército, huelgas, desobediencia civil). El rechazo a participar directamente, personalmente, en una guerra -ni como soldado ni como civil implicado en estructuras civiles de apoyo (como defensa civil), ni como trabajador en la industria armamentística, o político que toma decisiones políticas de ir a la guerra- es, junto con el “no a todas las guerras”, lo que probablemente más distingue a la Internacional de Resistentes a la Guerra de las demás organizaciones por la paz. En este número encontrarán varios artículos que tratan la objeción de conciencia y la insumisión, desde los insumisos españoles hasta la resistencia a la guerra en América Latina.
2. Luchar por la abolición de la guerra y los ejércitos, reemplazándolos con medios no violentos con fines puramente defensivos (defensa civil, creación de “ejércitos de paz” no armados –a partir del concepto de Ghandi de un Shanti Sena-, mantenimiento de la paz por parte de civiles, etc.).
3. Abordar los aspectos económicos de la guerra: la conversión de la industria armamentística y la prohibición del comercio de armas son temas que se reflejan en la campaña de la IRG contra la especulación bélica.
4. Desarrollar programas constructivos, como los denominaba Ghandi: formas alternativas de producir alimentos, gestionar la economía, aprovechar la energía, vivir en sociedad, etc. (véase, por ejemplo, el artículo de Anand Mazgaonkar en este número).
5. Superar la guerra “indirectamente” a través del cambio social radical y completo. Los conceptos alternativos de socialismo y anarquismo quedarían, entre otros, dentro de esta categoría.
6. Proscribir definitivamente la guerra creando un marco legal internacional efectivo y estable que funcione de forma análoga a los monopolios de la violencia que, a todas luces, han contribuido a reducir la violencia interna en los estados. Si bien dichos conceptos nunca han tenido un papel importante en la IRG, muchos de sus miembros, por ejemplo, lo son también del International Peace Bureau (Oficina Internacional por la Paz), que se centra mucho en este enfoque.
7. Empezar por los peores síntomas de violencia y guerra con la esperanza de que los avances en este terreno otorguen un mayor impulso hacia el desarme total. A esta categoría pertenecen los movimientos contra armas concretas (minas terrestres, armas nucleares, drones, exportación de armas, etc.). Los pacifistas también comparten este enfoque con aquellos que no irían tan lejos como para pedir la desmilitarización total. En este número aparecen varios artículos que destacan las acciones noviolentas realizadas contra bases militares, armas nucleares, etc. La IRG aporta a estas luchas la perspectiva noviolenta, no sólo en forma de técnicas de acción directa noviolenta y desobediencia civil, sino también con la profunda convicción de que los enfoques noviolentos son los mejores, pues aúnan los fines con los medios y reconocen la dignidad de todo el mundo, incluidos los oponentes políticos.
8. Trabajar por el cambio de actitudes hacia la violencia: esto es lo que forma el núcleo de la educación y la construcción de la paz, tal como se practican en tantos puntos del Norte y del Sur del planeta. Trabajar con el trauma en diversos puntos de conflicto, desde Burundi hasta Kosovo, forma parte de la labor que realizan los afiliados de la IRG en África, por ejemplo, para superar la guerra y la violencia en sus respectivos países. En Ciudad del Cabo, este pasado mes de julio, nos hablaron mucho, por ejemplo, de cómo se imparten los cursos cuáqueros sobre “Alternativas a la violencia” en países como Colombia, Sudán o Nepal.
Con todo, “luchar por la eliminación de todas las causas de la guerra” es aún más que esto: no se trata tan sólo de luchar contra la más reciente amenaza, la nueva base militar que se construye en algún lugar o la última “intervención militar”.
Eliminar las causas de la guerra también pasa por examinar las estructuras de explotación y desigualdad, las ideologías misántropas y de fomento del odio, la forma en que los humanos nos relacionamos con la naturaleza y todas las formas de vida. Por ello, creo que todas las aproximaciones antes enumeradas son necesarias, y que deberíamos fijarnos en lo que pueden ofrecer en lugar de criticar las menos radicales por aquello que no hacen. Por ejemplo, protestar contra las armas nucleares (pensemos en los bloqueos contra las fábricas de armas nucleares en Gran Bretaña) a veces se critica porque prohibir ciertos tipos de armas podría verse como que legitima las armas “menos mortíferas”. Pero, por otro lado, librarse de este tipo de arma especialmente peligrosa puede conducir a una revisión de la estrategia militar global y crear una dinámica que posibilite dar otros pasos hacia la desmilitarización. No existe ningún plan maestro que nos diga exactamente qué pasos debemos seguir para eliminar las guerras. El cambio social es simplemente demasiado complejo y (afortunadamente) la ciencia ha sido, hasta la fecha, incapaz de desgranar esta complejidad para crear modelos predictivos. Pero lo que sí sabemos es que el cambio complejo y radical es perfectamente posible. De no ser así, la esclavitud legal aún existiría en el mundo, las mujeres no tendrían derecho a voto en ningún país ni podrían decidir cómo vivir su vida con independencia de un marido, las personas LGBTQ serían encarceladas y ejecutadas en todas partes, no existirían conceptos ni instrumentos como construcción de la paz o transformación de conflictos, y nadie cuestionaría las formas autoritarias de gobierno. Este conocimiento es el que nos conviene recordar cuando las cosas se vuelven a poner especialmente feas, y no cejar en nuestra actividad, ya sea organizando protestas y desobediencia civil contra las últimas andanzas militares de la OTAN o de nuestros respectivos países (pensemos en Jeju, Corea del Sur), acciones contra las industrias extractivas y contra la apropiación indebida de tierras en India y América Latina, presionando a los líderes políticos para que lleguen a acuerdos de paz, como en Sudán del Sur, poner fin a la ocupación de Palestina y negarse a servir en el ejército israelí, participar en acciones contra el racismo o los grandes bancos, etc. La lista de actividades en las que participan los afiliados de la IRG es demasiado extensa para poder hacerle justicia aquí.
Christine Schweitzer, presidenta de la Internacional de Resistentes a la Guerra
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