El poder de contar tu historia

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Por Diedra Cobb

Querido Dios, por favor, escúchame. Necesito escuchar a mis guías espirituales. Necesito apaciguar las palabras que resuenan en mi cabeza. Necesito crecer como la Diosa que soy. Necesito escribir. Necesito crear. Necesito construir contando conmigo misma y con otras personas. Necesito pasarlo bien. Necesito comer bien. Necesito cariño, la atención de los afectos. Necesito una comunidad fuerte, solidaria, inteligente, positiva. Necesito que se respete mi feminidad. Necesito los árboles y el agua. Necesito una comunicación directa y productiva con quienes están a mi alrededor y más allá. Necesito la fuerza y la guía de la Madre Naturaleza. Necesito verdad. Te necesito. Me necesito. Gracias. Te quiero. Me quiero.

Sacrificarse por el Bien Mayor

A veces no sé si deseo revisitar esta historia de nuevo. La experiencia de escribir esta historia representa la psicosis de mis interacciones con esta sociedad como mujer, como mujer negra, como pensadora, como ser espiritual. Contar esta historia representa revivir, volver a despertar, volver a evaluar, volver a tener la visión de, renovar todo lo que ha sido: creación. Escribo sabiendo que poder contar esta historia es lo que necesito, intentando ser precisa, sabiendo que probablemente me quedaré corta frente a las expectativas más críticas, y sabiendo que al final todo está en equilibrio siempre. Poco a poco me cuento mi propia historia. Poco a poco se la cuento a las demás personas. Y poco a poco, sano, gano en claridad y amo a mi bello ser incondicionalmente, para poder amar a las demás personas incondicionalmente.

Empecé mi viaje con los militares en junio del 2001. Me uní a las Reservas del Ejército con la comprensión de que me estaba uniendo a una comunidad de personas que creían en el sacrificio por un Bien Mayor. Me uní a las Reservas del Ejército con la comprensión de que estaría construyendo futuros seguros y más libres para todos los seres humanos, quedara esto cerca o lejos, y con esa comprensión, me sentía llena de energía y viva.

Mi padre y mi tío había servido en el Ejército, y por mis interacciones con ellos entonces y ahora, nunca les describiría como hombres malvados. Son cariñosos y generosos, inteligentes, y siempre están ahí. En el año 2000, decidí asistir al Instituto Militar de Nuevo México, una academia militar preparatoria, pero después de un semestre allí, comprendí que la naturaleza autoritaria y exclusivista de la vida en la Academia no era para mí. Lo dejé y volví a la facultad, a un par de facultades de Illinois, antes de decidir que quería explorar el mundo, conocer a gente con muchas y diferentes experiencias en la vida, y ejercitar mi pasión por cuidar y proteger. ¿Dónde podría encontrar estas tres cualidades pudiendo, al tiempo, ocupar un lugar como mujer joven en la sociedad? En el Ejército… o así lo creí.

Entré en junio del 2001 y en enero del 2002 partí a Fuerte Jackson para hacer la Formación Básica, la fase inicial donde aprendes disciplina militar, formaciones, y a manejar armas. De allí, fui al Fuerte Huachuca, en marzo del 2002, para hacer la Formación Individual Avanzada (la AIT en inglés), donde aprendes lo que necesitas saber como soldada. En estas fases iniciales, me fui dando cuenta de que la base necesaria para procurar una sociedad segura y más libre en cualquier lugar no fundamentaba nada de lo que hacía. Sin al menos una comprensión básica y/o un conocimiento mínimo de la historia, el idioma, las costumbres y las fuentes de felicidad de personas diferentes, no podías más que actuar como una autómata asustada, a la espera de instrucciones para saber cómo proceder en un lugar extraño.

