América Latina: Posibilidades de una política radical feminista y antimilitarista contra el patriarcado y el capitalismo

Un largo recorrido acompaña la lucha de las mujeres al interior de los movimientos políticos de izquierda y de organizaciones sociales mixtas, esa historia de la presencia de las mujeres con apuestas por la transformación de la cultura patriarcal, estuvieron por mucho tiempo supeditadas al logro de “ideales más amplios e importantes”, esas reivindicaciones “particulares” deberían esperar porque de lo contrario sería dividir la lucha que se forjaba hacia “revoluciones sociales y políticas” que requerían la unidad del movimiento popular. Esas propuestas y esas revoluciones han sido y son “Revoluciones de hombres que consideran que todo puede revolucionarse menos la vida de las mujeres. Son esas revoluciones en que los revolucionarios deshacen y hacen constituciones, pero siguen sometiendo a la mitad de humanidad, las mujeres, como dijeran a principios del siglo 20 las obreras feministas anarquistas chilenas”.1

A la luz del siglo XXI en su primera década, esta argumentación no ha desaparecido de la práctica política de las organizaciones sociales y mucho menos de los colectivos y organizaciones antimilitaristas, de propuestas libertarias de carácter mixto, parece que ser feminista y antimilitarista fuese en si mismo una división automática. ¿En que se sustenta esta argumentación? Generalmente en un principio liberal bastante debatible, la igualdad, ¿somos iguales hombres y mujeres? ¿se encuentran exentos los hombres y mujeres antimilitaristas de la cultura patriarcal? El hecho mismo de pertenecer a un colectivo u organización que se reivindique antimilitarista ¿nos hace iguales a hombres y mujeres América latina ha tenido antecedentes de propuestas de coordinación antimilitarista, tomando como punto de partida estas preguntas, es necesario que cualquier propuesta de red, de encuentro y de proyecto colectivo que activemos desde América Latina reconozca que ningún proyecto de emancipación es posible sino incluye la liberación total de la mitad de la humanidad: las mujeres. Este solo paso nos permitiría un punto de partida un lugar importante de una lucha que no solo es ésta, pero que para la acción política es uno de los consensos básicos.

En esa lucha antimilitarista se ha cuestionado no solo el gasto militar y toda la industria de la guerra y la guerra en si misma, también los valores que la sustentan, pero ha tenido menos fuerza la oposición a los valores del patriarcado, son los hombres quienes se ven obligados o seducidos por la guerra como forma de vida y/o de afirmación de la masculinidad y es precisamente esta afirmación de la masculinidad lo que provoca la extensión y justificación de la discriminación, la subordinación y violencia de que son objeto las mujeres, tanto en tiempo de ausencia de guerra como cuando se combate.
Ampliar nuestra lucha como feministas y antimilitaristas implica develar los fenómenos sociales y culturales que parecen aspectos normales de nuestras sociedad, “ocultos” pero plenamente validados y que afectan en particular a las mujeres (niñas, jóvenes y adultas): discriminación, exclusión, violencia sexual, maternidad forzada, explotación sexual, pornografía, tráfico sexual, domesticación, las relaciones afectivas y la sexualidad femenina al servicio y bajo el control de los varones que detentan el poder basados en el uso de la fuerza, la violencia y la intimidación.

Por otra parte es necesario develar que el sistema capitalista y las categorías de análisis de clase social son vigentes para nuestra historia de América Latina y necesarios para la lucha por la emancipación. A pesar que es recurrente que se tilde de anacrónica la lucha radical contra el capitalismo y los movimientos sociales e instituciones prioricen hoy las políticas públicas como un campo para hacer reivindicaciones y no transformaciones e incluir a grupos históricamente marginados. La lucha anticapitalista tendrá que evidenciar que el capitalismo encarna profundamente los valores del patriarcado, que funciona y se nutre del trabajo domestico de las mujeres que no es remunerado, que hace los estragos en la vida de las mujeres al explotar igualmente su cuerpo en la industria publicitaria, pornográfica y en la trata de personas, reconocer que la historia de América, latina se encuentra marcada por el hecho histórico de la colonización que aun no termina, y en la que se mantienen vigentes los valores de dominación y la exclusión que marcan los cuerpos y las vidas de las mujeres.

