Género y sexualidad

Gun Free Kitchen Tables is a campaign of feminist and civil society organisations in Israel and the Occupied Palestinian Territories working on the issue of killings carried out in the home using guns taken home by security guards.
La militarización se encuentra profundamente arraigada en el patriarcado. Las estructuras militarizadas exaltan los valores masculinos como la obediencia a la autoridad, la jerarquía y el control; valores que se reflejan en la sociedad y que perpetúan normas y roles de género que asocian «la masculinidad con el poder y la agresividad; y la feminidad, con la humildad y la pasividad» (Laska y Molander, 2012). Asimismo, refuerza los patrones de género que definen un orden «en el cual los hombres imponen el poder sobre las mujeres» (Cockburn, 2010), independientemente del papel que desempeñen éstas en dichas estructuras.
La militarización policial juega un papel fundamental en la militarización de la sociedad, especialmente en aquellos ámbitos de la vida cotidiana de los ciudadanos donde la capacidad militar de intervención es limitada. Por tanto, la policía es un instrumento esencial «para la normalización de la idiosincrasia militar más allá de los barracones y los cuarteles» (Sapmaz, 2015). La cultura de la masculinidad militarizada se manifiesta como un continuum de violencia que «se extiende desde el patio del colegio, el hogar, la calle, hasta el campo de batalla; desde los propios cuerpos [de las mujeres] hasta el cuerpo político» (Cockburn, 2010).
Las masculinidades dependen de la denigración de las feminidades (Enloe, 2016), fenómeno cuyos efectos perjudiciales recaen sobre las mujeres, personas con identidades de género no binario o con sexualidades no convencionales. Se menosprecia a las mujeres y las transgresiones de la norma heterosexista se consigan.
La militarización impone la conformidad social y acrecienta la aceptación de la «represión de disidentes y personas que no siguen las normas sociales», de las cuales «las personas pertenecientes al colectivo LGBT son las primeras en correr el riesgo de convertirse en objetivo de la violencia y los abusos» (Laska y Molander, 2012). Las personas transexuales e inconformes con el género «tienen considerablemente mayores probabilidades de ser víctimas de la violencia policial que otras» (Tabassi y Dey, 2016).
La organización de Gays y Lesbianas de Zimbabue (GALZ) —afiliada a War Resisters— fue víctima de una redada policial trans en la que acabaron detenidos cuarenta y cuatro a quienes agredieron mientras se encontraban detenidos antes de ser puestos en libertad sin cargos. La razón: habían preparado un informe acerca de las violaciones de lesbianas, gays y transexuales en Zimbabue. El partido en el poder asocia la simpatía por las personas LGBTI con la oposición y otorga a aquellas personas que han recibido formación militar —y que son, por lo tanto, «apéndices del partido gobernante entrenados para desatar el terror sobre cualquier persona de diferente opinión— carta blanca para atacar a personas LGBTI, ya que conciben estas atrocidades como actos de patriotismo» (Rutendo Tanhira, 2012).
En cambio, la policía intenta utilizar su participación en acontecimientos culturales como el Orgullo para pintar de rosa su imagen, al igual que el ejército, con la intención de promocionarse como defensores de los derechos humanos (Laska y Molander, 2012).
Se pueden encontrar experiencias de género de la militarización policial en el acoso sexual hacia mujeres palestinas que atraviesan los puestos de control israelíes, los abusos sexuales endémicos denunciados por mujeres detenidas como parte de las operaciones mexicanas de «guerra contra las drogas» y la expectativa de violación por parte de la policía que sufren las mujeres sudafricanas —en especial si son negras— independientemente de si son detenidas o van a interponer una denuncia: el racismo y la misoginia suelen estar íntimamente interconectados.
La función principal de la militarización policial es mantener el poder de los intereses capitalistas e imperialistas a través de una óptica de género que se manifiesta en los cuerpos de las mujeres de Tanzania, Uganda y Zimbabue, víctimas de las agresiones y el acoso perpetrados por las fuerzas militarizadas de seguridad con instrucciones de proteger las instalaciones de las industrias extractivas; y de las mujeres palestinas que se ven forzadas a dar a luz en los puestos de control israelíes donde fueron retenidas mientras se dirigían al hospital: murieron cinco madres y treinta y cinco bebés de los sesenta y cinco nacidos en puestos de control israelíes entre 2000 y 2007.
En lo tocante a lo cotidiano, la vida se ve afectada por estas fronteras internas militarizadas que convierten «la tarea más sencilla necesaria para sobrevivir en algo cada vez más difícil» y obliga a «los hombres palestinos que trabajan en el mismo Israel a pasar demasiado tiempo en la carretera [mientras que] las mujeres permanecen en casa al cuidado del hogar y de los niños» (Coalition of Women for Peace and Who Profits Research Center, 2016 ).
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