En la Formación Básica escuché y me ordenaron cantar cosas como “Jei, jo, Capitán Jack, quedamos en las vías del tren, con este arma en la mano, voy a ser una ametralladora, una máquina de matar”, “La sangre, roja y fresca, hace crecer la hierba verde”, etc. Nos enseñaron a usar bayonetas, granadas de mano, rifles semiautomáticos, minas antipersonas, lanzaderas de granadas impulsadas por cohetes, y muchas otras armas de destrucción masiva. Cuando me gradué, me sentía muy mal por esta falta de orientación y de conocimiento sobre las sociedades donde teníamos que entrar e impactar. Asegurarnos de que no abusamos de estas habilidades, y que las usamos de la manera más disciplinada, contenida y estratégica, requiere disponer de una comprensión de las gentes con las que vamos a interactuar. Al parecer, esto era “pensar demasiado”, porque el sargento, riéndose de mí por solicitar información sobre estos temas, me respondió, “Especialista Cobb, ¡¿dónde se cree que está?!”.

Primeros pasos hacia la objeción de conciencia

Cuanto terminé la Formación Básica y la AIT, pasé unos seis meses en unidad de la Reserva del Ejército en Decatur, Illinois. Había empezado y terminé un libro llamado, En tiempos de las mariposas, de Julia Álvarez. Al acabarlo, tuve una epifanía: “lo que me he comprometido a hacer no es compatible con mi yo espiritual”. Ser parte de una organización que ocupa países por la fuerza para proteger negocios e intereses de un Poder que nunca podrán crear esa paz porque sólo la usa de marketing para justificar sus actuaciones equivaldría a aceptar mi autodestrucción, una muerte larga, lenta y tortuosa. Estaba profundamente afectada, tanto que una sargenta de mi unidad se me acercó en unos ejercicios para preguntarme si estaba bien. Le conté lo que me estaba pasando y me dijo que tenía que comunicarlo, urgentemente.

El personal de nuestra unidad aún no había sido movilizado, pero ya se hablaba de movilizaciones en los noticieros de la región. Empecé a intentar escribir las razones por las que no estaba dispuesta ni era capaz de seguir participando, para fundamentar mi petición de que se rescindiera mi contrato con el Ejército. En ese momento, no sabía que todo en esta institución tiene un canal oficial, incluida la Resistencia a ser parte de la misma. Mientras redactaba e imprimía documentos que describían el conflicto entre mis creencias y los objetivos militares, fui descubriendo que según las emitía, los oficiales que tenían que considerarlas las descartaban, o directamente las ignoraban.

En febrero del 2003, me dijeron que tenía que ir a Wisconsin para hacer el SRP, un proceso para trabajar la buena disposición del personal militar. Pregunté en qué punto se encontraba mi caso, y también que por qué me enviaban al SRP de Wisconsin. Me dijeron que no me preocupara, que estaban considerando mi caso y que todas y todos los soldados pasaban por el SRP, sólo que en diferentes momentos. Cuando llegué allí, sentada en el comedor de un gimnasio (lo que me recordaba el comedor de mi infancia) era como si hubiera vuelto a primaria. Cuando finalmente terminó la fase “Deprisa, deprisa” y “Espere aquí”, descubrí por qué mi intuición me enviaba alarmas cuando me dijeron lo de Wisconsin. Me comunicaron que no se había iniciado ningún proceso sobre Objeción de Conciencia, que ya no estaba asignada a la unidad de Illinois, y que tenía una semana para hacer las maletas: me trasladaban a Maryland, me habían asignado al Batallón de Inteligencia Militar, que aguardaba la entrada de un puñado de soldados antes de ser desplegado. Yo iba a ser una de las últimas personas asignada allí.

¿Una semana? No sabía por dónde empezar exactamente, pero sabía que tenía que hacer algo. Dejé mis clases en la facultad, y busqué la ayuda de amistades de la School for Designing a Society [escuela para el diseño de una sociedad], y me puse a rezar. Le expliqué lo mejor que pude lo que me estaba pasando a mis padre, mi madre y mis amistades, y seguí rezando. Metí en la maleta todo lo que creí que necesitaría, y dejé todo aquello que pudiera causar demasiada controversia o generar problemas, y seguí rezando.

