Una negativa audaz: historia de una mujer israelí

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Por Idan Halili, New Profile





Mi historia de cómo
fue que quedé exenta de hacer el servicio militar terminó en
el 2005, cuando yo tenía 19 años. Intentaré describir cómo fue que
me negué a hacer el servicio militar, el proceso por el que pasé y
sus consecuencias e implicaciones.

Creía entonces,
como creo hoy también, que participar en el Ejército sería para mí
incompatible con los valores feministas que tengo y que tienen que
ver con la lucha por la dignidad humana, la igualdad, la
consideración de las necesidades específicas de los diferentes
grupos y personas de nuestra sociedad, además de con el rechazo a la
opresión.

No siempre me consideré
feminista. Aunque desde muy pequeña había presenciado formas
diferentes en que se les hacía daño a las mujeres, y aunque siempre
me había producido rabia e indignación, me llevó mucho tiempo
entender la conexión profunda entre los hechos. Aunque me había
topado con miles de casos de opresión de las mujeres a lo largo de
los años, no conseguí comprender de verdad cómo se conectaban los
diferentes aspectos de la opresión de las mujeres hasta que realicé
una inmersión profunda en las teorías feministas y empecé a
trabajar intensamente contra dichas injusticias.

En el curso 11 [un
año antes de terminar la secundaria], me hice de la Línea de Ayuda
para Trabajadoras Migrantes, donde aprendí mucho sobre el tráfico
de las mujeres y la prostitución. Empecé también a dar charlas
sobre estos temas. Esta intensa actividad en los dos temas, que
ilustran dos de los casos más extremos de cómo se oprime a las
mujeres en la sociedad, me hizo pensar mucho en el feminismo e
interesarme más por este movimiento. Fue entonces cuando empecé a
ver cómo se conectaban todos estos tipos de explotación de las
mujeres. Me di cuenta de que la forma en que se representa a las
mujeres en la publicidad, el tema de la violación y otros abusos, el
tráfico de mujeres, son todos expresión de la desigualdad
fundamental que sufren las mujeres en nuestra sociedad.

Me educaron para que viera
el Ejército como una organización benefactora, y yo creía, de
hecho, que la manera más evidente y eficaz de ser útil para mi
sociedad y mi país era haciendo el servicio militar. Pretendía
enlistarme, por lo que, muy motivada, inicié el papeleo para
solicitar mi ingreso en la inteligencia militar. Creí que la
participación de las mujeres en el Ejército, codo a codo con los
hombres, era una solución feminista, y que nos traería la igualdad.

Me surgió la
oportunidad de hacer unos servicios comunitarios en un internado
donde se hacían terapias y decidí posponer mi enlistamiento un año.
Mientras trabajaba allí, mi consciencia feminista sobre las
dificultades sociales que enfrentan las mujeres me llevó a hacerme
cargo de un grupo de chicas. Esto me proporcionó una fuente valiosa
de información sobre cómo las mujeres y las chicas interiorizan
mensajes de la sociedad que les son destructivos. Me impliqué más
en el activismo, iba a manifestaciones, y empecé a visitar
regularmente a organizaciones feministas para ayudar, daba charlas,
leía libros y artículos… En aquel año de servicios comunitarios
desarrollé mi conciencia feminista considerablemente.

A medio camino de
aquel año, decidí que mi manera de contribuir a la sociedad iba a
ser desarrollando un trabajo feminista dentro del Ejército. Así que
aparté los papeles de haber sido aceptada en la inteligencia militar
y me fui a la
Consejería de Asuntos de la Mujer,
que lleva temas de violación y similares, entre otros, para
preguntar si podría hacer el servicio militar allí. Fue una época
en que mi consciencia personal se desarrolló muchísimo, y cuanto
más consciente era de los dilemas feministas, con más frecuencia
también se me planteaban dudas ante el tema de ingresar en el
Ejército. Tuve que enfrentarme a un duro conflicto generado por el
choque entre las ideas que me habían inculcado desde pequeña (según
las cuales el Ejército es una institución benefactora, y participar
en él es una forma especialmente respetable de hacer una aportación
a la sociedad) y los valores feministas de dignidad e igualdad.

