La violencia sostenible es una guerra social: contra el militarismo verde

Este artículo es parte de nuestra "Guía breve sobre el militarismo y la crisis climática", que puede encontrar en su totalidad aquí: https://wri-irg.org/en/story/2024/new-resource-short-primer-militarism-and-climate-crisis
Es un chiste muy gracioso. Por desgracia, no tiene ninguna gracia. Quienes más destruyen y envenenan la vida en su conjunto (personas, animales, agua, bosques, montañas, desiertos, etc.) ¡están cambiando los nombres para salvar el planeta! El nivel de destrucción ecocida que resulta de la guerra es inconcebible: quemar pueblos y pozos de petróleo, bombardear con napalm los bosques, sepultar en el olvido a países sometidos a su “desmodernización” y la doctrina del “shock & awe” [del “dominio rápido”, conmoción y pavor]. Ante estas referencias a las guerras de Vietnam, del Golfo y de Irak, pregunto: ¿recuerdan que en 1986 la Corte Internacional de Justicia falló a favor de Nicaragua respecto a actividades violatorias por parte de Estados Unidos como financiar a los escuadrones de la muerte de la Contra y minar los puertos nicaragüenses? Es importante recordarlo. Por no mencionar el caso Irán-Contra, o la financiación de numerosos otros escuadrones de la muerte, el derrocamiento de gobiernos y las tecnologías del terror en que forman por todo el mundo sus escuelas militares. Es preciso recordar que estas operaciones tienen además graves repercusiones socioecológicas, pues contribuyen de forma importante a crear condiciones meteorológicas extremas y alterar el clima del planeta. //
¿Recuerdan la primera vez que el ejército estadounidense probó sus helicópteros Apache (AH-64)? Fue durante la invasión de Panamá de 1989-1990, ese país entre Costa Rica y Colombia. La principal justificación era que había que derrocar al dictador y ex narcotraficante de la CIA Manuel Noriega. El resultado lo mostró en imágenes CSPAN-13: la población huyendo de poblaciones y bosques en llamas, coches aplastados e infraestructuras destruidas, mientras el agua de las tuberías reventaba las tomas de agua para incendios. Lanzaron una enorme cantidad de bombas –se dice que entre 200 y 400 en la primera hora de la invasión–, lo que provocó masacres humanas y devastación económica y socioecológica. Todo hecho, por supuesto, unilateralmente y al mes de la caída del Muro de Berlín. Esta invasión de tierra arrasada marcó la pauta para las invasiones que vendrían en Oriente Medio.
Además de estas referencias al terrorismo de Estado normalizado, dos años antes de la invasión de Panamá, la idea del “desarrollo sostenible” saltó a la arena internacional con el Informe Brundtland. Dos años después, el presidente estadounidense George Bush padre –el mismo presidente que autorizó la invasión de Panamá– declaró en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992:
Hace veinte años hubo quien hablaba de los límites del crecimiento. Y hoy nos damos cuenta de que el crecimiento es motor del cambio y amigo del medio ambiente.
Sí, este país –y tantos otros– mientras comete masacres, ecocidio y guerra, y celebra una economía basada en el consumo masivo, la extracción de minerales e hidrocarburos, la fabricación de productos químicos y plásticos, tiene el descaro psicótico de declarar que el crecimiento económico es “amigo del medio ambiente”. Nadie está a salvo de estos gobiernos, sus soluciones son trampas y es preciso que nos organicemos (desarrollar una capacidad colectiva) para protegernos y detener esta demencialidad usando todos los medios necesarios tanto “dentro” como “fuera” del llamado “sistema”.
