Minería marcial: los vínculos entre el extractivismo global, el comercio de armas y la guerra
¿Qué sucede con nuestros movimientos contra la guerra cuando ampliamos nuestra comprensión del conflicto a las zonas extractivas que hacen posible la guerra? ¿Podemos meternos en las máquinas del complejo militar-industrial comenzando nuestro análisis con las luchas de las comunidades cuyas tierras y recursos se explotan para materializar la guerra?
Las comunidades en la Red Minera de Londres (London Mining Network) con las que colaboramos (desde los sobrevivientes de las masacres de Marikana en el cinturón de platino de Sudáfrica hasta los luchadores por la libertad que viven bajo la ocupación indonesia de Papúa Occidental y su mina de cobre y oro nombrado Grasberg, que tiene importancia mundial ) saben íntimamente que el extractivismo es un proceso militarizado. Rompe violentamente los ecosistemas, desalojando y luego vigilando a las comunidades humanas que dependen de la tierra para sobrevivir y subsistir. Ninguna comunidad acepta pasivamente los desalojos forzosos ni las exclusiones forzosas, la destrucción de hábitats, la contaminación de ríos, aguas subterráneas y suelos.
Sin embargo, esta resistencia a menudo se enfrenta a la represión, desde la vigilancia y el acoso hasta las invasiones y los asesinatos. Además, las compañías mineras también emplean tácticas de contrainsurgencia, como patrocinar equipos de fútbol y construir clínicas de salud locales, o incluso usar cada vez más iniciativas ambientales, para dividir y conquistar comunidades locales. El Atlas de Justicia Ambiental señala que los gigantes de la megaminería de Londres – entre ellos Glencore, Anglo American, Rio Tinto y BHP– están involucrados en al menos 83 conflictos relacionados con sus operaciones.
Sin embargo, lo que a menudo pasamos por alto es que el militarismo también es fundamentalmente un proceso extractivo: requiere enormes cantidades de recursos naturales para innovar tecnologías de control, muerte y destrucción. Materiales como el aluminio, el cobre, el platino y el cobalto se transportan desde las minas a las fundiciones antes de ser ensamblados en fábricas, donde se transforman en paneles solares y vehículos eléctricos, así como en drones de vigilancia y armas nucleares. No es sorprendente que las compañías mineras tiendan a enfatizar sus contribuciones a lo primero mientras ocultan su indispensabilidad para lo segundo. Mientras tanto, las compañías de armas solo admiten un conocimiento limitado del volumen de materiales que consumen. Sin embargo, la próxima generación de equipos del Ministerio de Defensa del Reino Unido pesa por sí sola al menos 514.270 toneladas de materias primas. Si se aumentara el consumo de recursos del ejército británico (que representa el 2,5% del gasto militar mundial), se indicaría una demanda mínima de 20,6 millones de toneladas de minerales para reequipar a los ejércitos del mundo en esta década. Dado el uso de productos químicos como el cianuro y el arsénico para separar los metales de su mineral, esto inevitablemente crea miles de millones de toneladas de desechos tóxicos. En 2019, cuando una presa de mineral de hierro hecho de escoria se derrumbó en Brumadinho, en el sureste de Brasil, sumergió aldeas enteras y mató a 272 personas, la descripción de las operaciones mineras como una zona de guerra rechazó cualquier sentido de hipérbole.
Centrémonos en algunos ejemplos de estas militaridades materiales. La extracción de uranio ha tenido consecuencias históricas a nivel mundial: las minas congoleñas de Shinkolobwe, entonces bajo la ocupación colonial belga, materializaron las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, mientras que el colonialismo radiactivo en tierras aborígenes de Australia proporcionó el óxido nitroso para los reactores nucleares de Fukushima. De hecho, el arsenal nuclear del Reino Unido (120 armas con un arsenal de 215, con un coste de al menos 205.000 millones de libras) no habría sido posible sin la mina Rossing en Namibia, ocupada por la Sudáfrica del apartheid y operada por un cártel dirigido por Rio Tinto. Hoy, un consorcio de empresas armamentísticas está ensamblando los submarinos más grandes jamás construidos para la Marina Real, con un total de 68.800 toneladas de material, 170 kilómetros de tuberías, 52.000 artículos eléctricos, 1.500 kilómetros de cables y transportando hasta dieciséis misiles Trident, que comparten 48 ojivas. Se estima que la fabricación de una sola bomba nuclear produce 2.000 toneladas métricas de residuos de la minería de uranio.
¿Qué hay del avión de combate F-35 de Lockheed Martin, el sistema de armas más caro en la historia, compuesto por 300.000 piezas fabricadas por más de 1.900 proveedores? El Reino Unido es responsable por la construcción de aproximadamente el 15% de los 3.000 aviones previstos para la producción. Esto incluye a BAE Systems, que aporta 30 piezas de titanio independientes para la aleta de cola vertical del avión. El enemigo habitual, Rio Tinto, explota una de las minas de ilmenita más grandes del mundo (utilizada para la fabricación de titanio y como pigmento), por la que más de 500 aldeanos malgaches perdieron sus tierras y sus medios de vida, también contaminando el agua potable de otras 15.000 personas con uranio y plomo. Cada F-35 está equipado para la guerra electrónica, por lo que requiere 417 kilogramos de elementos de tierras raras. Como ingredientes esenciales para las tecnologías automatizadas, los depósitos de tierras raras (denominados así más por el dominio de China en la producción que por su escasez geológica) se cortejan por empresas mineras que cotizan en la bolsa de Londres, en coordinación con el Pentágono de Estados Unidos y el Ministerio de Defensa británico. En junio de 2024, Israel compró otros veinticinco aviones de combate F-35 por 3.000 millones de dólares, lo que eleva a setenta y cinco la flota que lanza incesantemente bombas sobre Gaza desde octubre, y la convierte en un arma crítica en el arsenal de un genocidio.
La Ciudad de Londres es un epicentro global de violencia organizada que entrelaza la minería con la guerra en todos los continentes. No es casualidad que las bases militares del Reino Unido (desde Brunei hasta Belice, desde Omán hasta Kenia) rastreen los depósitos que extraen los gigantes mineros de Londres y sus rutas de envío hasta la producción. Cuando estas industrias dependen unas de otras para sobrevivir, nuestros movimientos contra ellas deben estar igualmente interconectados. Cada nuevo avión, submarino nuclear, base militar y guerra ya es una catástrofe climática escrita a gran escala en las zonas de sacrificio de la extracción global. Nos corresponde a nosotros resistirlos juntos.
Obtenga más información sobre The London Mining Network y su informe Martial Mining aquí: https://londonminingnetwork.org/project/martial-mining-2020/
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