Un ejército es una
organización cuyos valores fundamentales no pueden reconciliarse con
los feministas. Es una organización patriarcal, y el patriarcado es
una estructura social jerárquica facultada como tal por
los valores “masculinos” de control, orientación al poder, y
represión de la emoción. El que el ejército sea jerárquico por
definición le impide ser igualitario. Además, su exigencia de
uniformidad y obediencia imposibilita que puedan expresarse
identidades y necesidades diversas. Un tipo de organización así,
además, suele perjudicar a los grupos más débiles en su seno y
fuera de allí.

El ejército afecta
el estado mental de una sociedad, especialmente cuando asume un papel
rector en la sociedad civil. Así, por vía de su naturaleza
jerárquica, sitúa a los hombres en posiciones de poder en la
sociedad, deformando la noción misma de la igualdad al establecer
que la igualdad de género en función del grado en que se ha
incluido a las Mujeres en áreas de actividad diseñadas por los
Hombres. Existe además una Cultura Militar que tiene una profunda
repercusión en la sociedad civil: la violación y abusos
relacionados. Puesto que se trata de una organización violenta, el
ejército es también responsable del incremento de la violencia en
la sociedad, y como resultado de esto, de la violencia hacia las
mujeres.

A continuación iré
analizando estos puntos.



La exclusión de las mujeres de puestos de influencia en la sociedad

Las mujeres en el ejército
(en cualquier ejército en el mundo) quedan relegadas a los márgenes
del poder. En las sociedades donde el ejército ocupa un lugar
central, la división de los papeles es incluso más machista. Las
mujeres, en las sociedades militaristas, son excluidas
sistemáticamente de los centros de poder y toma de decisiones. En
una sociedad militarista, los hombres, por su parte, lo tienen más
fácil a la hora de acceder a puestos de influencia. Para alcanzar
puestos de poder social y político, las mujeres se ven obligadas a
subvertir la aceptada división de papeles aunque probando que son
capaces de lo mismo que los hombres.

Cuando el poder y la
influencia en la sociedad y en un Estado se encuentran principalmente
bajo el control de los hombres, no sufren sólo las mujeres que
ambicionan ejercer ese poder también; sufre el conjunto de la
población de mujeres. Las decisiones que afectan a todo el mundo en
la sociedad son tomadas sólo por los hombres, desde su punto de
vista. Esto significa que quienes suelen tomar las decisiones ignoran
qué necesidades y dificultades enfrentan las mujeres en esa
sociedad, por lo que son incapaces de darles respuesta, y se centran
simplemente en lo que su experiencia les dice que son “los
problemas”. El hecho es que la existencia de una sociedad
militarista debilita a las mujeres como grupo.

De lo que yo comprendo, al
enlistarte aceptas ser parte de un sistema que basa las relaciones en
nociones de poder y control. El servicio militar implica contribuir a
un marco que perpetúa sistemáticamente la exclusión de las mujeres
de la esfera pública y que construye su lugar en la sociedad como un
lugar secundario respecto al de los hombres.

Como feminista, mi
obligación es contribuir a la construcción de alternativas civiles
al ejército, que nos sirvan para aportar a la sociedad, mientras
luchamos al mismo tiempo por reducir la influencia del ejército en
la sociedad. No veo como se puede trabajar a favor de la igualdad y
el reconocimiento de las necesidades de diferentes grupos si se está
sirviendo en un sistema que perpetúa las desigualdades entre hombres
y mujeres y en general en la sociedad.




El enquistamiento de los valores patriarcales y los estereotipos de género

En general, se suele
pensar que la participación de las mujeres en el ejército es una
forma de igualdad; por ejemplo, cuando consiguen realizar funciones
consideradas “masculinas”, como entrar en unidades de combate, o
trabajar en un entorno predominantemente masculino. La gente que
piensa así argumenta que en estos casos, las mujeres no quedan
excluidas de esos sitios y funciones identificadas con los hombres
(lo que se extiende al ejército en su conjunto como tal, puesto que
se trata de una institución obviamente masculina). Sin embargo, el
éxito de las mujeres en estos lugares se mide en función de su
capacidad para adaptarse a la norma del soldado combatiente, el
Guerrero, un símbolo fundamental militar junto con el de
Héroe. Se espera que las mujeres se amolden, por tanto, a una
imagen que en nuestra cultura está poderosamente identificada con
la masculinidad estereotípica. Una institución fuertemente
patriarcal, como lo es el ejército, subraya la marginalidad de las
mujeres por un lado, y la superioridad de valores identificados con
lo masculino por el otro. Y así, los hombres y las mujeres que pasan
largos periodos en el ejército se ven sometidos a un proceso de
formación estereotípica en papeles de género.

