¿En qué consiste la militarización policial?

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Los manifestantes se ponen en cuclillas en el primer plano con los brazos en el aire haciendo señas de paz, de espaldas a la cámara. Frente a ellos hay una fila de policías vestidos con antidisturbios con un gran vehículo blindado en el medio de la línea.
Los manifestantes se enfrentan a la policía en una sentada en la playa de Karbabad, Bahréin, en junio de 2012 durante el levantamiento de Bahrein. Se encontraron con gas lacrimógeno.

La cara visible de la militarización policial es evidente en el uso de equipo militarizado, armaduras, rifles de francotirador y tanques que apuntan a los manifestantes de Ferguson en EE.UU. y en los vehículos acorazados que patrullan las calles de las favelas de Río de Janeiro. Este aspecto tan evidente de la militarización es, sin embargo, tan solo un mero síntoma, un producto de las mentalidades militaristas que perciben a los objetivos de sus operaciones de seguridad como amenaza en lugar de como miembros de la comunidad que necesitan protección.

La militarización se nutre del «principio del mundo como lugar peligroso» (Enloe, 2016 ). Se trata de un proceso que depende de la aceptación generalizada del discurso de la inseguridad. No es de extrañar que cada poco surja una nueva amenaza que comprometa nuestra seguridad. La guerra contra el terrorismo ha servido de instrumento para movilizar una cultura del miedo a lo largo del mundo, desde Francia, pasando por Kenia, hasta Indonesia; sin embargo, independientemente de que la guerra sea contra el terrorismo, las drogas o la delincuencia organizada, el Estado siempre construye su discurso utilizando el lenguaje del conflicto militarizado.

El entrenamiento de un soldado le lleva a percibir antes una amenaza que la necesidad de proporcionar ayuda, lo que produce en el militar una respuesta destructiva para eliminar dicha amenaza (Tebassi y Dey, 2016). No obstante, mientras el papel de un soldado se atribuye supuestamente a la labor de enfrentarse contra amenazas externas, cada vez más se está identificando que tales amenazadas provienen desde dentro. Cuando se hace uso del lenguaje militarizado para referirse a esas amenazas percibidas como internas, el peligro que hay que erradicar se traslada a las calles de nuestros pueblos y ciudades y son nuestras propias comunidades las que se convierten en el objetivo de tales operaciones de seguridad: la propia comunidad se convierte en el enemigo. Cuando la mentalidad bélica se aplica a los asuntos de seguridad del interior, las operaciones policiales se militarizan.

La reacción militarizada ante las amenazas no solo consiste en buscar dónde se produce el daño y cómo puede solucionarse, sino que siempre contempla la solución que «intensifique y agrave al máximo el conflicto» para ganar el control como opción disponible (Tabassi y Dey, 2016). Las estructuras de mando jerárquicas sustentadas por la obediencia a la autoridad, la uniformidad y la práctica y defensa de valores «masculinos» sirven para alcanzar este propósito. Las actitudes militarizadas se manifiestan en el aumento del uso de la violencia o la amenaza, aunque la brutalidad policial en sí no está directamente relacionada con la militarización de sus prácticas. En cambio, puede ser un síntoma de la manera en que se lidia con el «enemigo»: las herramientas que se escogen para realizar esta tarea no son otras que las armas de fuego y el gas lacrimógeno.

La militarización policial no es nada nuevo, ya que las fuerzas policiales de potencias coloniales y otros regímenes opresivos han buscado ejercer el control más que proteger a la población. Sin embargo, actualmente, las líneas que separan los asuntos internos de seguridad de los externos se están desdibujando. En La cuarta guerra mundial, Marcela Paz describe el comienzo de un estado de guerra de baja intensidad en el cual «es difícil distinguir las actividades militares de las policiales». Las líneas que separan los conflictos externos pierden la nitidez y, por tanto, los asuntos exteriores se entremezclan con las políticas del interior. Si bien hemos de ser «conscientes de las diferencias que existen en la violencia ejercida a escala nacional y global en diferentes contextos» (Tabassi y Issa, 2017) e intentar no aglutinar las prácticas policiales represivas con la violencia exacerbada que asola algunas partes del planeta, es posible identificar un cambio desde el concepto de ‘defensa’ utilizado para «referirse a la protección de las propias fronteras de un país» hasta el concepto de ‘seguridad nacional’, una idea que «requiere que el país se encuentre militarmente preparado y en un estado constante de alerta» que intensifica «la noción de que el enemigo se encuentra en casa» (Paz, 2017). Cada vez más a menudo, los «estados están librando sus guerras dentro de sus propios territorios —frecuentemente en contra de sus propias poblaciones— mediante el empleo de fuerzas policiales» (Tabassi y Dey, 2016).

 

Tara Tabassi (Liga de Resistentes a la Guerra) y Andrew Dey (Internacional de Resistentes a la Guerra)

Members of Indonesia's

Como activistas antimilitaristas estamos bien posicionados para ver el poder que ejerce la policía en industrias de armamento y agendas militaristas tan amplias. La comprensión de este poder policial en los distintos contextos del mundo es clave para que los activistas que luchan contra la militarización puedan mantener el control sobre el poder policial en nuestras comunidades. Las fuerzas policiales suelen actuar para mantener una distribución del poder statu quo injusta en la sociedad y tienden hacia enfoques hegemónicos donde unos tienen el poder sobre otros, en especial cuando la percepción de amenaza es alta – la policía es una forma de control social y la militarización aumenta su poder. La militarización significa fusiles, tanques armados y drones, pero también es un estado de ánimo. Las mentalidades militarizadas han impregnado muchas fuerzas policiales y han aumentado radicalmente la fuerza de la violencia policial contra nuestras comunidades.

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