Resumiendo, llegué a la Base de Verificación de Aberdeen en la madrugada del 3 de marzo, 2003, y presenté mi solicitud de objeción de conciencia aquella misma mañana. Mis amistades de la School for Designing a Society me habían ayudado a saber cómo solicitar el estatus de objetora, así que desde el momento en que puse el pie en ese nuevo puesto militar, dejé claro que no quería seguir teniendo nada que ver con el Ejército. Sabía que además de presentar documentos explicando mi negativa y documentos de apoyo de otras personas, tendría que pasar por entrevistas con un párroco y un psiquiatra, una audiencia informal con un oficial de la base, y después esperar a que la Junta Examinadora Militar emitiera su decisión final. Al llegar a la unidad tuve la suerte de que mi Comandante me asignara a la retaguardia. Él no quería que me desplegara con el resto de la unidad por miedo a que les bajara la moral y pusiera en peligro su seguridad. Me considero bastante poco violenta, pero por mis creencias y por el hecho de que si me hubieran ordenado ir a la misión, me habría negado, no tuve queja alguna sobre esa asignación a la retarguardia.

Efectos de la vida militar

Cuanto más tiempo pasaba en aquel puesto, más ejemplos de engaño se acumulaban ante mis ojos, y de frustración y comportamientos autodestructivos por parte de las tropas, ya que no sabían por qué se les pedía desplegarse. Supe de varias personas que llevaban años en el Ejército, leales de pensamiento y acción, y que se quedaron sin la pensión porque les degradaron: desaparecían los expedientes militares que probaban diferentes discapacidades o que iniciaban procesos para salir del Ejército. Encarcelaron y degradaron a soldado raso a un sargento que por error había sido llamado al servicio activo 20 años después del fin de su contrato con el Ejército porque había caído en una depresión por la injusticia y había bebido alcoholo en los barracones, y lo hicieron incluso después de que se hubiera aclarado el error y se determinara que se le eximiría del servicio y se le volvería a asignar su pensión de jubilación. Muchos hombres y mujeres frustrados, confundidos, habían empezado a beber también, y se estaban haciendo daño a sí mismos y a sus seres queridos. De hecho, nunca he visto llorar a tantos hombres. Fue en el Ejército donde descubrí que al igual que mi padre, mi tío y yo hasta cuando cambié mi percepción de las cosas, muchos de los hombres y mujeres militares tenían buenas intenciones; era la premisa de estas intenciones la que a menudo era inexacta o estaba incompleta debido a inexactitudes en las que nos adoctrinaron desde la guardería hasta la escuela secundaria privada.

Fue la absoluta falta de interés del Ejército por tener en cuenta, con honestidad y siendo fieles a la verdad, a quienes les habían ofrecido tanta fidelidad lo que me puso sobre la pista de que era imperativo que buscara dónde recurrir si necesitaba apoyo. Poco después de que desplegaran mi unidad en Irak, mi Comandante aspiró a obtener el rango más alto de los Comandantes, y por ello se dio cuenta de que le iba a plantear problemas explicar el hecho de que yo no hubiera sido enviada a Irak, siendo una soldada entrenada y en perfecta condición física. Fue entonces cuando me amenazó con usar recursos legales contra mí por desobedecer una orden directa: “fingimiento y conducta impropia de una soldada” fueron los cargos que presentó contra mí, para que así me entrara miedo y aceptara ir a Irak. Gracias a la ayuda del teléfono de ayuda de emergencia para soldadas y soldados (GI Rights Hotline), al equipo de defensa legal militar (Military Law Task Force) y al abogado DC Jim Klimaski, conseguí demostrar que eso era falso, pues el Comandante me había asignado a la retaguardia y había firmado un contrato conmigo para asegurarse de que me quedara allí hasta que se resolviera mi caso como objetora de conciencia.