Es indudable que los
estereotipos de género le hacen daño a los hombres y las mujeres.
Aunque el daño a las mujeres es más fácil de definir y
diagnosticar (dado que ellas suelen ser el objeto de la violencia,
los intentos de humillación, el acoso), no debemos subestimar el
daño que se le causa a los hombres, a quienes se les pide (de forma
no verbal), para demostrar tener algún valor, que se amolden a un
modelo que les exige actuar como opresores, humillar a otras
personas, no tener sentimientos, moverse en el ámbito “dominador y
dominado” y, en casos extremos, renunciar a muchos rasgos del
comportamiento humano. Es imposible evitar esta desconexión,
alienación y demás elementos del precio emocional que los hombres
deben pagar por poder demostrar continuamente su “hombría”.

No planteo que el
ejército sea el único responsable de la educación en modelos
estereotipados de feminidad y masculinidad, puesto que dicha
dicotomía es uno de los pilares de la sociedad patriarcal y la
mayoría interiorizamos estos mensajes desde la infancia. Sin
embargo, los ejércitos, por ser organizaciones patriarcales basadas
en gran medida en imágenes de género estereotipadas, y por cómo
están organizados, realizan una aportación considerable a la
perpetuación de los estereotipos de género.

Las investigaciones han
mostrado que las mujeres que han servido en funciones identificadas
con los hombres o en un entorno casi completamente masculino dentro
del ejército quedan desconectadas de los patrones de comportamiento
identificados con las mujeres, y al tiempo interiorizan los patrones
identificados con los hombres, desarrollando una actitud de desprecio
y aversión hacia otras mujeres [1]. (Lo que prueba que el ejército
se basa en valores “masculinos”, que son normativos, y vistos
como deseables y superiores en ese contexto.) Y si desean ser parte
de tal organización, tanto hombres como mujeres deben aceptar e
interiorizar estos valores: orientación al poder, la violencia y una
actitud de superioridad y de exclusión ante otras personas.

Para mí, intentar ser
parte del ejército, entraría en conflicto abierto con mis valores
feministas, requeriría que me sometiera a valores patriarcales y
normas masculinas. Estaría, por tanto, apoyando un orden social que
se asienta en el poder y jerarquía. Yo no quiero probar que soy
capaz de servir “igual que un hombre”. No busco un tipo de
igualdad que me dé derechos que son el privilegio a priori de los
hombres. Es absurdo, de hecho, que busque la igualdad dentro de una
organización que es fundamentalmente y por definición no
igualitaria, y que se encuentra en clara contradicción con mis
principios ideológicos y con mi conciencia.

Mi deseo es ser una
persona valiosa para la sociedad sin tener que suscribir principios
jerárquicos y de dominación, y sin ser parte de una organización
que es especialmente opresora en su concepción de las mujeres y de
las poblaciones que no quedan incluidas en el grupo hegemónico.



El éxito de la Cultura de Acoso y Violación

Las mujeres del
ejército suelen quitarle importancia al tema del acoso, incluso
cuando llevan muy mal las insinuaciones sexuales que se ven forzadas
a soportar. Lo normal es que no se quiera considerar la cuestión del
acoso y violación como un tema grave. El ejército, como
organización patriarcal y dominada por los hombres, crea condiciones
óptimas para que se acose a las mujeres. Cuando las mujeres están
muy motivadas para integrarse en el ejército, lo pueden pasar muy
mal al verse obligadas a admitir que sufren acoso y que las
horroriza. Se espera que aguanten, ignoren, y acepten hasta cierto
punto estos comportamientos, y que incluso los tomen como algo
“sencillamente natural”: como algo que halaga, un mal
comportamiento que hace gracia. Así ocurre en especial cuando la
situación enfrentada no es la de que un hombre concreto intente
aproximarse repetidamente a una mujer concreta, sino la de un
ambiente general, el Ambient Acoso resultante,
por ejemplo, de ciertos tipos de comentarios hechos por los hombres,
canciones con alusiones sexuales más o menos explícitas, bromas de
sexo, miraditas, silvidos, etc.

Investigaciones
realizadas en el ejército estadounidense muestran una fuerte
correlación entre este tipo de ambiente de acoso y los casos
concretos de acoso [2].

