La objeción de conciencia me ayudó a encontrarme a mi mismo.

Participé en movimientos estudiantiles durante mis años de la universidad. La experiencia me influyó incluso después de mi graduación, y me sentía muy incómodo con la idea de hacer de soldado leal a mi país. No sólo encontré difícil seguir órdenes de un superior sin preguntar, sino que lo que más miedo me daba era la poderosa y violenta naturaleza de la cultura militar que refuerza el sentido de la jerarquía.

A principios de 2002, empecé a conocer sobre la objeción de conciencia. Era entonces cuando el término ' objeción de conciencia ´ llegó a ser bien conocido al público, aunque había habido numerosos objetores de conciencia en los últimos sesenta años en Corea del Sur .

Ésta podía ser otra opción, y muchos hombres jóvenes habían estado tomando esta decisión durante mucho tiempo y ésto hacía que me sintiera avergonzado, porque yo solo intentaba eludir el problema. Pensé que solo tenía que aguantar el servicio militar a pesar de mi oposición al mismo. Como cada vez más, oía historias sobre oponerse a los militares y a las guerras, así pues, comencé seriamente a pensar en tomar tal decisión. Finalmente decidí librarme del militarismo en mi vida.

En el invierno de 2002, oí a la administración de Bush anunciar la guerra contra Iraq, vi a las familias victimas del 11- S oponerse a la guerra. Junto con amigos y colegas, coorganicé actividades pacifistas y también fui a Iraq a convivir con la gente por una temporada. En Iraq, podía saber lo que pasaba por la mente de la gente que día a día sufría por consecuencia de la guerra.

Mientras tanto, el gobierno y el parlamento surcoreanos continuaron sus planes de despliegue de la tropa coreana para la guerra de Iraq. 
El 13 de noviembre de 2003, el día en que se suponía me tenía que alistar en el ejército, no contesté a la orden militar y en su lugar me fui a cenar con mis amigos activistas. Algunos días más adelante, la policía llamó para decir que querían investigarme puesto que no me había presentado a mi alistamiento. Después de numerosos interrogatorios, fui a juicio. El juez ordenó detenerme sin hacerme ni una sola pregunta, y fui encarcelado el mismo día. Cerca de un mes y medio más adelante, el tribunal me permitió salir fuera bajo fianza, pero un año más tarde comparecí a juicio y fui encarcelado otra vez. Durante los siete meses próximos, comparecí en el segundo y tercer juicios mientras permanecía en la cárcel, y el tribunal me encontró culpable y me condenó a 1 año y a 6 meses en cárcel.

A diferencia del pasado, ya no hay tortura o violencia física en las prisiones surcoreanas. En vez de dejar los cuerpos hacia la muerte, la prisión moderna limita el tiempo y el espacio, que son dos de los fundamentos de la vida humana. El ser humano dentro de la prisión se obsesiona desesperadamente con el tiempo y espacio como si intentará así rechazar la muerte. De alguna manera, la prisión fue una experiencia de la cuasi-muerte para mí. Un sentido de frustración con la vida. Una carencia de empatía hacia los otros. Un alma que se encoge apenas como la celda minúscula en la que estaba dentro. La prisión no sólo refrena tu cuerpo físico sino que también oscurece tu cuerpo internamente. Parecía siempre darme una orden que debo aguantar todas estas cosas.

En la prisión te ves forzado a hacer cosas que no quieres. Pero ahora que pienso en ello, la objeción de conciencia también ayuda a hablar contigo mismo, a encontrarte con tu yo interno, a enfrentarte con tus conflictos. Entonces te das cuenta que empiezas a conseguir estar en paz cuando comienzas a mirar la alteridad dentro de ti mismo. Solo entonces la empatía hacia los demás puede mantenerse.

Changgeun Yeom

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