“Hemos normalizado el horror”: ¿cómo seguimos enfrentando la brutalidad de la guerra mientras intentamos hacer algo al respecto?

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Varios edificios destruidos en Gaza
Edificios bombardeados en la ciudad de Gaza, en noviembre de 2023. Foto: Emad El Byed vía UnSplash
Author(s)
Andrew Metheven

Comencé a escribir este artículo después de leer un artículo sobre otro bombardeo en Gaza, esta vez contra una escuela de la ONU que albergaba a miles de personas. El bombardeo mató a 33 personas, incluidos cinco niños.

Pero también escribo esto después de haber estado sentado frente a mi computadora durante años, leyendo una y otra vez lo que parece la misma historia: violencia brutal y militarizada; víctimas anónimas; un video impactante; negación y ofuscación por parte de los responsables; una y otra vez.

(Antes de continuar, tal vez valga la pena aclarar en este punto que estoy escribiendo esto desde el Reino Unido, que nunca he experimentado una guerra y que estoy escribiendo principalmente pensando en otras personas igualmente afortunadas y privilegiadas: activistas contra la guerra que trabajan en países que alimentan guerras en el extranjero pero rara vez las experimentan directamente).

Por primera vez en la historia, podemos sentarnos y observar cómo se desarrolla una guerra en tiempo real, a miles de kilómetros de distancia. Pero la imagen no es clara. La “precisión” de las armas militares modernas está enmascarada y ofuscada por la precisión de las guerras de memes, el humo y los espejos de las pseudoverdades y las medias mentiras, y el incesante bombo y platillo de una historia tras otra. Es una ironía retorcida que, mientras algunas personas corren para salvar sus vidas, algunos de nosotros nos quedamos paralizados de horror, viendo cómo se produce un genocidio mientras se nos enfría el café.

Y tal vez, detrás de todo esto se esconde una sensación de que, a veces, las historias brutales e incesantes pueden hacernos sentir agotados, apáticos, desesperanzados; casi como si “no nos importara”: pasamos las historias por encima o las pasamos por alto. Es más fácil desconectarse.

Podemos tener la sensación de que nos quedamos ante una disyuntiva: seguir mirando fijamente nuestras pantallas sin pestañear, pero arriesgarnos a que la brutalidad y la locura del momento nos abrumen; o apartar la mirada y escapar hacia otra cosa. Ambas opciones tienen riesgos e impactos. La cobertura incesante, que afecta a tanta gente, puede hacer que estos acontecimientos, que normalmente se distinguirían por su barbarie, acaben pareciendo, como describe Sam Rose, director de planificación de la agencia de ayuda palestina UNRWA, “comunes y mundanos”. Pero al apartar la mirada, sentimos que nos estamos desentendiendo de la situación y defraudando a la gente que está bajo esas bombas.

¿Cómo podemos, como individuos y como movimientos enteros, comprender esta guerra paralizante y abrumadora contra nuestros sentidos y nuestras emociones, sin simplemente evitarla por completo?

Normalización

Comprender la “normalización” puede ayudar. La normalización es el proceso por el cual nos adaptamos a algo nuevo, aceptándolo como algo normal y cotidiano. Los humanos tenemos una increíble capacidad para adaptarnos a un nuevo contexto, y algo que alguna vez nos pareció aterrador, impactante o simplemente muy alejado de nuestra zona de confort puede, con suficiente exposición y tiempo, volverse normal. Este proceso ocurre en todos los ámbitos de la vida: compare cómo se sintió el primer día de un nuevo trabajo con cómo se sintió unos años después. También ocurre en situaciones más extremas, como cuando las personas cometen actos de barbarie: sus acciones simplemente se convierten en la norma. Con suficiente exposición, casi cualquier cosa puede volverse “normal”.

Comprender cómo las personas, los grupos y las comunidades enteras experimentan la normalización puede ayudarnos a seguir enfrentándonos a la violencia brutal de la guerra y otras crisis. Como activistas y organizadores, tal vez también pueda ayudarnos a cambiar nuestras estrategias para el cambio social, haciendo que nuestros movimientos sean más impactantes y resilientes. A continuación, se presentan un par de ideas sobre cómo podemos incorporar una comprensión de la normalización en nuestro trabajo por el cambio.

1. Saber que nuestras emociones están siendo atacadas

En primer lugar, tenemos que recordar que está bien sentir desesperación, ira, impotencia, repulsión o cualquier otra emoción que experimentemos al escuchar historias de zonas de guerra. Aprender cómo responde nuestro cuerpo y nuestro cerebro a estas historias e imágenes es en sí mismo un acto de resistencia.

Nada se compara con el impacto que tienen esas bombas y balas en los cuerpos de las personas a las que atacan, pero eso no hace que nuestras propias emociones (la forma en que nuestro cuerpo y mente han sido impactados) sean menos reales o válidas. Tómate tiempo para gritar, chillar, llorar. Al mismo tiempo, recuerda que endurecernos ante estas experiencias es algo común; no te hace menos humano dejar de reaccionar emocionalmente ante cosas que son difíciles. La normalización y la desensibilización son un impacto de la guerra tanto como lo son los cuerpos destrozados y los edificios destruidos.

Sin embargo, no tenemos que ser esclavos de esa normalización: podemos ver y sentir que ocurre, lo que significa que podemos intervenir. Nombrarla y conocerla es clave para cederle parte de su poder. Quizás ya hayas experimentado esta normalización antes. ¿Puedes decirnos cómo reaccionan de manera diferente tu cuerpo y tu corazón? En lugar de la furia, la ira y la tristeza que sentimos al principio, tal vez empecemos a sentirnos agotados, aburridos, indiferentes o incluso molestos cuando consumimos noticias (¡y luego tal vez nos sintamos culpables incluso por sentir esas cosas!).