Y así, las mujeres
en el ejército, especialmente en los puestos más bajos, se
encuentran oprimidas y marginadas casi de continuo, no sólo porque
se las excluya de papeles que se reservan sólo a los hombres, sino
además porque el entorno donde trabajan les es hostil y las debilita
como mujeres. De hecho, podemos decir que el ambiente de acoso
machista y misógino en una organización patriarcal y jerarquizada
como la del ejército es endémico.

Así pues, cuando
una mujer se enlista se ve obligada a lidiar con el acoso en un
contexto en que se alienta ese mismo acoso. Es más, puesto que el
Ejército es una institución central en la sociedad, la Cultura de
Acoso y Violación se exporta también a la sociedad civil, donde se
atrinchera.

Consecuentemente,
yo, como feminista, entiendo que no puedo realizar el servicio
militar y que debo actuar para limitar y reducir la influencia del
Ejército en la sociedad civil.



El incremento de la violencia hacia las mujeres en la sociedad

Hay estudios que muestran
una relación entre la violencia en la esfera pública y el que la
cultura dominante considere a las mujeres inferiores a los hombres
[3]. En estos contextos, la violencia hacia las mujeres dentro de la
familia se ve legitimada. Una explicación es que en sociedades donde
se enfrentan conflictos violentos, se legitiman los usos de la
violencia en la sociedad civil, lo que actúa como refuerzo para que
la sociedad civil se movilice e implique en el conflicto violento de
naturaleza militar. Aquí, los niveles de violencia y de indiferencia
hacia comportamientos violentos en cualquier ámbito de la vida,
incluida la familia, incrementan en espiral. Así es cómo la
violencia hacia las mujeres termina siendo tolerada y aceptable.

Cuando los hombres pasan
un periodo formativo de sus vidas en el ejército, reciben refuerzos
positivos por su uso de la fuerza bruta y la violencia, y desarrollan
una actitud indiferente ante el uso de formas “suaves” de
violencia “en determinadas circunstancias”. En una organización
cuyos valores fundamentales incluyen la superioridad y el control,
estos comportamientos suelen ser alentados en las actividades
específicas profesionales (las militares), pero también en las
relaciones interpersonales, en lo que respecta a las mujeres y a
otros grupos considerados inferiores, y tanto en casa como fuera, en
la calle.

Como feminista, tengo un
compromiso con la lucha por asegurar que los derechos de las mujeres
se respetan en la sociedad. No puedo ser parte de una organización
que, directa o indirectamente, alienta el uso de la violencia hacia
las mujeres (adopte ésta la forma que adopte). Por lo tanto, en mi
opinión, ser feminista me impide servir en el ejército, sería una
contradicción.

Me niego a ser parte
del ejército no sólo en teoría. Al haber comprendido que existe
una estrecha conexión entre todas las formas de opresión hacia las
mujeres en la sociedad, he visto también que la única manera que
tengo de vivir como feminista es vigilando, esté donde esté, las
estructuras sociales que posibilitan que se abuse de las mujeres y de
otros grupos no privilegiados, para así oponerme a ello y trabajar
para que prevalezcan valores alternativos. El servicio militar me
impondría una forma de vida que es profundamente contraria a mis
valores y creencias morales. Para unirme a él tendría que negar y
suprimir mis creencias fundamentales. No puedo vivir en una negación
así de flagrante de mi conciencia y no puedo servir en una
organización que pisotea los valores sobre los que está construida
toda mi visión moral.

En Israel, donde la
ley que impone la obligación de las armas a hombres y mujeres judías
existe una serie de opciones legales a través de las cuales es
posible que te otorguen la exención del servicio militar. Como he
mencionado antes, me educaron para creer que el ejército era una
organización positiva y vital y que servir en él era realizar una
valiosa función en la sociedad. Hasta unos pocos meses antes de que
fueran a llamarme a filas, ni siquiera había considerado la opción
de negarme a ir. Cuando se me ocurrió, me vi sumida en mar de
confusión, frustración y temores, y sentí que si iba a evitar el
servicio militar, tenía que entender muy bien el significado de lo
que iba a hacer, conocer muy bien mis razones para hacerlo y saber
muy bien cómo iba a hacerlo.