Es preciso entonces preguntarnos sobre el cómo contrarrestar el discurso hegemónico, que nos lleva a desdecir de nuestra historia de lucha, a sentir que el mundo de lo pragmático es el camino, que no hay ideologías, que nuestra lucha es solo en el campo económico y que la oposiciones son iguales ante un gobierno de izquierda que de derecha y que una y otra es la misma cosa, porque el socialismo real fue un fracaso. Construir nuestros sueños y radicalizar una lucha anticapitalista implica desafiar la cultura hegemónica, la colonizadora, la racista y no aplazar las transformaciones sobre todo aquellas en que no debe mediar el Estado. El racismo, el sexismo, el machismo, la lesbofobia, la homofobia y el sentido común dominante están en la cotidianidad de nuestros colectivos y eso es lo que hay que revolucionar.
Los Pueblos asumen la lucha por su su territorio, defienden su historia y la armonía con los recursos naturales, oponiéndose a la expropiación y depredación del capital. Sin embargo para construir el mundo que soñamos libre de guerras y violencias, debemos observar las múltiples formas de opresión y explotación y como estas afectan los cuerpos no solo de los guerreros, sino de millones de mujeres explotadas en las maquilas, en la industria de la pornografía y el tráfico sexual, en la domesticación servil y en la vivencia de relaciones sexo-afectivas de subordinación y sufrimiento.

Uno de los principales retos es dejar de lado el escenario de análisis donde por un lado están las luchas de las mujeres, las de los indios, las de los niños y las niñas. Dividir las luchas y a los oprimidos para intentar un lugar en los estados y su catalogo de derechos, solo contribuye a reciclar el sistema.
Destruir el sistema de dominación implica el reconocimiento de la dominación histórica de nuestros pueblos marcada por el desarraigo y el despojo de la colonización, que impuso en nuestra América una cultura hegemónicamente racista, la legitimación del saqueo de los recursos naturales y el aniquilamiento de los pueblos originarios, imponiéndonos una única visión del mundo. Y la vez reconocer que esta empresa imperial produjo el mestizaje forzado de pueblos enteros basado en la violencia sexual ejercida contra mujeres negras e indias.

El colonialismo no termino con el hecho de la independencia, continua y se recicla en la globalización capitalista que privilegia el militarismo como método para expropiar territorios y crear sus represas de energía, asegurar el control de los recursos naturales y el alimento, conservar la propiedad privada e instalar con más fuerza su discurso hegemónico en todas las culturas: la defensa de la familia, el control de la sexualidad, la domesticación, el servilismo y el miedo.

Este sistema nefasto es incompatible con nuestras aspiraciones como antimilitaristas y feministas. En palabras de María Mies: Comenzando con el reconocimiento de que el patriarcado y la acumulación en una escala mundial constituyen el marco estructural e ideológico dentro del cual la realidad de la mujer hoy tiene que ser comprendida, el movimiento feminista mundialmente no puede sino retar este marco referencial, conjuntamente con el sexual y la división internacional del trabajo, con las cuales están unidas. (Mies, 1986 : 3)

Radicalizar nuestra lucha es inevitable en tanto este sistema de explotación y dominación es radical en su pretensión de adueñarse de todos los bienes comunes, aniquilando de paso la diversidad. En nuestra lucha emancipatoria debemos avanzar en complejizar nuestros análisis y no reducir nuestra crítica a la ausencia de un modelo de desarrollo o a la falta de implementar políticas públicas, que no es más que el mismo discurso liberal de la modernidad, que ha pretendido ocultar que “Guerras interminables, masacres, poblaciones enteras huyendo de sus tierras y convertidos en refugiados: estas no son solo las consecuencias de un empobrecimiento dramático que intensifica los contrastes debido a diferencias étnicas, políticas o religiosas, sino también son el complemento necesario del proceso de privatización y del intento, cada vez más mortal, de crear un mundo donde nada escape a la lógica del lucro, el extrema ratio para expropiar poblaciones quienes, hasta recientemente, todavía tenían el uso de algo de tierra o algunos recursos naturales (bosques, ríos), los cuales hoy son apropiados por las corporaciones multinacionales”2.

La memoria de nuestra lucha, de nuestro camino empezado a recorrer hace muchos años atrás, nos invita a radicalizar nuestro proyecto político: que la política reivindicativa de paso a la política emancipatoria y profundamente revolucionaria, en la cual es necesario superar la autocensura, des sectorizar nuestros deseos de transformación, deshomogenizar la acción política, descolonizar nuestros cuerpos y nuestras mentes, vivir la libertad, liberar nuestra sexualidad, reconocer las múltiples opresiones, burlarnos del poder que oprime.

La lucha por nuestra emancipación es la abolición del capitalismo y el patriarcado, desde nuestras prácticas cotidianas, desde nuestros valores y desde una construcción ética individual y colectiva. Nuestro mayor reto es parecernos cada vez más al mundo que soñamos. La batalla cultural que nos toca emprender no es solo contra el estado, ni contra los poderosos, es también contra nosotras y nosotros mismos.

Adriana Castaño

Notas

1) Victoria Aldunate Morales, Memoria Feminista, feministas autónmas,Asamblea Feminista comunitaria de La Paz, Bolivia,
2) Ibídem pg 2

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