Como movimientos, debemos saber que esto puede estar ocurriendo en nuestras propias mentes, pero también –y esto es crucial– en las mentes de aquellos a quienes intentamos influir. La furia y la indignación que se sienten al comienzo de un conflicto están siendo reemplazadas por el proceso de normalización. Puede ser fácil interpretar esto como simple indiferencia, como si “a la gente no le importara” o algo similar.

2. La respuesta no es “más de lo mismo”

Si la normalización se ha afianzado y hemos descubierto que otros –o incluso nosotros mismos– hemos comenzado a distanciarnos de un tema que sabemos que es importante (pero que quizá ya no “sentimos” que lo sea), el desafío que enfrentamos es crear oportunidades y espacios para volver a involucrarnos.

Para lograrlo, no podemos simplemente hacer “más de lo mismo”: el mismo mensaje que funcionó al comienzo de una campaña o crisis puede no tener el mismo impacto más adelante. Una forma de desafiar la normalización es mirar un tema de manera diferente, encontrar nuevas perspectivas y aprender algo nuevo.

Esto podría verse así:

  • contar historias más complejas (es decir, no sólo reducir a las personas a “víctimas” de actos específicos de violencia, sino buscar rehumanizar a individuos y comunidades ante cuyo sufrimiento nos hemos vuelto insensibles).

  • comunicarse de diferentes maneras, quizás usando medios creativos para ilustrar lo que está ocurriendo (como este video de un grupo en el Reino Unido).

3. Consumir medios de forma consciente

Solo podemos soportar hasta cierto punto. Solo puedes soportar hasta cierto punto. Pero la forma en que nos presentan las historias no refleja nuestra capacidad para consumirlas: siempre habrá más que no hayamos leído, siempre habrá otro video, otro meme... Una forma de desafiar la normalización es cambiar la forma en que consumimos los medios que conducen a ella. Pregúntate:

  • ¿Por qué consumo estos medios?

  • ¿Qué haré como consecuencia de consumirlo?

  • ¿Cómo llegué a consumir este medio de comunicación? ¿Qué decisión, algoritmo o influencia me llevó a consumirlo?

Cada uno tendrá sus propios hábitos de consumo de medios: cambiarlos o romperlos puede ayudar a evitar la normalización, ya que encontramos diferentes perspectivas. Esto podría verse así:

  • Consumir una fuente de medios diferente, incluso una que consideres que no refleja tu propia política.

  • Buscar piezas más extensas o más analíticas (en lugar de piezas “noticias” sobre eventos específicos).

  • Consumir poesía, canciones, música u otras formas de arte creadas por personas en la zona de conflicto o crisis.

4. Involucrarse en la resistencia

Al escribir para la serie "Future" de la BBC, Amanda Ruggeri destacó una investigación que muestra que hacer algo sobre las cosas que nos importan es importante para no volvernos insensibles a su impacto en el mundo, y que idealmente nuestras acciones se vuelven habituales o una ocurrencia regular. Esto puede significar la participación activa en movimientos de resistencia, pero también podría ser establecer una donación regular a una causa que te importa mucho o programar tiempo para escribir regularmente a tus representantes políticos sobre un tema. Idealmente, el "hacer algo" se normaliza, no la brutalidad que ves en tu pantalla.

Como organizadores, podemos apoyar a nuestros movimientos para crear culturas en las que se valore y apoye la acción continua y regular. Además de actuar en “puntos de conflicto” específicos, cuando tratamos de movilizar a un gran número de personas para una protesta o un evento específico, podemos pensar en formas de apoyar una participación constante, lenta y metódica en nuestros movimientos, incluso para las personas que tienen poco tiempo o energía para dedicar. Además de tener un propósito estratégico para alcanzar nuestros objetivos políticos, esto también puede ayudar a contrarrestar la sensación de normalización que hemos estado discutiendo y todos los impactos que esto puede tener en las personas.

5. Recordar que muchas cosas que antes parecían normales, ahora no lo son.

El momento en que vivimos es fugaz, y mucho de lo que damos por sentado ahora parecería extraño –anormal– a la gente de hace doscientos años, y probablemente lo será para alguien de doscientos años en el futuro. En nuestra vida se han producido enormes cambios políticos y sociales, y seguirán produciéndose. Esto no quiere decir que podamos quedarnos sentados y dejar que los acontecimientos se desarrollen sin nuestra intervención. Significa que, por muy inmutable e inmutable que parezca algo en este momento, incluso en un breve período de tiempo podemos descubrir que las cosas han cambiado más allá de lo que nos habríamos atrevido a soñar.

Nelson Mandela dijo: “Siempre parece imposible hasta que se hace”. Intenta hacer una lista de cosas que no imaginabas que hubieran sucedido (o que no querías creer que fueran posibles) hasta que sucedieron. Pueden ser cosas de tu vida personal o cambios políticos globales. Piensa en las circunstancias que llevaron a que sucedieran: ¿cuáles fueron los impulsores del cambio? ¿Quiénes estuvieron involucrados? ¿Qué necesitaban?

Si sabemos que vamos a participar en la organización de movimientos a largo plazo, también debemos saber que continuamente nos encontraremos con información, historias y contenido mediático que nos provocarán y perturbarán. Considerar este impacto y asegurarnos de que lo estamos utilizando para fortalecer nuestra determinación y tomar más medidas, en lugar de empujarnos a una sensación de agotamiento y apatía, es crucial para construir movimientos que puedan tener un cambio duradero.

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