En el periodo en que
reflexionaba sobre la idea de negarme a servir, sentí que mis
razones tenían que ser impecables, que no debía presentar ideas que
no estuvieran plenamente fundamentadas, y que no quería conseguir la
exención con razones que no fueran a reflejar fiel y plenamente mis
pensamientos. Mirando atrás, sonrío ante las exigencias que me
impuse, ya que –según lo veo hoy de claro– era casi imposible
que una persona joven en un proceso tan complejo y que generaba tanta
confusión, tanto a nivel personal como social, pudiera recorrer ese
camino tan cargado y lleno de controversias sin tener carencias. Me
sentía muy confundida: sentía claramente que el servicio militar
entraba en conflicto con los valores en los que yo creía, pero sabía
que “razones feministas” no era una opción para recibir la
exención, y me estaba costando mucho escapar a las ideas con las que
me crié sobre lo importante que era el ejército y lo implanteable
que era no querer cumplir con esa obligación.

Durante mi principal
periodo de confusión, en el que no conseguía conectar mis razones
para no hacer el servicio militar con cómo conseguir la exención,
estuve considerando mis opciones. En Israel, las mujeres
pueden conseguir la exención del servicio militar de varias maneras.
Una forma aceptable es por motivos religiosos. Yo no soy creyente, y
donde me crié es un lugar conocido por su secularismo: estaba claro
que si intentaba conseguir la exención por motivos religiosos nadie
me creería. Otro modo es por matrimonio. Me pasó por la mente lo de
casarme por conveniencia, pero duró poco porque no quería sentir
que estaba “haciendo trampa”, y desde luego, no quería colaborar
con las instituciones a cargo del matrimonio en Israel, que son, como
poco, bastante patriarcales y anacrónicas.

La opción de
quedarme embarazada y dar a luz, que también hace posible la
exención, estaba descartadísima en aquel momento, por razones
obvias, por lo que me quedaban dos opciones. Una era conseguir la
exención por razones “psiquiátricas”. Estoy convencida de que
la mayoría de las personas no tienen que mentir para que se las
considere No Aptas mentalmente para servir en la organización
militar, pero para mí aquella razón no describía la realidad de
por qué objetaba yo al servicio militar.

La última opción
era presentarme a un cuerpo militar llamado el Comité de Conciencia.
Es un comité militar autorizado para otorgar la exención por
motivos de conciencia. En la práctica, sólo aprueba solicitudes de
personas que son pacifistas, quiero decir que quienes argumentan que
no quieren hacer el servicio militar porque están en contra de la
Ocupación, por ejemplo, no reciben la exención, puesto que se
considera que se trata de una objeción a una política concreta del
gobierno, y no al uso de la violencia del tipo que sea. Sólo quienes
se declaran pacifistas y se niegan a emplear cualquier tipo de
violencia, y quienes no ingresarían en ningún tipo de ejército,
reciben la exención por motivos de conciencia en Israel. Hoy es
fácil para mí definirme como pacifista, pero en aquel momento del
proceso aún no me veía como una pacifista. Así que una vez más,
debido a esas exigencias un tanto duras que me había impuesto, la de
estar totalmente segura, la de no tener ningún tipo de reserva
respecto a mis acciones, no quería pedir la exención por razones de
pacifismo.

Cuando recuerdo el
momento en que finalmente comprendí cómo no alistarme visualizo una
imagen típica de los dibujos animados, cuando sobre la cabeza de la
protagonista aparece una bombilla. En un momento puntual, totalmente
diferente a cuando deliberaba continua y largamente en los meses
precedentes, me di cuenta de algo. Comprendí que incluso aunque no
existiera la opción de pedir la exención “por razones feministas”
nada podía impedirme hacerlo. Tenía claro que la objeción
feminista, la mía, es una objeción a cualquier ejército y no a una
política concreta del gobierno. Sin duda, estoy contra la Ocupación,
pero mi negativa a alistarme se hubiera producido incluso si no
existiera la Ocupación e incluso si hubiera sido el ejército de
otro país. Así que poco después estaba escribiendo una carta al
Comité de Conciencia, en la que describía mis creencias feministas
e intentaba explicar con el máximo detalle posible el vínculo que
existía entre el feminismo y la objeción al militarismo, una
explicación nada evidente para el público israelí que tiene una
noción de feminismo completamente diferente.

Una década antes de
cuando me tocaba alistarme, un caso del Tribunal Supremo llegó a los
titulares en Israel. Una joven llamada Alice Miller quería ser
pilota de combate y se le negó el ingreso porque era mujer. En su
apelación al Tribunal Supremo, respaldada por organizaciones
feministas liberales, pedía que se le otorgara la “igualdad”,
así lo interpretaba ella, el “derecho” a ser pilota de combate
igual que lo tenían los hombres.