Cuando estaba en la Base de Verificación de Aberdeen, en Maryland, conocí a una mujer llamada Claribel Torres, también conocida como Claire o Jewelz, que pasó a ser una muy querida amiga mía en aquella fase de militarismo de mi vida. Me permitió quedarme en su casa de Delaware cuando nos daban días libres en el barracón, y en los barracones y en la base nos apoyábamos como hermanas. Cuando la enviaron a Irak, envié los paquetes que quería enviar y nos escribíamos, y cuando volvió, incluso fui su dama de honor en su segunda boda. Aunque perdimos nuestra amistad, ella tuvo un papel fundamental en mi felicidad mientras estuve estacionada en la Base de Verificación de Aberdeen. Mucha gente de mi unidad, tanto de la que se había alistado como entre los oficiales, compartían abiertamente creencias parecidas a las mías sobre la guerra y me apoyaban; sin embargo, la mayoría no quería oponerse como yo, por miedo a las consecuencias. La violación que sufrí en los barracones, cuya resolución legal no me ha sido transmita ni por la división de investigación criminal (CID) ni por la oficina del auditor de guerra (JAG, Judge Advocate General) de la Base de Verificación de Aberdeen, era una materia tan grave que mucha gente en mi unidad fue solidaria en extremo.

Evitando que otra persona fuera barrida bajo la alfombra

Dios, y mi familia y amistades siempre serán los pilares de mi vida. A esto se sumó que hubo muchos hombres y mujeres de la comunidad de activistas que me proporcionaron el cariño y apoyo que necesitaba para sobrellevar aquella experiencia. Damu Smith, Jonah House, Joe Morton, el grupo cuáquero (American Friends Service Committee), Not Your Soldier (No tu soldad@), la Liga de Resistentes a la Guerra (WRL), el Anti-War, Anti-Racism Effort (AWARE, grupo antiguerra y antiracismo), Not in Our Name (No en nuestro nombre), Anarchist People of Color (Personas de color anarquistas), Suncere Ali Shakur, el Women of Color Resource Center (Centro de recursos para mujeres de color), la Service Women’s Action Network (SWAN, Red de acción para las militares en activo), Alixa y Naima de Climbing Poetree, y un maravilloso grupo de estudiantes activistas de la universidad de Towson (descansa en paz, Jordan) estuvieron a mi lado a lo largo de todo el proceso. No sería honesto decir que sentí que todos actuaran por una solidaridad altruista con mi caso. De hecho, hubo algún momento en que sentí rechazo por el 90% de los grupos con los que estaba en contacto, porque sentí que me trataban como si fuera una oportunidad para difundir su causa y no un ser humano. No obstante, con la distancia del tiempo, entiendo que todo su interés y las invitaciones a participar en los diferentes actos del movimiento antiguerra fueron herramientas que posibilitaron que mi caso recibiera la publicidad colectiva necesaria para que la burocracia militar no pudiera barrer mi caso bajo el felpudo, como otros muchos. De ahí que siento gratitud hacia todos. A quienes me vieron como una persona, más allá de lo que yo pudiera representar, todo mi amor y mi gratitud.

Amy Goodman de Democracy Now!, Eunice Buckner-Boone de WEFT, Ryme Khatkouda de WPFW, el Chicago Tribune, y The Guardian proporcionaron el apoyo personal y mediático que me permitió sobreponerme ante la amenaza de dos años de cárcel por mis creencias. Aunque no reprodujeron correctamente mis palabras en el Chicago Tribune, les doy las gracias a todos por haber hecho posible que una resistencia que venía del propio interior del ejército pudiera ser conocida. A través de estas experiencias, aprendí sobre el poder de los medios de comunicación, y sobre el poder que tenía contar tu propia historia.

En diciembre de 2003, me negaron el estatus de objetora. Era la decisión final de la Junta Examinadora Militar. Volví a mi casa en Illinois, donde el abogado de Chicago, Charles Nissam-Sabbat, me asistió en lo que fue preparar e identificar una estrategia para presentar recurso de habeas corpus y así defender mi posición de objetora de conciencia a pesar de la decisión del tribunal, en caso de que me volvieran a movilizar y ordenar ir a alguna misión. Después de abandonar el Ejército, mi querida amiga Cecil Smith, Jr., tuvo una actitud bellamente abierta y comprometida con ayudarme a ver/soñar más allá de mi experiencia militar traumática, y así seguir adelante con toda mi fortaleza. Con todo y para siempre, mi fe en Dios me ha permitido dejar atrás mis demonios y acceder a las bendiciones de mi interior. Sigo adelante bajo la luz y la armonía que creó el mundo, y doy gracias a quienes creen en y buscan lo que es justo.

Publicado en Objetoras de conciencia. Antología

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