Aunque el centro de atención ha estado en Estados Unidos, el poder hegemónico de los últimos 100 años, no podemos aferrarnos a ningún imperio y sus juegos imperialistas ecocidas. Sin duda, hay algo característico de los hechos del Militarismo Occidental (diferente del caso de Rusia): hablar de tomar el “camino correcto” desarrollando el discurso y la infraestructura necesarias para promover la “sostenibilidad”, la “transición energética”, la “energía renovable” y la “energía limpia”. Si bien Estados Unidos se resistió y abrazó al tiempo esta tendencia, estratégicamente obstaculizando su desarrollo, debemos recordar que no se trata de la sostenibilidad socioecológica o la energía renovable que conocemos. Cualquier economía (capitalista o socialista) diseñada irracionalmente para su expansión, la acumulación y el crecimiento sin fin, siempre le fallará al planeta. El crecimiento económico y la expansión desenfrenada de la infraestructura (cultural o militarmente) puede verse como el verdadero imperialismo. Todo este sistema de hacer cosas por la ecología y su imperativo de mitigar el cambio climático han llevado a la idea de “hacer ecologistas a las fuerzas armadas”.
El proceso de hacer ecologista a las fuerzas armadas se lleva a cabo fundamentalmente de dos maneras. Primero, “protegiendo la naturaleza” (!). Lamentablemente, esto suele significar de los pueblos indígenas, que de hecho se integran en ella y la cuidan. Les acusan de caza furtiva porque cazan para subsistir. La cuestión es no abordar el “complejo tecno/urbano-militar/consumista”. El control de los pueblos indígenas sirve como excusa para empujarles a los circuitos de la vida urbana y capitalista, es decir, al complejo tecno/urbano-militar/consumista. Los verdaderos cazadores furtivos, por su parte, que se dedican a comerciar y van armados con helicópteros y rifles de asalto, justifican la apropiación y la militarización de las tierras en el Sur Global. Quienes están bajo ataque son típicamente la población local más vulnerable, que es desplazada y desalojada para facilitar la caza furtiva de quienes desarrollan operaciones comerciales.
En segundo lugar, haciendo “ecologista” a la institución militar (!). Se hace buscando fuentes de energía para las instalaciones militares, las armas, y las operaciones militares que reduzcan las emisiones de carbono; paneles solares, turbinas eólicas, energía hidroeléctrica y biocombustibles. En realidad, se trata de un intento de impulsar una “violencia sostenible”, donde las operaciones militares nacionales y extranjeras funcionan con energía supuestamente más baja en carbono que los combustibles fósiles. El desarrollo de estas fuentes de energía más bajas en carbono, como se ha documentado en Oaxaca (México), también conduce a la apropiación de tierras zapotecas e ikoot donde construyen turbinas eólicas y parques solares que sostienen las operaciones militares estadounidenses en el extranjero, como en Oriente Medio. Hay más: la violencia sostenible supone que las fuerzas militares y policiales se instalan en incontables hábitats y tierras rurales para extraer hidrocarburos y hierro, cobre, zinc, tierras raras y otros metales especiales para producir paneles solares, turbinas eólicas y tecnologías digitales y así “descarbonizar” el ejército y la sociedad de consumo. Un proceso de hecho ecocida.
Mientras los laboratorios del terror y la demencialidad seguramente están pergeñando otros proyectos, por nuestra parte, debemos prepararnos para resistir los mitos de la “ecologización” en general, y de la ecologización del ejército en particular. Deberíamos actuar para evitar las invasiones que se hacen con el pretexto de conseguir minerales para “salvar el medio ambiente” o “proteger al mundo del cambio climático”. No es muy diferente la Ley de Materias Primas Críticas (CRMA, en inglés) de la Unión Europea, que organiza la adquisición de minerales “estratégicos” para la Transición Verde, lo que significa en términos reales la expansión del militarismo y de sus tecnologías de guerra. Lo mismo podría decirse de la “Ley del ecocidio” que se quiere aprobar: debemos saber que va a justificar la invasión de tierras y pueblos en nombre de detener el ecocidio. La realidad es que no se puede detener el ecocidio practicando el ecocidio, ni se puede considerar que incrementar el extractivismo, el consumismo y las invasiones militares sea positivo socioecológicamente hablando. Poner fin a la guerra, el genocidio y la financiación y producción de máquinas de matar siguen siendo prioridades fundamentales para proteger la ecología y el clima.
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