El único aspecto que el
público israelí consideraba una discriminación respecto a las
mujeres es que ellas no podían realizar papeles considerados
masculinos. El Tribunal Supremo dictaminó que esto era sin duda
discriminación, y que las mujeres tenían también derecho a acceder
a las fuerzas aéreas. A día de hoy, esto sigue siendo considerado
un logro importante, y si preguntas a la gente en la calle sobre
“ejército” y “feminismo”, no hay duda de que el nombre de
Alice Miller saldrá más de una vez. Así pues, sabía muy bien que
cuando yo pidiera quedar exenta por razones feministas, se iba a
generar asombro, como de hecho ocurrió.

Me llevaron a juicio
con un tribunal militar y me condenaron a dos semanas en una cárcel
militar de mujeres. Si me quedaba alguna duda en esta fase, iba a
disiparse ahora: la cárcel militar reflejaba la opresión y el
absurdo del sistema militar en extremo. Después de ponerme el
uniforme de presa (que pertenece al ejército estadounidense; y según
los rumores, son uniformes que sobraron de la guerra de Irak, que
Israel recibió como donativo del ejército estadounidense…), me
llevaron con unas 50 mujeres más de mi edad. La mayoría estaba en
la cárcel por deserción, causada en muchos casos por la incapacidad
del sistema militar para resolver adecuadamente sus problemas:
había una soldada que había escapado porque su comandante había
intentado violarla; una chica que era el único sustento de una
familia numerosa cuyos progenitores eran minusválidos, a quien no le
dieron permiso para trabajar y mantener a su familia; otra soldada
que no había llegado a tiempo a la base porque su compañero, por
celos, la había encerrado en casa; y muchas historias más. En lugar
de comprender sus problemas, la forma natural en que el ejército
lidiada con estas soldadas “inútiles” era enviándolas a la
cárcel, lo que no ayuda en nada a resolver esos problemas, ni a
mejorar su estado psicológico.

La experiencia más
intensa que tuve en la cárcel fue el sentimiento de no tener ningún
control. Cuando llegas a prisión, te quitan casi todas tus
pertenencias, y te meten en una celda que está casi completamente
llena de literas. Tú y las otras presas tenéis que limpiar las
celdas todas las mañanas, pero por más que frotes, no consigues
eliminar el insoportable olor a humedad, que penetra en
los colchones, las mantas, los muros, en el aire mismo, en tus huesos. La
mayor parte de las rutinas en la cárcel son formar y romper filas, y
obligan a hacerlo en cualquier momento. Pongamos que estás en tu
celda intentando leer un libro, hablando con otras presas o
descansando; en cuanto oyes “¡60 segundos!” tienes que salir
corriendo a formar filas con las otras presas. Estas órdenes,
frecuentes, sin horas fijas, con su imposición de que lo dejes todo
de pronto y rápidamente, alimentan el sentimiento de que no tienes
ningún control sobre tu persona.

Cuando estuve en la
cárcel, como me di cuenta después, mi espíritu de resistencia y mi
capacidad para defenderme quedaron minadas en algún grado. Comprendí
que la experiencia en la que no tienes el control sobre ninguna cosa
y ninguna capacidad para tomar decisiones sobre lo que te afecta te
hace sentir como si fueras una niña pequeña totalmente dependiente
de las personas adultas que te rodean. Automáticamente, me vi
reproduciendo patrones de comportamiento de la infancia, intentando
“ser buena”, “no causar problemas”. Uno de los casos en que
me di cuenta de cómo de absurda era mi situación fue cuando un día
le pedí permiso a una oficiala para usar el teléfono público más
de tres minutos (tiempo máximo de las llamadas diarias de las
presas) y me lo dio porque “era una buena soldada”. Admito que no
me lo tomé como un halago…

Si la experiencia
carcelaria fue dura para mí, no tengo duda alguna de que para
quienes fueron condenadas a cárcel por haberse visto envueltas en
problemas personales (en lugar de por libre elección) esta
experiencia debió de ser mucho más dura y destructiva. Problemas
alimentarios, uso abusivo de drogas, acoso y violación, son algunos
de los ejemplos de las experiencias de muchas de las presas. La
pérdida de control, quedar cortadas del mundo exterior, la soledad,
los olores, y los otros elementos de la vida en la cárcel,
obviamente intensifican esas experiencias tan duras.

Las oficialas,
debemos recordar, son chicas de la misma edad que las presas, y se
supone que deben controlar y supervisar a las presas y todas sus
actividades. Como no se las entrena para eso, no me cabe la menor
duda de que no saben cómo lidiar con los diferentes problemas que
sufren las presas, y tampoco me cabe la menor duda de que a algunas
esa experiencia les ha hecho daño también. La obligación que tienen
de actuar de maneras controladoras y opresivas en una situación tan
absurda y deprimente, en las que se las obliga a oprimir a quienes lo
están pasando muy mal, suscita preguntas que no son fáciles de
resolver.

Pasar tiempo en la
cárcel fue sin duda muy deprimente y no se lo recomiendo a nadie. En
el movimiento de resistencia al ejército en Israel, a las personas
que hacen objeción de conciencia se las envía repetidamente a la
cárcel: varias semanas por negarse a alistarse, y cuando termina el
primer periodo de cárcel, si persisten en su negativa, se las vuelve
a enviar a la cárcel, una y otra vez, hasta que una de las partes
cede: o bien la persona que objeta (normalmente decidiendo solicitar
la exención por razones mentales) o bien el Ejército (normalmente
considerándole persona No Apta para el servicio militar, no objetor
u objetora de conciencia).

La elección de ir a
la cárcel realizada por algunas de las personas objetoras es a veces
vista como un acto casi heroico en el movimiento de objeción al
servicio militar. Puedes sentir el aprecio que suscita tu
determinación y disposición a renunciar a tu libertad y poner en
peligro tu estado mental, que es lo que pasa cuando estás en la
cárcel.

Durante mi tiempo
allí, comprendí los problemas que plantea el encarcelamiento
reiterado. No eres vista como una “combatiente heroica” dispuesta
a sacrificar la vida y la salud mental por el servicio militar y la
lucha, pero sí como una “objetora heroica”, dispuesta a
“sacrificarse” yendo a la cárcel por sus creencias. En mi
opinión así se reproduce justamente el patrón militarista de
comportamiento que yo me niego a reproducir. Sin duda, en ocasiones
caes en una trampa, porque por ejemplo si quieres darle voz a tu
opinión (una objeción ideológica al servicio militar) en los
medios de comunicación se espera que lo narres como un acto
“heroico”: no te has “sacrificado en la guerra” pero al menos
has “sacrificado” tu salud mental en la cárcel.

Claro que sólo me di
cuenta de esto después de la experiencia de pasar por la cárcel, de
comprobar lo que implicaba, en el nivel más emocional. Fue cuando
decidí que no quería cooperar con la imagen de “objetora
heroica”. Al mismo tiempo, los procesos por los que pasé durante
el periodo de mis encuentros finales con el Ejército me hicieron
comprender que no necesitaba el sello de aprobación de éste para
sentirme segura con mis creencias y mis razones para la objeción.
Así pues, decidí no insistir en luchar por la exención como
objetora de conciencia.

Al final de todo,
después de ser puesta en libertad, y después de mi apelación,
asistida por mi abogada, me concedieron el dudoso derecho de
presentarme ante el Comité de Conciencia. La reunión con este
órgano fue una experiencia absurda en sí misma. Unos días después,
me otorgaron la exención como “No Apta para el servicio militar”,
explicándose que la razón de “feminismo” no justificaba la
exención como objetora de conciencia.

Una de las
manipulaciones ridículas a las que me sometió el Comité de
Conciencia fue intentar hacerme pensar que mi negativa a hacer el
servicio militar era optar por “ser pasiva” frente a la opción
de ser “activa” aportando un trabajo a favor del cambio “desde
dentro”. De alguna manera, no me queda claro cómo unirme a la
organización más masculina y chovinista del país vaya a poder
generar acción feminista. Es cierto que en los estudios, en muchos
lugares de trabajo y en la calle, también existe un ambiente de
jerarquía, fuerza o patriarcado, pero sólo en el Ejército se da la
combinación de tantos elementos opresivos juntos y de un modo tan
extremo, y sólo allí estos elementos son vitales para la esencia de
la organización. Un ejército no jerárquico, no agresivo o
noviolento no sería un ejército; así pues, no me queda claro lo
que significa “hacer un cambio desde dentro” (para mí en el
Ejército). El chovinismo masculino existe en todos lados, cierto,
pero no es un fundamento en todos lados.

El ejército, a
diferencia de otros lugares con ambiente agresivo, necesita los
valores masculinos chovinistas y machista-misóginos para poder
existir. Sin la adoración de la masculinidad combatiente, la gente
empezaría a perder interés en las unidades de combate, que son la
esencia del Ejército. Sin la represión de las emociones y la
admiración de la superioridad y la capacidad de agresión, la gente
tendría que desarrollar más compasión, humanidad y demás
características que les incapacitarían para poder tirar bombas en
el corazón de una zona de población civil densamente poblada,
pegarle un tiro a la persona que tienen delante, humillar a familias
enteras en el día a día, aceptar el riesgo de morir en cualquier
momento, y otras materias militares rutinarias.

Otro argumento que
escuché a raíz de mi negativa fue que el Ejército, al fin y al
cabo, era una organización encargada de cuestiones de vida y muerte,
y que éstas siempre serán más importantes que otros temas
sociales, por muy dolorosos que éstos sean. Sin siquiera entrar en
la discusión de si las actividades del Ejército salvan vidas o
causan más muertes, creo que este argumento se encuentra basado en
una perspectiva un tanto problemática para empezar.

No me cabe la menor
duda de que en Israel en nombre de la palabra mágica “seguridad”
se tiende a convertir el Ejército israelí en una vaca sagrada, por
lo que, cualquier discurso social puede ser silenciado. Después de
la Segunda Guerra del Líbano, el centro de ayuda a mujeres violadas
recibió muchas llamadas de mujeres que habían sido atacadas en los
refugios antibombas; en su intento de escapar a la habitual amenazada
a la seguridad, se encontraron expuestas, sin protección, a una
amenaza a su seguridad que no era menos dolorosa... No recuerdo haber
oído que el gobierno o la sociedad estuvieran ofreciendo recursos
para ayudar a las supervivientes de este gravísimo daño. No podemos
ignorar tampoco a las mujeres asesinadas en Israel en los últimos
años por maridos y familiares celosos, en ocasiones con armas que
pertenecen a las fuerzas de “seguridad” o a empresas de
seguridad. Las características del asesinato por razones de celos
son bastante familiares para todo el mundo, y crean un ambiente de
terror que no es menor que el terror que provoca una amenaza de
seguridad “externa”. En cualquier caso, el asesinato en la
familia o en la pareja se considera una cuestión “social” de
importancia secundaria, no una cuestión en la que es necesario
invertir todos nuestros recursos sociales, a pesar del hecho de que
es un tema de vida o muerte, como lo son los conflictos armados entre
diferentes grupos nacionales.

En mi acto de
resistencia y en mi vida en general, he intentado cambiar las cosas
desde dentro. No cambiar el Ejército desde dentro, sino influir,
desde dentro de la sociedad en que vivo. Me gustaría vivir en una
sociedad más sana, menos militarista, más igualitaria y respetuosa,
y menos violenta y opresora. No creo que mi propio acto de
resistencia por sí solo pueda generar todo eso, pero estoy contenta
por haber tenido la fortaleza de unirme a un movimiento de personas
dispuestas a plantear ciertas preguntas.





Un
agradecimiento a Tal Hayoun por la traducción del hebreo al inglés.





Notas


[1] Sason-Levy, Orna 2003 “Feminism
and military gender practices: Israeli Women Soldiers in ‘Masculine’
Roles” (Feminismo y prácticas de género en el Ejército: las
soldadas israelíes en papeles ‘masculinos’) The Sociological
Inquiry
, vol. 73, nº. 3, pp. 440-465.


[2] Firestone, Juanita M., y Harris,
Richard J., “Sexual Harassment in the U.S. Military: Individualized
and Environmental Contexts” (Acoso y violación en el ejército
estadounidense: contextos particulares y sociales), Armed Forces &
Society
, vol. 21, nº. 1, otoño 1994


[3] Schmeidl, S. y E
Piza-Lopez (2002). Gender and Conflict Early Warning: A
Framework for Action
(Aviso temprano sobre género y conflicto:
un marco para la acción). International Alert y Swiss Peace
Foundation.



Publicado en Objetoras de conciencia. Antología

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Related peace activist(s): Idan Halili
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